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Problemas Universales

Tanto en Europa como en América, la problemática para la Iglesia Católica es la misma. Una constante pérdida de fieles practicantes, a pesar de la fuerte presión política que las autoridades católicas realizan a los diferentes gobiernos occidentales ante cualquier ley que, según consideren, viole las enseñanzas de su religión.

En estos días hemos tenido noticias que llegaron desde Uruguay, cruzando el Río de La Plata, con un tema que seguramente en algunos años será materia de debate también en nuestro país. A partir de la reciente reforma legal aprobada por el Senado uruguayo, en el país vecino las parejas homosexuales podrán ser padres con iguales derechos a los matrimonios heterosexuales. Esta legislación convierte a este país en el primero de la región en abrir el camino a la adopción plena a parejas del mismo sexo.
El proyecto es parte de una modificación al “Código de la Niñez y la Adolescencia”; y habilita a parejas con cuatro años de unión civil o concubinato, incluidas las homosexuales, a solicitar un menor en adopción. Esto ha sido muy criticado por la Iglesia y los sectores más conservadores de la sociedad, pero contó con el apoyo de 17 de los 23 senadores nacionales.
La ley no está orientada únicamente a defender las atribuciones de las parejas homosexuales; lo que buscaron los legisladores del Frente Amplio, quienes presentaron el proyecto, fue respaldar el derecho de los niños a tener una familia. Según la senadora oficialista Percovich, el Congreso uruguayo buscó con esta ley unificar el sistema de adopción, acelerar los procesos de traspaso de familia y evitar el tráfico de menores, para estar a tono con lo que establece la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas.
La modificación ya había sido aprobada por la Cámara baja, tras una muy agitada sesión parlamentaria. A esto se suma que Uruguay ya había habilitado la unión civil para parejas del mismo sexo en el año 2008, otorgándoles los mismos derechos que a matrimonios heterosexuales. La iniciativa prevé únicamente que los adoptantes sean mayores de 25 años, lleven cuatro años de vida en común y tengan al menos 15 años más que el niño que se integre a la familia.
La ley deberá ser remitida al Poder Ejecutivo para el visto bueno final. Y ahí es donde presiona la Iglesia de Uruguay. Buscan convencer a Tabaré Vázquez para que la derogue.
La Iglesia uruguaya manifestó su oposición desde los inicios, al considerar que las figuras diferenciadas de la madre y el padre resultan fundamentales "para un correcto desarrollo de la personalidad" de los niños. "No es un tema de religión, filosofía o sociología. Es algo que se refiere esencialmente al respeto de la naturaleza humana", declaró el Arzobispado de Montevideo en un comunicado.
Los europeos fueron pioneros en esta tendencia, iniciada por Holanda en 1999. Las leyes son diferentes según los países; pero básicamente Alemania, Suecia, Noruega, Islandia, España, Inglaterra y Gales contemplan esta modalidad de adopción, que también es reconocida en Israel y Sudáfrica.
Este tipo de discusiones son las que alejan a la gente de la Iglesia Católica, una realidad que ya no niegan las autoridades de Roma. Al igual que a los radicales islámicos, a los grupos ultra católicos les cuesta comprender que nadie está obligado a cambiar su actitud ante la vida por una ley. Lo que las leyes permiten es que otras personas, que no pertenecen a ese culto, puedan vivir a su real saber y entender. Nadie obligó a ningún católico a divorciarse por el solo hecho de que esté permitido. Nadie obligaría a una mujer católica a realizarse un aborto, exactamente por lo mismo.
Vivir y dejar vivir, decimos nosotros. Relativismo moral y secularismo a ultranza dicen ellos, como en una especie de insulto que de ninguna manera nos afecta, ni nos llevará a acercarnos otra vez a un lugar del que nos alejó a fuerza de no entender el mundo actual; en definitiva, de no entendernos.
Pero para ellos, la culpa, por supuesto es nuestra. El papa Benedicto XVI indicó que una cierta interpretación del Concilio Vaticano II ha sido una de las causas de la pérdida de fieles dentro de la Iglesia Católica, según declaró ante un grupo de obispos brasileños.
“En los decenios sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura al mundo no como una exigencia de ardor misionero” sino como “un pasaje hacia la secularización”, dijo.
Para Ratzinger, teólogo de fuste y dueño de una inteligencia importante, lo que al Papa no le gusta del Concilio lo convierte en un malentendido. Siguiendo el camino de Juan Pablo II, se mantiene en una ortodoxia que lo está llevando a quedarse cada vez más solo. El Pontífice hizo estas declaraciones cuando visitaron el Vaticano obispos de Brasil, uno de los países donde más arraigó la Teología de la Liberación, y una de las interpretaciones del Concilio Vaticano II más criticadas por el papa Ratzinger.
Odilio Scherer, arzobispo de San Pablo, reconoció la fuga silenciosa de católicos y aceptó que éste fue uno de los temas centrales de la V Conferencia de Obispos de América Latina y el Caribe. Mientras tanto, el cardenal brasileño Hummes consideró que la opción de fieles católicos por otras confesiones se debe a la expansión de sectas protestantes que siempre atraen un mayor número de católicos bautizados. Esa situación, según la Iglesia, se debe al relativismo moral importado de Europa e introducido en América Latina sobre todo por medio de los medios masivos y los intelectuales.
Y las cosas no van mejor por Europa. La secularización de países de vieja tradición católica como España, Italia, e incluso de la sociedad de Polonia, amenaza la influencia de la Iglesia.
Sin dudas el presidente socialista español, Rodríguez Zapatero, es visto como un enemigo para los sectores más ultra de la Iglesia ibérica. La legislación de matrimonio homosexual presentada en el 2005 -sumada al proyecto de ley que volvía optativa la enseñanza de la religión católica, disminuyendo así su influencia en el sistema escolar- llevó a unos veinte obispos españoles a ganar las calles de Madrid, movilizando a cientos de ciudadanos pertenecientes a asociaciones católicas.
Monseñor Antonio María Rouco Varela, cardenal y arzobispo de Madrid, se ha puesto al frente de la lucha religiosa y política contra el gobierno socialista, jugando más como un opositor ideológico que como un representante de la Iglesia. Cualquier parecido al cardenal Bergoglio es pura coincidencia, claro.
La Iglesia española sigue gozando de poderosos apoyos económicos, mediáticos y de militantes como los miembros del Opus Dei, en los sectores directivos y en la sociedad: todavía hoy las escuelas católicas educan a la mitad de los alumnos españoles. Pero su influencia es contrarrestada por una fuerte secularización en la forma de pensar: más del 78% de los católicos votaron al socialismo, el 33% de los cuales se dice practicante.
El jesuita y jefe de redacción de la revista Etudes, señaló que España e Italia tienen en común ser viejas naciones católicas y haber conocido la dictadura; pero la de Franco dejó más huellas que la de Mussolini. Además, en Italia el partido demócrata cristiano desapareció en 1994 después de descubrirse conductas mafiosas de sus integrantes, y esto condujo al episcopado italiano a rever completamente su manera de intervenir en la escena pública.

