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El régimen franquista, al igual que el resto de los regímenes antidemocráticos que se extendieron por la Europa del periodo de entreguerras, mostró una intensa preocupación por desarrollar estrategias de propaganda de masas.
El fascismo vuelve a querer tomar los espacios públicos con desfiles, conmemoraciones y rituales. En España esa costumbre propagandística -si exceptuamos sus precedentes en la dictadura primoriverista- tiene su origen en el conjunto de ceremonias político- religiosas llevadas a cabo durante la guerra civil. Conviene, pues, trazar aunque sea brevemente el arco histórico que nos ayuda a comprender este fenómeno.
El régimen franquista, al igual que el resto de los regímenes antidemocráticos que se extendieron por la Europa del periodo de entreguerras, mostró una intensa preocupación por desarrollar estrategias de propaganda de masas. Desde el comienzo del Alzamiento el discurso religioso se convirtió en un recurso propagandístico para movilizar a la población y sumarla al empeño colectivo de la victoria bélica.
En la retaguardia las pautas de conducta colectiva frente al hecho bélico fueron establecidas mediante un conjunto de ceremonias político-religiosas de adhesión a la causa franquista. Los actos de desagravio y reposición de crucifijos en la escuela pública, las celebraciones de Vírgenes y Cristos, los funerales de mártires y héroes, las reposiciones de Sagrados Corazones, las bendiciones de Banderas de milicias y las celebraciones por las tomas de ciudades, se extendieron por las provincias de la retaguardia franquista contribuyendo a extender socialmente un patriotismo religioso de marcados componentes belicistas. Había que configurar, o mejor dicho reconfigurar un imaginario colectivo de exaltación patriótica religiosa, gravemente mermado durante los años de gobierno republicano y activar, de paso, los mecanismos de la religiosidad popular y tradicional hacia la causa política legitimadora del Alzamiento.
Las ceremonias religiosas celebradas durante la guerra son una enorme inversión en la extensión social de los fundamentos doctrinales del nuevo régimen. La triada patria, religión y ejército quedaban unidos en el imaginario popular mediante estos espectáculos públicos de masas. La plena identificación entre discurso religioso y discurso patriótico, contribuían a reforzar los lazos comunitarios. No sólo resultaba necesario construir la identidad ideológica el régimen, sino extenderla a toda la población.
Había que crear un ambiente social de Cruzada , convencer a la población de la retaguardia que la guerra era necesaria porque era justa y era justa porque a través de las armas se estaba defendiendo la Religión y la Patria que habían sido puestas en peligro durante el gobierno republicano. El fervor religioso contribuyó a potenciar el ánimo patriótico y éste a su vez ayudó a incrementar el primero, produciéndose una intensificación emocional mutua, sin la cual resultaba imposible imponer en la retaguardia una moral de victoria, moral en la que no cabían restricciones ni desacuerdos.
El discurso religioso queda así convertido en un recurso propagandístico para movilizar a la población y sumarla al empeño colectivo de la victoria bélica. Como señala G. Di Febo “la compenetración de poderes entre Estado e Iglesia, que constituye una peculiaridad del régimen franquista, transciende la dimensión puramente política, afecta a toda la organización de la sociedad” y tiene su expresión en el ámbito de las celebraciones político-religiosas que con motivo de la Guerra Civil empezaron a hacerse en las provincias de la retaguardia franquista.
Mediante estos ritos la conjunción del poder religioso y el político adquiría una presencia física que eliminaba su carácter abstracto y la incardinaba en el espacio concreto del día a día facilitando así la comprensión de su existencia.
Esta intencionalidad populista de todo el conjunto ceremonial es reconocida abiertamente por los propios jerarcas de la dictadura; José Pemartín, uno de los ideólogos del régimen recoge en ¿Qué es lo Nuevo?, texto destinado a configurar los elementos definitorios del Nuevo Estado franquista: “el pueblo cree lo que ve como previo paso para creer lo que no ve; y si ve a las autoridades rindiendo culto a Dios, si ve a las fuerzas armadas presentando armas al santísimo sacramento, si ve el esplendor del culto católico Español, avaloralorado por la intervención publica y aparatosa de la autoridad civil y militar, cree efectivamente que aquello a lo que se rinde culto es la verdad.
La identificación entre Iglesia y Estado, componente fundamental del nacional-catolicismo, inició su andadura, durante la guerra civil, en este abundante y variado conjunto de ceremonias político- religiosas. La guerra sirvió para reactivar el catolicismo, para sacarlo de la situación de atonía institucional en el que lo había puesto la segunda república.
Las celebraciones político-religiosas contribuyeron a que la iglesia recuperase el espacio de influencia social que había perdido durante la república. El conflicto bélico se convirtió en una circunstancia que a Franco le permitió comprobar la capacidad movilizadora de los actos político-religiosos.
El gobierno franquista de la zona nacional, fortalecido por la eficacia de la dictadura militar pudo poner en práctica una eficaz política propagandística de masas en la retaguardia, esa política obedeció a los principios doctrinales del nacionalcatolicismo, pero no lo olvidemos, también fue fruto del empirismo desideologizado de un gobierno militar que supo ver el potencial movilizador y creador de consenso social de este amplio conjunto de ceremonias.
Salgamos ahora del pasado- vayamos al remate contemporáneo de este arco temporal del fascismo español- desde la ocupación propagandística de los espacios públicos hasta el presente histórico del momento de la irrupción de Vox. En 2018, el arzobispo de Zaragoza decía que colocarle a la imagen de la Virgen del Pilar- día antes del aniversario de la muerte del dictador Franco- un manto fascista, según sus propias palabras: «donado por Falange Española(….) no tenía ninguna intencionalidad política».
La escenificación del fascismo español tiene su origen en las ritualidades religiosas, pero el nuevo fascismo gusta de recurrir a ellas retirándole sus símbolos católicos, secularizándolas- para conseguir que su origen nacional católico no sea percibido y en consecuencia se vea condicionada la eficacia emocional de su impacto- y contemporanizarlas valiéndose del añadido de nuevas retóricas de participación procedentes de la cultura del ocio. Vox ha elegido para hacer su reciente Viva24 una ceremonia envolvente e hipnagógica, mezcla de los antiguos rituales fascistas, la iconografía barroca de los Rompimientos de Gloria, los macroconciertos musicales y las finales de los campeonatos de fútbol. Un embotamiento narcotizado de la racionalidad para construir una “vivencia” -termino que le ha gustado mucho a todos los fascismos- transcendente, de participación en “algo grande”.