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Reflexiones acerca de la persistencia del pensamiento mágico-religioso en las sociedades avanzadas

Muchos colaboradores de “El Escéptico Digital” parecen preocupados por el excesivo número de personas que no parecen encontrar motivos para rechazar las variadas doctrinas de los apóstoles de lo fantástico y de lo paranormal.

Puesto que los objetivos de “El Escéptico Digital” incluyen, de manera principal, la lucha contra estas doctrinas y la promoción del pensamiento racional, algo que se pone de relieve en cada número de esta Revista, este texto pone sobre el tapete algunas ideas acerca de cómo y por qué la mentalidad no racional sigue gozando de esa inquietante buena salud. Quizá esta manera de enfocar el estatus vigente del pensamiento racional pueda proporcionarnos algunas claves para comprender la pujanza de las forma de pensamiento mágico-religioso, para aventurar su trayectoria futura y para elegir las formas más adecuadas de promoción de la mentalidad científica.

El desarrollo del pensamiento racional parece presentar dificultades especiales para ser aceptado por la gente si lo comparamos con cambios ideológicos de otra clase. Por ejemplo, la mayor parte de las personas han aceptado y asumido, fácilmente y sin reparos, el paso desde una moral religiosa hasta otra moral laica, basada en los valores propios de las sociedades civiles maduras (democracia, tolerancia, respeto de las libertades individuales y de los derechos humanos). Mientras, son todavía pocos los que rechazan creencias erróneas basadas en mitos, supersticiones y prejuicios religiosos. También es llamativo que científicos eminentes conservan ciertas creencias que la mentalidad científica nunca consideraría razonables. Estos hechos pueden explicarse de diversas maneras y los tres mecanismos siguientes lo hacen:

1º Incentivación emocional.

Parece cierto que recordamos (y nos interesa) lo que nos gusta, aquello que, de algún modo, nos proporciona una cierta satisfacción. Y sabemos que la experiencia placentera es algo fundamentalmente emocional. Toda actividad intelectual, por más que esté rigurosamente controlada por la racionalidad, presenta implicaciones puramente emocionales que, (como se reconoce de manera general ahora que la “inteligencia emocional” está de moda), tienen una importancia capital en el desarrollo de la actividad puramente intelectiva. Por eso, los avances en el conocimiento de las ciencias son posibles, porque despiertan en los hombres de ciencia, sobre todo si son actores (aunque también si son simples espectadores), sentimientos placenteros de carácter intenso y, sobre todo, extenso y profundo. Y por eso, en toda actividad mental, raciocinio y emoción van indisolublemente ligados. En conclusión, las creencias persisten, a pesar de todas las contradicciones que generan, si proporcionan una incentivación emocional suficiente.

2º Seguridad ante el futuro.

A veces, más que una gratificación inmediata, esas creencias, profundamente arraigadas, proporcionan cierto tipo de seguridades útiles para combatir temores ante las incertidumbres del futuro … o ante certidumbres venideras, como la vejez y la muerte.

3º Impresión indeleble.

En otros casos, la explicación es que ciertas ideas o vivencias causaron tal impacto en una etapa temprana y “sensible” de la vida de un sujeto, que luego han permanecido indelebles durante toda su existencia .
Hay que aceptar que este tipo de hechos tiene explicaciones bastante complejas cuyo conocimiento va a condicionar la actitud que debe tomar quien crea que es importante promocionar la mentalidad crítica y el pensamiento científico. Es importante, pues, no exagerar ciertas actitudes de rechazo ante este fenómeno, ya que pueden, primero, impedirnos la comprensión profunda del mismo y, luego, dificultar la elección de medidas eficaces para el desarrollo del pensamiento racional.

