Una mujer madrileña de 85 años, con artrosis degenerativa, pide públicamente la eutanasia
Corrió delante de los grises, militó en formaciones de izquierda, tuvo tres hijos, se divorció cuando sólo unos pocos lo hacían y se ganó la vida como trabajadora social cuando la mujer apenas salía de la cocina. Ya no quiere vivir más.
Tiene 85 años y su vida consiste en pasar las 24 horas del día con el cuerpo pegado a un sillón reclinable que por la noche le sirve de cama. Sufre artrosis degenerativa y cada mañana se pregunta qué nuevo dolor la castigará, qué extremidad dejará de mover. Lleva así más de 10 años.
Teresa es una persona culta de pelo cano y piel de surcos que cada vez que habla parece que siente cátedra. Tiene tantas ganas de que alguien le suministre una inyección que la deje dormir para siempre que pide que no se publique su nombre completo. "Si mañana alguien estuviera dispuesto a ayudarme a morir y mi nombre sale en este reportaje, le pondría en un aprieto", razona.
Morir sin sufrimiento
Por ese mismo motivo evita que se la reconozca en la fotografía. "Si sabes de alguien que necesite dinero, yo le pagaría para que me ayude", insiste. No puede hacer nada sola. Teresa es dependiente y paga a una mujer para que la cuide, aunque las noches las pasa sola en su piso de Madrid. "No tengo queja de mis hijos, me visitan siempre que pueden, pero tienen que hacer su vida, y yo no quiero que cada vez que vienen salgan de aquí con los ojos rojos", explica.
La lucidez de Teresa les ha convencido. "Al principio, cuando les hablaba de que quiero que me apliquen la eutanasia, se enfadaban. A medida que ven mi sufrimiento, van comprendiendo mis razones, pero me dicen que no piensan colaborar", explica.
Estafada
Las expectativas de Teresa son negras. "Puedo vivir así 15 años. Pero, ¿por qué tengo que esperar a estar colgada de un respirador para morir dignamente?", critica. "Me corté las venas, pero no funcionó. Si me suicido, igual me quedo aún peor. Quiero morir sin sufrir", exige. Hace siete años le estafaron "500.000 pesetas" (3.000 euros). Pagó a "un señor que ahora preside una organización relacionada con la eutanasia", pero nunca le suministró la inyección deseada ni ella recobró el dinero.
Teresa conserva una cabeza bien amueblada y quiere morir así. "No quiero medicinas psicotrópicas, que te quitan el dolor pero te duermen. Que mi cabeza no me la toque nadie", reivindica. Ha acudido a dos unidades del dolor, donde calman el sufrimiento, pero es reacia a los tratamientos. Así que Teresa tiene dos opciones: aguantar el dolor o paliarlo mediante fármacos que la sedan. Ella ha escogido lo primero. "Si mi cuenta corriente y mi casa son míos, ¿por qué de mi vida tiene que disponer un dios?
Dueña de su vida
Teresa hizo el testamento vital, pero según explica, una asociación le aseguró que no le podían ayudar porque no padece, aún, dolores insufribles. "¿Por qué tengo que esperar a sufrir esos dolores?". Se ganó la vida como trabajadora social y confiesa que en sus brazos murieron muchas personas. Por eso dice que sabe de lo que habla. Teresa se queja de que el Partido Socialista no acabe de legislar sobre una promesa que ya recogía su programa electoral en 2004.
Teresa defiende el derecho a decidir sobre cómo quiere morir y critica la postura de una Iglesia, que no siente suya: "Un religión tan dura no es la mía. Si la vida es de Dios, que venga él a aguantarla".