La médica Teresa Ribas Ariño defiende que la herramienta legal aprobada este miércoles no debe suponer “un conflicto con los principios de la práctica médica, sino más bien un refuerzo de la compasión, la humanidad y de la empatía propias de la práctica sanitaria”.
No es la eutanasia un conflicto con el reconocimiento y consideración a los derechos y libertades de los demás, sino una serie de actos que llevan a un proceso de fortalecimiento de esos derechos que tiene cada persona para ejercerlos con respeto y para que se tengan en cuenta sus valores ; tampoco es un conflicto con los principios de la práctica médica, sino más bien un refuerzo de la compasión, la humanidad y de la empatía propias de la práctica sanitaria frente a una situación de sufrimiento incontrolable e insuperable. El profesional que no esté en consonancia con esta práctica, puede y debe ejercer su objeción de conciencia.
No es eutanasia la limitación del esfuerzo terapéutico, dejar de administrar aquellos remedios o de aplicar aquellas técnicas que únicamente prolongan una vida sin sentido y prolongan la agonía. Eso es buena praxis médica. La medicina actual, altamente tecnificada puede llevar a situaciones aberrantes que provocan más daño en si misma que beneficio. Es preciso saber parar, aunque para ello haya que mantener conversaciones incómodas, a menudo, con los familiares. Porque la medicina, incluso la actual, tiene sus límites.
No es la eutanasia una batalla con los cuidados paliativos; son dos aspectos complementarios y diferentes de la ayuda al buen morir, de la muerte médicamente asistida. Todos los profesionales sanitarios conocen el dolor refractario a todo tratamiento posible y conocido hoy en día; así como hay procesos refractarios a la paliación. Pocos, pero existen. Y es contrario a la buena práctica clínica un manejo inadecuado del dolor. Es en ese lugar donde actúa la ayuda médica a morir, en la conciencia de que para los profesionales, la mala muerte es también una situación de emergencia a intentar modificar de manera prioritaria.
No es la eutanasia un medio de eliminar a personas molestas ni envejecidas, para ahorrar dinero al estado. Es una de las afirmaciones más groseras que se han emitido por parte de los detractores de la Ley de Regulación de la Eutanasia (LORE). Para llevar a la práctica la eutanasia se han de cumplir determinadas condiciones: Artículo 5, apartado d: Sufrir enfermedad grave e incurable o padecimiento grave crónico e imposibilitante. Apartado e: Prestar consentimiento informado previamente a recibir la prestación de ayuda a morir. El contexto que está regulado en la LORE y el cumplimiento de los requisitos es fundamental en su aplicación.
No es eutanasia, por tanto, una excusa para legitimar el homicidio. Es una manera de evitar un sufrimiento insoportable e irremediable en un contexto de muerte anunciada. Desde una óptica laica, óptica en la que se formula la Ley, el dolor no tiene el pretendido efecto humanizador ni redentor con el que se le identifica desde una concepción religiosa de la vida. Las solicitudes de ayuda a morir deben analizarse de manera profunda y sólida, así lo establece la LORE, en búsqueda de problemas subyacentes subsanables.
No es la eutanasia una pérdida de confianza en el quehacer del médico que asiste a la persona solicitante, sino más bien lo contrario. Un clima de confianza entre ambos actores, en la conciencia por parte del paciente de que sus valores van a tenerse en cuenta, refuerza la tranquilidad y bienestar del enfermo, que se siente entendido, acompañado y comprendido en su situación límite irreversible. Y el profesional sanitario se siente respaldado en sus decisiones difíciles para paliar una forma de muerte que vulnere la dignidad.publicidad
No es la eutanasia una pendiente resbaladiza por la cual vayan a provocarse fallecimientos no deseados. La experiencia de otros países no avala esa opinión. No es un medio para que los pacientes sientan que “deben de morir” para “no molestar” a sus allegados. La adecuada aplicación de los protocolos impedirá la práctica eutanásica cuando no esté indicada. Y para ello están los profesionales responsable y consultor y la Comisión de Garantía y Evaluación. Los profesionales no van a ni deben “ofrecer” la prestación sanitaria, van a informar a aquellos pacientes que la soliciten; y deberán cumplir los requisitos que establece la Ley.
No es la eutanasia legalizada algo que vaya a hacer que la ciudadanía se vea empujada a ello: eso es menospreciar a la ciudadanía, pensar que en la sociedad se actúa sin criterio propio. La ayuda a morir sólo se solicita en situaciones límites, ciertamente cuando alguien no quiere vivir en dolorosas circunstancias y únicamente el final de la vida es el modo de acabar con ello. Y aquellas personas contrarias a este procedimiento, jamás se verán abocadas al mismo.
No es la eutanasia legalizada, por tanto, una obligación para nadie. Es una prestación sanitaria para aquellas personas que ven su dignidad y sus valores trastocados por un sufrimiento insoportable, difícil de medir por quienes no lo padecen, y que en el ejercicio de su libertad individual solicitan ayuda para ponerle fin. Morir es inevitable, una mala muerte es profundamente indeseable.
¿Entonces qué es la eutanasia?
Etimológicamente significa buena muerte; se asume que es la ayuda prestada por parte de personal sanitario a aquellos pacientes que, abocados a un sufrimiento intenso, insoportable y limitante, no mitigado por otros medios, y en un contexto de muerte próxima, solicitan a aquellos profesionales con los que mantienen relación clínica y conocimiento, esa ayuda que les permite acabar con su biología y su biografía. Porque como dice el teólogo francés Jacques Pohier “la eutanasia no es una elección entre la vida y la muerte, es una elección entre dos formas de morir”.