Venimos hablando de democracia, lo que es prácticamente la buena convivencia entre todas las personas de cada país con el debido respeto a la dignidad de todas y cada una de ellas. Esa realidad es algo que en España no se ha dado en su historia relativamente reciente durante casi cuarenta años. Lo que ocurrió es que estuvo celosamente negada a las nuevas generaciones, por lo que éstas no llegan a tener conciencia cierta de lo que es la ausencia de democracia. Por eso conviene recordar que desde 1.939 a 1.975 se vivió en un régimen llamado franquismo que se definía a sí mismo como “nacional-catolicismo”, que por estar dirigido por el general Franco, se le llamaba también franquismo. De ahí la necesidad de volver una y otra vez sobre la falla que puede explicar esa situación de desencuentro, incluso odio inexplicable en una democracia consolidada. Trato indagar al respecto.
En julio de 1.936 hubo una sublevación militar en contra del gobierno democrático de la Segunda República, causando una dolorosa guerra durante tres años, dejando al final una España dividida y enfrentada. Después de aquella sangrienta contienda, no llegó la paz, sino la dictadura o fascismo que, por ser dirigido por Franco, se llamó franquismo, o periodo sin democracia. Dicho enfrentamiento, explica el historiador Santos Juliá, tiene que ver con las varias negativas de Franco, quien, animado por la Iglesia de los cardenales Gomá y Pla y Daniel, rechazó propuestas para un final anterior y menos doloroso. Por ello, siguió habiendo muertes, presidio, exilio, y persecución para el bando perdedor (llamado la anti España), y escasa libertad para el conjunto de la población. Aquí la nueva era no fue pacífica, como en la Alemania tras el nazismo de Hitler, el fascismo de Mussolini o el Portugal de Oliveira Salazar. En los dos primeros casos, tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, se condenaron dichos regímenes. En el caso de Portugal tal condena ocurrió tras el levantamiento frente a la dictadura con motivo de la descolonización en África.
Como señala el historiador citado, en su obra Transición, la peculiaridad española en el acceso a la democracia de no reconocer aquella situación de vencedores y vencidos, ha lastrado a la misma. Ha faltado esa reflexión conjunta, reparación de errores y memoria para evitar acontecimientos de esa naturaleza. Tras desde proceso, si pudo surgir una democracia inclusiva. Por el contrario en nuestra democracia se ha mantenido el fascismo y el clericalismo que recuerdan aquel nacional catolicismo que renueva odios viejos y versiones sesgadas. Ese españolismo homófobo, machista, beato y racista con desvaríos imperiales, presto a injuriar a quienes no comparten su visión. Modo de ver que se completa con ese clericalismo, como exceso religioso e ideológico, promotor de enfrentamientos y controlador del personal incluso más allá de su feligresía. Sí, ahora que no sería presentable seguir llevando bajo palio al dictador como se solía, si que el clero mantiene una presencia destacada en actividades en actividades y ceremonias estrictamente civiles. Así hay clero que propugna impedir o dificultad el derecho legal al divorcio, al aborto, a la eutanasia o al matrimonio homosexual. Actitud que extienden a personas no religiosas, como a creyentes que compatibilizan su credo con la racionalidad y el respeto personal a esas decisiones en el ámbito de los DDHH. Creyentes que además discrepan abiertamente del clericalismo de la mayoría de las cúspides religiosas y de la apetencia de la misma al control educativo y económico para, además de su sostenimiento, mayor influencia política.
Vuelvo al título de este escrito, para remarcar la quiebra que se da entre democracia y convivencia respetuosa y colaborativa, con los otros conceptos. Frente a esa deseable realidad he citado el fascismo y el clericalismo, ilustrando con situaciones que tales fueron precedentes específicos en la convivencia de españoles. Hay quienes se escandalizan ante la calificación como fascistas a la gente de Violencia, Orden y Xenofobia. Se tiende a pensar que, porque han llegado al parlamento, ha de defenderse para ese colectivo el mismo disfrute de las libertades que el mismo niega a la sociedad en general. No ha de olvidarse como Europa se ha defendido y se defiende ante ese peligro cierto. He mostrado también los peligros que los excesos del clero, es decir el clericalismo, causó en la sublevación de la guerra civil y para la prolongación de la misma con los pronunciamientos de los obispos encabezados por los cardenales Gomá y Pla i Daniel. También de aquel clero que durante el franquismo defendían el catolicismo como única religión del Estado. Clericalismo que también denunciaba como pernicioso en Francia, Victor Hugo, escritor católico, así: “Ya conocemos al partido clerical….Es el que ha encontrado para la verdad dos puntos de apoyo: la ignorancia y el error. Impide a a la ciencia y al genio ir más allá del misal y quiere enclaustrar el pensamiento en el dogma….”.
Tanto en la historia como en la realidad hemos visto que el fascismo y el clericalismo, (que no la religión su como tal) son un peligro para la convivencia o democracia. Por ello entiendo que ser un ciudadano o persona responsable comporta ser antifascista y anticlerical. Esa visión, creo, ha de mantenerse ante maledicencias de que lo de “anti” no está bien por quienes, con aviesas intenciones y sin claridad, propician o aceptan el fascismo o el clericalismo. La necesidad de oponerse al peligro de ambos, ha de hacernos superar esa prevención. La democracia como enemigo del fascismo ha de defenderse, de la misma manera que el laicismo, como libertad de pensamiento y consustancial a la democracia, ha defenderse también del clericalismo.