Algunos musulmanes que reivindican un estilo de vida laico y un islam tolerante no ayunan Los que vulneran el precepto viven a escondidas.
Son las 18.45, el sol ya se ha puesto y Larbi se encuentra de camino a casa de un familiar para cumplir con el iftar, la ruptura de ayuno a la caída del sol en el mes de Ramadán. Sin embargo, tanto su primo como él ya habían "violado" uno de los cinco pilares del islam. Comieron, bebieron y un cigarrillo remató el almuerzo.
"Yo soy muy escéptico ante las exigencias de la fe islámica", asegura Larbi, que oculta su ocupación para ahorrarse problemas. ¿Se puede ser musulmán y vivir de espaldas al Ramadán? "A escondidas, sí", responde. La vida en el Ramadán para quienes no lo practican es un calvario. "O estás dentro o estás fuera", pero no hay puerta de salida para "los que quedamos en medio y nos condenan a reorganizar nuestros horarios", dice.
El mes de Ramadán –dicen los creyentes– sirve para poner a prueba la capacidad de sacrificio y de disciplina y para adoptar estrictamente una buena conducta, pero Larbi rehúye todo eso. "Ya lo intento hacer todo el año", afirma. "El ayuno en vez de reforzar la paciencia, genera en los musulmanes practicantes más violencia", continúa. A su juicio, "mortificar el cuerpo sin comer ni beber provoca situaciones de histeria".
Hace una semana, vio cómo una mujer, subida en un coche, golpeaba con fuerza el techo del vehículo. No supo calificar aquello, pero sí encontró una respuesta a este tipo de reacción: "El Ramadán en algunos puede transmitir calma, pero en muchos otros, produce ira y desesperación". Confiesa que está contando los días que restan para el gran día de Eid al Fitr, la fiesta que pone punto final al Ramadán con la ruptura del ayuno. "Volveremos a la normalidad, hamdu lil´lah (gracias a Dios)".
Miedo a cocinar
Por su lado, Mohamed está obligado a hacer una dieta a base de bocadillos y ensaladas. Todos los días del mes sagrado come en casa, pero teme cocinar. "Los vecinos me pueden delatar", dice.
Periodista de radio, se define como laico. "Nací en una familia musulmana pero luego, por propia convicción, dejé de serlo". A los 7 años, le insistió a su madre para ayunar. "No me lo permitió porque debía esperar a la pubertad", cuenta. Hoy se lo agradece. Su tío es profesor de filosofía y dispone de una inmensa biblioteca a la que Mohamed acudía con asiduidad. Empezó a leer las obras de Marx y los estudios sobre la evolución del saber y del derecho que le emplazaron a observar el mundo "con un ojo material". Aunque, fueron los libros del investigador egipcio Sayed al Quemni y el intelectual saudí Abedelá al Quasimi –críticos con el pensamiento religioso– los que le cambiaron las ideas sobre el islam.
Por el contrario, un colega del gremio, Tour Edwin el Houti, de 28 años y también investigador en la Universidad de Tetuán, no puede contenerse: "¡Una persona que no practica el pilar más importante de nuestra religión es alguien que no respeta el orden de Dios, y la única cosa que debo hacer es pedirle a Alá que le ayude a volver al islam!", afirma. "Para una madre, es muy duro decir que su hijo no respeta el Ramadán", lamenta Bechar, un joven profesor de Casablanca. Su madre lo asumió después de una semana de llanto. "La presión social es muy fuerte ¡Nos pueden condenar por ello!", exclama enfadado.
Cualquier persona que profese la religión islámica y desayune durante el Ramadán en un lugar público sin una excusa legítima, según el Código Penal "será castigado con una pena de uno a seis meses de cárcel" y "a pagar una multa de 12 a 120 euros", señala Mehdi, quien vive lejos de la tradición. "Freelance, creyente y no practicante", comenta sin querer decir el apellido (al igual que Mohamed, Larbi y Bechar). "¿El mes de Ramadán? Muy duro", afirma. Se siente empujado a vivir paralelamente a la sociedad.