La pregunta que ahora se plantea es: ¿Cómo de “cruenta” ha de ser la “batalla”? Al fin y al cabo, las ideas irracionales han existido desde siempre, persisten incluso cuando no hay causas visibles que las justifiquen, para algunas personas cumplen funciones de importancia que les permiten mantener una cierta estabilidad emocional y, para otras, forman parte muy importante de su manera de ver el mundo y no son susceptibles de ser cambiadas en absoluto. Conviene considerar que, a corto plazo, el pensamiento no racional no sólo puede ser imposible de derrotar sino que esgrimir contra él cierta clase de armas puede ser contraproducente. Si enfocamos la cuestión desde un punto de vista práctico, quizá concluyamos que lo conveniente es aceptar que la lucha va muy para largo y que, en la perspectiva de un futuro previsible, la mentalidad “prerracional” no sólo no va a desaparecer sino que, en algunas ocasiones, no conviene que lo haga, al menos de una manera brusca.

La forma de lucha más positiva abarca tácticas variadas. Algunas prácticas brutales, como las amputaciones de genitales externos en niñas de ciertas minorías culturales africanas, requieren actitudes enérgicas. El peligro de que la astrología sea elevada a la categoría de ciencia por parte de políticos aterradoramente ignorantes (¿o faltos de escrúpulos?) es alarmante y requiere una actitud firme y urgente, pero también unas buenas dosis de diplomacia. Pero las actividades de promoción de la racionalidad deben desenvolverse en multitud de frentes y no siempre está claro qué debería hacerse en cada uno de ellos.

En general, sería bueno disponer de una estrategia que intentara acotar el terreno de las “ideologías” no racionales, siendo fundamental la lucha por impedir que se alojen bajo los paraguas de la ciencia y de los organismos oficiales. Sin embargo, no sería una buena idea pretender “asfixiarlas” y ello por tres razones:

1º: No es bueno crear “mártires”, pues es una forma de fomentar el victimismo.
2º: La intolerancia suele ser percibida como inaceptable (incluso cuando está justificada).
3º: Nos guste o no, muchas personas son fuertemente dependientes de esas creencias, así que quizá lo mejor sea tolerar que ocupen en el mundo actual un lugar similar al que tiene la religión.

A pesar de todo, el peligro es grande. Implicaciones económicas aparte, los políticos consideran más conveniente tener a los “creyentes” sentados enfrente que no debajo de la mesa, momento en el que hay que preguntarse si el arraigo social de las formas de pensamiento irracional alcanzan la “masa crítica” y la suficiente organización como para funcionar eficazmente y actuar como grupos de presión sobre los representantes de los electores. Si llega este caso, no hay que hacerse ilusiones: quizá no puedan alojarse en cualquier Campus Universitario como una nueva Facultad de Ciencias Ocultas, pero ¿por qué no una Escuela Superior de Artes del Trasmundo, o algo por el estilo?

Argumentos no faltarían: los electores votan y los contribuyentes pagan impuestos, así que los políticos deben ser sensibles a las peticiones de ambos colectivos. Si un número suficiente de ciudadanos así lo quisiera, las echadoras de cartas lograrían ser declaradas “de utilidad pública”: no hacen falta más argumentos para lograr un cierto reconocimiento y financiación con fondos públicos. ¿Podemos confiar en que el miedo al desprestigio de personas e instituciones baste para impedir la promoción de toda cátedra de la superstición? Por que parece que ese miedo es lo único que impide que magos y visionarios culminen sus ambiciones.

El conjunto de países occidentales tiene la suficiente memoria histórica como para temer que determinados grupos de intereses intenten limitar el alcance de los principios democráticos, de igualdad de oportunidades, etcétera. Por desgracia, esto se traduce en que personas poco preparadas pueden acceder y acceden a cargos públicos por elección o a cargos de confianza por designación. Este hecho no tendría demasiada importancia si fueran conscientes de sus limitaciones y se asesoraran adecuadamente, pero incluso para elegir asesores hay que tener cierto criterio y, por desgracia, son casi cotidianos los ejemplos de clamorosa incompetencia entre esos personajes. Es difícil establecer con detalle en qué deben consistir los procedimientos que remedien este problema. Quizá deban incluir la obligación de tomar cursos de capacitación y medidas que incluyan ceses forzosos en casos de grave ineptitud.