La Iglesia polaca

La Iglesia polaca también se enfrenta a los desafíos de la secularización y el pluralismo. La crisis es más fuerte de lo que se admite. Los sacerdotes dejan los hábitos; las vocaciones sacerdotales y religiosas disminuyen, los obispos son considerados administradores sin carisma y la práctica religiosa está en baja.
Los polacos han comenzado su aprendizaje de vivir en libertad y pluralismo; sin los comunistas ni la Iglesia diciéndoles lo que está bien o mal. De todos modos, el 95% de la población polaca se dice católica y el 40% practica asiduamente el culto. Pero lo extraño es que el 54% estaría a favor del aborto y el 60% del concubinato. Lo más peligroso es que, entre los más jóvenes, el 52% declara tener una fe personal sin necesidad de las jerarquías religiosas.
La Iglesia polaca todavía pretende hablar en nombre de toda la sociedad, como en los tiempos en que simbolizaba la resistencia al régimen comunista caído en 1989. Esa pretensión, hoy, es una ficción. Basta con remitirse a las contras que provocaron en la sociedad las diatribas antisemitas y ultranacionalistas de Radio María, o a las críticas constantes de intelectuales católicos llamados abiertos.
Una de las posibles causas de esta crisis es la desaparición de Juan Pablo II. Sin dudas el Papa era el verdadero jefe de la Iglesia polaca, a la que le daba con su sola historia y presencia una suerte de halo mitológico.
Su muerte llevó a Polonia otra vez a la normalidad, y a su iglesia a una realidad para la que no estaba preparada. El catolicismo se enfrentó a las tensiones internas que, la oposición al régimen comunista primero y la presencia carismática de Wojtyla después, obligaron a silenciar.
Ante este laicismo de la sociedad occidental, el Papa teólogo, Ratzinger, no deja de advertir su gravedad y de asumir que será duradera. Y mientras tanto apoya el combate frontal que los obispos llevan contra los gobiernos de turno, en Europa y en América Latina también.

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