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Por qué la caverna odia Educación para la Ciudadanía

La Sala Tercera del Tribunal Supremo ha rechazado el pretendido derecho a objetar contra EpC. El principal argumento de los objetores, «los padres tienen derecho a formar moralmente a sus hijos», me parece de una simpleza sonrojante.

Y, además, una falacia. Nadie va a impedir que un padre intente inculcar preceptos morales a su hijo. Nadie.

Todo me induce a pensar que lo que irrita a quienes impulsaron la objeción no es que les repriman educar a sus hijos—nadie se lo impedirá jamás—sino el matiz de relativismo que atesora EpC, es decir, el estudio de la realidad desde todos los ángulos posibles, sin prejuicios. La posibilidad de que los dogmas y “verdades” puedan ser cuestionables es un ejercicio de relativismo…

… Y el relativismo o librepensamiento colisiona contra el sectarismo. Podemos comprobar que quienes más crispan, insultan y vociferan suelen ser los más sectarios. Y es normal porque desde posturas sectarias se piensa que fuera de la secta no hay salvación. Al fundamentalista le provoca irritación intelectual, no el hecho de discrepar, sino el hecho de que se argumente desde fuera de sus ideas, y por eso siempre gritará, crispará y desafiará esta asignatura.

Sin embargo, quien está honestamente convencido de sus ideas, quien además de ideas cultiva ideales, no solamente no le importa compartir planteamientos del antagonista, sino que, al contrario, disfruta con ese diálogo, se enriquece con otras ideas y, por supuesto, jamás las “objeta”. ¿Por qué?

Porque sus esquemas son muy distintos a los de la caverna. A la caverna le sulfura compartir y le enerva dialogar, no vaya a ser que una argumentación convincente resquebraje su frágil andamiaje ideológico, los asideros mentales donde adormece su inseguridad.

Así, pienso que quienes aborrecen EpC en realidad odian la posibilidad de que alguien o algo perturbe sus credos. No aceptan que su verdad—los dogmas católicos por ejemplo—no tiene por qué recibir el sello de verdad oficial y única. Merecerán todo el respeto, pero su moral privada nunca deberá imponerse a las nuevas generaciones.

Antes, bien al contrario, deberá coexistir con otras visiones que no tienen derecho a hurtar a sus hijos.
Disculpen si me equivoco pero creo, por tanto, que mienten cuando claman por el “derecho a educar a nuestros hijos”. Esto no se lo impide nadie. Lo que realmente quieren es incrustar sus dogmas a sus propios hijos. Lo que los asusta es que sus descendientes puedan abrir su razón a otros planteamientos y escoger en libertad “verdades” distintas.

Frente a lo anterior, EpC ofrece, ciertamente, un dulce aroma de librepensamiento (o, como les gusta llamar, relativismo). Así, todas las posturas son expuestas y se consideran admisibles si se ejercen desde el respeto y los valores democráticos.
Pero mucho me temo que las ideas de laicidad, igualdad de género, respeto e integración de las distintas opciones sexuales, ampliación del concepto de matrimonio y familia, protección a la mujer y a los más débiles o rechazo al dogmatismo, tambaleen débiles cimientos ideológicos.

Esto, sin duda, puede generar inseguridad en mentes alérgicas al librepensamiento. La inseguridad conduce al miedo, y el miedo desemboca en la agresividad. De la agresividad al odio no media ni una pulgada. Por estos motivos opino que la caverna odia EpC.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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