Pero, hasta el momento, desconocemos hasta qué punto han proliferado, si es que lo han hecho, las creencias irracionales. Si la hipótesis válida es que el pensamiento racional progresa, las actividades encaminadas en esa misma dirección deberán ser llevadas a cabo con tiento. Si, como parece, es la irracionalidad la que progresa, es urgente desarrollar nuevas y eficaces formas de lucha contra una forma de pensamiento que, por sobradas razones, puede devenir en una grave enfermedad social.
Independientemente de cuál sea la situación general actual, los diferentes ámbitos socioculturales y las diferentes creencias requieren medidas distintas. Las tácticas que pueden emplearse en la lucha contra la ignorancia y contra la superstición dependen de las características de cada “campo de batalla”. Por ejemplo:

1º/ La prensa

En el terreno de la prensa escrita, (aunque el problema es extensible a otros medios), es desalentador comprobar cómo semanarios de tirada nacional y supuestamente prestigiosos siguen incluyendo horóscopos, que son una de sus “secciones fijas”. Puesto que la finalidad de los medios de comunicación es la de ofrecer informaciones veraces y objetivas, y puesto que los horóscopos no son “materia opinable” (ya que se puede demostrar muy fácilmente que sus predicciones no se cumplen), su impresión debería de suponer un conflicto de ética profesional.
Si, como parece, la inclusión o no de un horóscopo no suele depender de la línea ideológica de la revista, ¿están ciertos medios de comunicación fomentando un cierto tipo de superstición por un simple interés económico?. En este caso sería interesante intentar convencer a redactores y propietarios del posible daño al crédito que merece una revista seria si insiste en mantener secciones así. Naturalmente, no hay que abrigar esperanzas de que cambien de línea editorial revistas de disparates profesionales que van dirigidas a un público crédulo, ya que eso supondría su práctica desaparición.

2º/ La Homeopatía

Las ciencias de la salud tienen un problema particularmente grave con la homeopatía. Aunque existen otras prácticas pseudocientíficas en medicina, sólo la homeopatía ha logrado un cierto reconocimiento en círculos oficiales. En España los colegios de médicos aceptan como válida esta práctica, aún sabiendo que no se trata de una ciencia, por tres razones fundamentales: impedir que quienes la practiquen sean “no médicos” (argumentando que su ignorancia podrían causar más daños que si fueran médicos), evitar que la práctica médica deje escapar un sector de mercado, y asistir a un determinado tipo de paciente que por sus particularidades se beneficiaría de la medicina homeopática y no de la alopática (extremo que nunca se ha demostrado, desde luego).
Esto deja otro conflicto ético sobre el tapete, ya que la incompatibilidad doctrinal entre ambas medicinas es completa. En rigor la medicina no puede ser definida como una ciencia mientras acepte que doctrinas no científicas sean parte de ella. La única solución aceptable es que los poderes públicos, contra la actitud interesadamente anticientífica de muchos médicos, segreguen clara y definitivamente ambas clases de medicina y prohíban el sostenimiento de la homeopática por parte de instituciones públicas hasta tanto no demuestre su eficacia mediante las pruebas pertinentes, que son las propias de las ciencias experimentales (o sea, hasta nunca). Además no es tolerable que los homeópatas afirmen que sus prácticas son científicas: tal afirmación es fraudulenta.

3º/ Las creencias de los hombres de ciencia.

El problema que se puede plantear entre los hombres de ciencia respecto a los conflictos entre sus creencias religiosas y su actividad profesional resulta sumamente delicado. Algunos de estos hombres de ciencia se ven obligados a desenvolverse en ciertos ambientes cuya carga ideológica es fundamentalmente religiosa. En circunstancias así muchos de estos científicos, siendo en realidad escépticos, pasan por ser creyentes ya que temen un cierto rechazo social en su entorno más inmediato y / o un peligro para su carrera profesional y / o un riesgo para mantener la financiación de sus trabajos.

