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Recuperar la laicidad

En medio del tráfago de la violencia desatada sobre Chihuahua, de la severa crisis económica y de las ansias novilleriles de los aspirantes a todos los puestos de elección popular en la entidad, un aspecto, aparentemente menor, debiera concitar la atención y la preocupación de la sociedad, o de segmentos importantes de ella.

Reflexionar acerca de la creciente pérdida del laicismo en la esfera gubernamental es condición indispensable para avanzar en la construcción de una sociedad democrática, porque implica imbuir a todos los niveles, en todas las edades, una cualidad inherente a las sociedades democráticas desarrolladas: la tolerancia. Es, además, condición esencial para enrumbar a las nuevas generaciones en el conocimiento científico y en el abandono del viejo pensamiento mágico, propio de la sociedad medieval.

El uso y abuso de las expresiones religiosas por muchísimos funcionarios públicos, en actos y recintos oficiales, va siendo casi la regla generalizada. Con ello, a querer y no, se trata de imponer sobre la sociedad una visión y una concepción más de 150 años desterradas de la vida pública gracias al impulso de un mandatario profundamente católico –Benito Juárez– y un grupo político –los hombres de La Reforma– plenamente conscientes de la separación que debería existir entre las iglesias –no sólo la católica– y El Estado, así, con mayúscula.

Por desgracia, son los gobernantes emanados del PAN, llegados al gobierno con la bandera del ‘cambio’, los mejores exponentes de esa pretensión de regresarnos al pasado. Son numerosas las evidencias, la última de ellas protagonizada por el gobierno del estado de Guanajuato quien ordenó desaparecer de los libros de texto de Biología de primer año de secundaria las imágenes de los órganos sexuales y a cambio insertar las concepciones impulsadas por la iglesia católica acerca de la prevención del embarazo y el Sida, entre otras concepciones igualmente alejadas del conocimiento científico.

“El único medio garantizado al 100% para evitar el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual es esperar  hasta el matrimonio” pregonan los funcionarios panistas de aquella entidad, alejándose de las normas mundiales, aceptadas por México al asumirse como parte de la Organización Mundial de la Salud.

El argumento para excluir a las imágenes de los órganos sexuales fue que son temas para los cuales se requieren “conocimientos técnicos y juicio moral”, según el Secretario de Educación de Guanajuato, Alberto Diosdado.

Los argumentos son rayanos en el fanatismo, tremendistas: La píldora anticonceptiva de emergencia te puede “dar cáncer de útero”, se dice en los textos.

Los ejemplos de tales excesos son múltiples, recordemos las frases de Vicente Fox en su toma de posesión, ahora imitado en casi todos los actos públicos por muchos de sus correligionarios, y también de otros partidos, que culminan sus intervenciones con un “Dios que los bendiga”, bendiciones que, por supuesto, se aprecian pero que deben dejarse para el uso particular, privado de los funcionarios públicos y cuyo último exponente es el alcalde de la capital, Carlos Borruel, en el acto del aniversario del PAN el sábado anterior. Las trasgresiones son variadas, ahí está, por ejemplo, la enorme cruz pintada en la falda del Cerro Grande de la capital chihuahuense, o el informe sobre la violencia y los feminicidios en Chihuahua, presentado por el Gobernador Reyes Baeza al Vaticano ¡En lugar del Arzobispo José Fernández Arteaga!

O la solicitud de distintos organismos chihuahuenses para que se quitara de la cartilla de salud de los niños-jóvenes (extendida a los jóvenes de hasta 19 años) la mención del condón ¡en plena época de la extendida epidemia mundial de Sida!; o la petición del arzobispado de la ciudad de México de ‘corregir’ los libros de historia en los que se consigna –adecuadamente, porque así fue en la realidad– la excomunión de Miguel Hidalgo por la jerarquía católica y, finalmente, la desmedida intromisión de esa misma jerarquía en la penalización del aborto a través de las legislaturas estatales, que no es más que la expresión de creencias religiosas convertidas en política pública, a pesar de las resoluciones en sentido contrario de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Caminar en sentido contrario, es decir, en el rumbo de los grandes reformadores y constructores de la nación mexicana, es fundamental en la formación de una patria tolerante y democrática.

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