Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes, es para muchos un tiempo de introspección, familia y acercarse a Dios. Sin embargo, para otros miles, es también una imposición
«No cabe coacción en la religión» (Corán 2:256)
«Si tu Señor hubiera querido, todos los habitantes de la tierra, absolutamente todos, habrían creído. Y ¿vas tú a forzar a los hombres a que sean creyentes?» (Corán 10:99)
«¡Qué crea quien quiera, y quien no quiera que no crea!» (Corán 18:29)
«Prefiero un hijo muerto a un hijo ateo». Ibrahim no podía creer que semejantes palabras pudieran salir de la boca de su padre. Era la primera semana de un Ramadán inusual en Madrid: mezquitas cerradas, rezos en casa y cenas sin invitados. El estado de alarma frustró los planes del joven de 19 años que pensaba volver a Alemania, país en el que estudiaba, justo antes de Ramadán para evitar tener que fingir delante de sus padres que seguía siendo musulmán. Se atrevió a compartir con ellos que este año no ayunaría, su padre le asestó una bofetada y le amenazó con dejar de pagar sus estudios si seguía en su empeño de separarse del islam.
Su libertad se hizo pedazos.
La historia de Ibrahim forma parte de una realidad a menudo ignorada: la de los musulmanes que no pueden abandonar su religión. Hablamos desde casos extremos en los que la víctima ha tenido que huir de su casa, hasta casos cotidianos en los que la presión social, la manipulación emocional y la culpa desembocan en tener que conformarse con vivir una doble vida.
El Ramadán ateo
«Vivo en España, un país laico en el que no ayunar no debería suponer un problema. Pero lo es. No van a meterme en la cárcel por comer y beber durante el día, pero mi madre llorará y amenazará con suicidarse y mi padre repetirá que prefiere un hijo muerto a un mal musulmán», confiesa Ibrahim. «Hay muchas personas en mi situación, nuestro punto de encuentro son las redes sociales y la mayoría coincide en que es mejor callar y fingir que eres la persona que tus padres quieren que seas».
Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes, es para muchos un tiempo de introspección, de refugio, de familia, de acercarse a Dios mediante el sacrificio. Las redes sociales se llenan de mensajes de paz y amistad. Es una parada en el camino para tomar aire y reflexionar sobre uno mismo y su relación con Alá y con el mundo. Sin embargo, para millones de personas, Ramadán es también una imposición. En algunos países, comer, beber y fumar en la calle durante las horas de ayuno está penado con prisión. Violar las normas religiosas puede interpretarse como blasfemia y apostasía, delito que en Pakistán, Irán o Arabia Saudí aún se castiga con la muerte.
En Pakistán, Aisha comparte retazos de sus días de hambre y confinamiento a través de sus redes sociales. Acompaña sus textos con el hastag #awesomewithoutallah y #exmuslimwhy. También ha tenido que quedarse en casa de sus padres inesperadamente, al no poder viajar a Londres, ciudad en la que estudia y trabaja. Su madre revisa su habitación a conciencia cada mañana para asegurarse de que la joven no esconde comida o agua. Antes del amanecer, en el ‘suhur’, la última comida permitida antes de empezar el ayuno, Aisha esconde entre sus ropas nueces y comida seca. En el lugar donde vive el agua del grifo no es potable y su madre guarda las garrafas de agua bajo llave. «Mi madre cree en un Dios que me quiere sedienta», bromea. «¿De verdad hay gente que cree que Alá está aplaudiéndoles desde el cielo por forzar el ayuno en los otros?»
Se tiende a asumir que no existen casos así en Europa, que de hacerlo se tratan de excepciones extremas y que no debe caerse en generalizaciones. Lamentablemente el problema es real, y al igual que se lucha contra la islamofobia ignorante y racista que impera en nuestros tiempos, se debe luchar también por el derecho de todos aquellos musulmanes que quieren dejar de serlo. La verdad ha de ser imparcial, la lucha por los derechos humanos no debe basarse en lo que nos gustaría que fuera, sino en lo que es.
De puertas para afuera soy un buen musulmán, pero es todo fachada
Los extremismos anulan la individualidad; no importa que seas amable, respetuoso, afectuoso, quieras y te dejes querer. La ideología está por encima de todo eso, como una condena. No importa la persona, importa que seas una parte obediente de una u otra categoría. Y que nunca la cuestiones. «De puertas para afuera soy un buen musulmán: llevo años acudiendo sin falta a los rezos de los viernes de la mezquita de la M30, ayuno, mis padres están orgullosos de mí, pero es todo fachada», declara Omar. «Cuando perdí la fe supe que declararme ateo supondría perder toda una identidad; familia, amigos, costumbres, cultura, estatus social. Tengo una cuenta en una red social en la que conecto con otros exmusulmanes; ese es mi desahogo. Es horrible que vivamos en un mundo en el que cuestionar una religión pueda llevarte a perderlo todo».