Esto quizá plantea un dilema ético, ya que con esa actitud se propicia que persista la influencia de determinadas instituciones no democráticas en las que ciertas personas o grupos, sin el control ni el beneplácito de la mayoría, se erigen a sí mismas en una suerte de referencia ética universal lo que, obviamente, puede hacer daño a la ciencia en la medida en que intenten dirigir unas determinadas investigaciones y no otras. Respecto a los científicos que compaginan sin aparente incomodidad conocimiento científico y creencias religiosas sinceras, el problema, igualmente delicado, tiene otros matices. Aquí lo fascinante quizá sea con qué facilidad el psiquismo humano asume, sin resolverlas, ciertas contradicciones entre concepciones del mundo tan incompatibles como las ofrecidas por la moderna cosmología frente a, por ejemplo, el creacionismo judeocristiano.

4º/ La enseñanza.

En el terreno de la enseñanza la situación adquiere características peculiares. La ausencia de una ética laica favorece la creación de un “nicho ecológico” muy adecuado para que las confesiones religiosas lo ocupen y mantengan así su influencia sobre la sociedad laica. Por otro lado, y aunque en teoría se controla que los profesores mantengan un mínimo de su nivel de conocimientos, aquellos cuyas materias no pertenecen al ámbito de la ciencia pueden presentar serias lagunas de conocimientos en dicho ámbito. Además, los profesores no parecen tener herramientas educativas adecuadas para corregir creencias erróneas cuando éstas escapan al ámbito estricto de la materia que se trabaja en ese momento o de la materia recogida en el programa de la asignatura. Hay una cuestión adicional: un alumno formado con los conocimientos debidos pero sin el adecuado entrenamiento para ejercer una capacidad crítica es capaz de aceptar, como información veraz y fiable, tanto lo que le han enseñado en su escuela como lo que haya leído en publicaciones que tratan del mundo de lo paranormal, de la magia, etcétera. Sería bueno crear mecanismos capaces de “vacunar” a los alumnos contra esa peligrosa ingenuidad de dar por buena toda información procedente de cualquier fuente sólo por que se trate de letra impresa.

Los intentos de influir desde fuera en las líneas ideológicas, procedimientos o contenidos de diferentes colectivos o instituciones suelen ser mal recibidos y suscitan reacciones casi automáticas de rechazo. La táctica más adecuada para intentar modificar actitudes debe sustentarse en una posición lógica y ética clara y acompañarse de unos modos diplomáticos para implicar a cada colectivo en la vigilancia de las ideas en que se basa o que difunde. Por lo general, colegios, medios de comunicación, partidos políticos, etcétera, que se guíen por líneas ideológicas “neutrales”, aceptarían de buen grado que la fiscalización de sus actividades se hiciera de manera discreta y “desde dentro” por parte de personas adecuadamente preparadas. Puesto que todo colectivo aspira a aumentar su influencia, o sea, su poder, es fácil que acepten jugar posteriormente un papel positivo en sus ámbitos respectivos acogiendo en grupos selectos a quienes, de entre ellos, pueden ofrecer auténticas garantías de calidad. La publicitación de este tipo de garantías permite prestigiar a cada grupo, lo que debe resultar positivo a largo plazo.

En conclusión, los mecanismos que mantienen los sistemas de pensamiento no racional son complejos por lo que, para evitar efectos contraproducentes, parece aconsejable inclinarse por procedimientos no drásticos y sí mantenidos, preferiblemente aplicados a colectivos poderosos o de importancia estratégica (medios de comunicación e instituciones oficiales), quienes deben percibir que los esfuerzos en la promoción del pensamiento racional y crítico van a redundar en beneficio de cada colectivo y de toda la sociedad.

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