Para las personas que entienden la religión como imposición no cabe en el mundo otra verdad. Ayunar en Ramadán es seña de identidad, orgullo y pertenencia para millones de personas en pleno siglo XXI, un siglo en el que las verdades absolutas deberían estar ya más que superadas. Pero la economía sobrevive de extremismos y cuestionar las reglas comunitarias sigue castigándose duramente.
Para mí, como musulmana, es simple: la religión ha de ser un proceso íntimo y libre. Si mi hermano es ateo y no quiere ayunar, he de respetar su decisión
«No dudamos a la hora de denunciar ataques racistas contra miembros de la comunidad musulmana, pero cuando se trata de denunciar los abusos y dificultades que sufren los exmusulmanes se nos silencia y se nos tacha de islamófobos», cuenta Baquir, exmusulmán en Barcelona.
En efecto, a pesar de los esfuerzos por alcanzar un sistema justo, la libertad de expresión sigue siendo unidireccional en muchos casos. Asusta ser consciente de que tratar de sacar a la luz ataques contra una minoría pueda considerarse un ataque a la fe. Asusta sentir cómo se instauran los absolutismos, origen de toda guerra, de todo conflicto. ¿No es, acaso, la religión un espacio para la justicia?
La buena noticia es que las nuevas generaciones de musulmanes en España cuentan con miembros muy comprometidos con el derecho del individuo a responder solo a su fe, o a su falta de ella. Sarah lleva años acompañando a su hermano en su camino a la no creencia con respeto y amor. «Para mí, como musulmana, es simple: la religión ha de ser un proceso íntimo y libre. Si mi hermano es ateo y no quiere ayunar, he de respetar su decisión, y si es víctima de opresión por parte de mis padres lo correcto es ayudarle para que pueda comer y beber a escondidas», explica. «Me da miedo que me sorprendan escondiendo snacks para él, pero mi conciencia está tranquila porque sé que hago lo correcto».
Las sucias manos de la política
Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el islam son sus múltiples interpretaciones: por una parte está el islam al que han despojado del mal dotando de significados contextuales a aquellos versos del Corán que ordenan la muerte de los infieles, que se contradicen, que colocan a la mujer en lugares de clara sumisión e inferioridad. Está el islam feminista que subraya todas las leyes que tratan de proteger los derechos de la mujer. Musulmanes con pasión por lo bueno que tratan de ignorar lo negativo. En el otro extremo está el islam de aquellos que se decantan por el lado oscuro del Corán, también existente, dejándose manipular por psicópatas que saben cómo hacer un mal uso de la fe.
Estos dos extremos se ponen en evidencia cada vez que hay un ataque terrorista perpetrado por grupos islámicos. Entonces, los defensores del islam como religión de paz, comparten en sus redes sociales el verso del Corán que establece que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda la humanidad (5:32). Al mismo tiempo, los terroristas justifican sus acciones en la continuación de la misma sura: esta ordena la muerte o la crucifixión o que se corte la mano y el pie contrario, o que se expulse del país a aquellos que hagan la guerra a Alá y a su mensajero (5:33). Ambos mensajes están en el Corán. Ambos son verdad.
Por si no fuera suficiente con la falta de consenso de unos y otros, tenemos siempre al acecho a la extrema derecha islamófoba, hambrientos de material para seguir justificando actitudes repugnantes hacia todos los musulmanes. También se apuntan al caos algunos grupos de la izquierda que acusan de intolerantes a aquellos que osan criticar el islam. Políticos jugando a lo divino, reaccionando sin tener idea alguna de la profundidad del problema. Ese es el daño. La sensación de que somos dueños de algún tipo de verdad, la sensación de que debemos imponerla sobre nuestros allegados, la falsa idea de que somos responsables no solo de nuestra propia salvación sino de la salvación del que tenemos al lado. Y mientras unos y otros gritan: «¡Esto es islam! ¡Esto no lo es!», los abusos a los derechos humanos siguen amparándose en la opacidad ideológica.
Qué necesario separar ideología y fe. Qué necesario entender que no somos dueños de nuestros hijos, de nuestros padres o hermanos. Qué importante entender que los exmusulmanes no pretenden acabar con la religión musulmana, sino irse en paz. Qué importante entender que la lucha contra el racismo no puede caer en el error de prohibir las críticas a la religión. Qué necesario luchar juntos por los derechos universales. Qué urgente colocar a la persona por encima de la doctrina.
Que sea este un Ramadán de encuentro y de cuidado. De responsabilidad y mesura. De cuidar a quienes deciden ayunar, de cuidar a quienes deciden no hacerlo. Que sea un Ramadán de puertas abiertas, especialmente en estos tiempos raros de silencio y desencuentro. Inshaallah.
*Algunos nombres de las personas entrevistadas han sido cambiados para proteger su identidad.