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¿Por qué Estado Islámico le está ganando la partida a los herederos de Bin Laden?

Su auge en Oriente Medio ha puesto en situación de alerta a los países de la región y a la comunidad internacional.

Enemigo de Al Qaeda, lucha —desde su autoproclamado califato en Irak— por convertirse, desde el yihadismo extremo, en el faro que guíe a los musulmanes.

Combinan métodos de la justicia medieval (esclavitud, decapitaciones, latigazos) con una exhibición presuntuosa de sus logros en las redes sociales.

Una austera habitación de paredes blancas, alfombras árabes y un ventanuco. Un cañón de luz que proyecta el Power Point de rigor. Sentados, varios soldados con pasamontañas y mochilas idénticos siguen las explicaciones de un barbudo en bermudas y gorra. Podría ser un día más en una escuela cualquiera de adiestramiento militar, pero para el grupo yihadista Estado Islámico (EI) todos los días son el último y cada lección aprendida es un ineludible mandamiento sagrado.

No es necesario estar allí entre sus combatientes –las últimas estimaciones hablan de más de 30.000 luchadores, de 90 países– para saber qué hacen. Entre sus obsesiones, además del extremo rigor salafista –una rama suní del Islam especialmente ortodoxa y violenta– está el exhibicionismo. Memes de gatitos y decapitaciones con ínfulas cinematográficas. Selfies dorados al atardecer y amenazas de muerte contra todo bicho viviente que no acepte su credo califal. Y mucho, mucho Twitter.

Sin embargo, la atrayente superficialidad siniestra que gastan en las redes sociales no alcanza para aclarar su naturaleza. Estado Islámico, el grupo integrista que convulsiona Oriente Medio, sigue siendo hoy –un año después de su teatral reaparición– una incógnita. Sus milicias administran despiadadamente urbes históricas de Irak y Siria, y la organización ha reemplazado a Al Qaeda como primera pesadilla de occidente. Pero la oscuridad, pese a todo, permanece.

En EE UU, el desconcierto entre las autoridades militares sigue siendo enorme, y Europa bastante tiene con lamerse las heridas tras cada decapitación o atentado (como sucedió en el caso de su colaboración con Al Qaeda en los atentados de París contra la revista Charlie Hebdo). ¿Es Estado Islámico solo una facción más dentro del yihadismo? ¿Un protoestado con ases en la manga para convertirse en algo más que un agente desestabilizador? ¿Podrá el mundo árabe y musulmán hacerle frente o por el contrario ahondará su división? ¿Terminará suplantando a Al Qaeda en el trono del terror? ¿Cuánto durará su autoproclamado califato? Aquí van algunas respuestas.

La gran crisis del mundo árabe musulmán

No se puede entender el renacimiento de Estado Islámico (la organización tuvo su bautismo de sangre en la posguerra iraquí, año 2003) sin la aguda crisis de civilización que atraviesa el mundo árabe. Europa y EE UU, sumidos en sus propias tribulaciones económicas, no han sido capaces de ver a tiempo lo que algunos especialistas califican de auténtica guerra mundial en oriente. «Estado Islámico es la última etapa de la crisis que aqueja a la civilización árabe musulmana, que es política y religiosa», asegura el analista político William Pfaff en un artículo en la revista Política Exterior.

Estado islámico son, básicamente, musulmanes amargando la vida a otros musulmanes. Máquinas de anatemizar. Todo lo que no sea seguir su severa interpretación del Islam lo consideran herejía e idolatría, desviaciones que se pagan con la vida. EI ha vertido toneladas de sal en heridas abiertas. La guerra sectaria, las divisiones entre las diferentes corrientes del Islam, la crisis económica en Estados sostenidos por un autoritarismo del que parte de la ciudadanía recela, son males endémicos en casi todo Oriente Medio. Hoy, todas esas disfunciones se han agrandado y amenazan con provocar un colapso regional.

Aunque no hay que menospreciar la capacidad de seducción (y tambiçen de horror) de Estado Islámico. Muchos mulsulmanes, empujados por el deseo de cambiar la realidad política y social en la que habitan, han decidido emigar a los territorios dominados por el grupo. «EI es la manifestación más clara de la reforma que se está produciendo en la actualidad [en el mundo musulmán]», asegura Bernard Haykel, catedrático de Estudios sobre Oriente Próximo en Princeton en un artículo en el El País, «pero su realidad es brutal, y su excesiva violencia es insostenible a largo plazo. Es improbable que EI perdure mucho, pero la razón para su existenvcia seguirá insatisfecha».

Al Qaeda y sus franquicias locales han venido abonando el terreno con atentados suicidas, secuestros y amenazas. Ahora, EI quiere recoger los frutos con una ambición y un maximalismo inusitados. Hay, por ejemplo, quien vio en su inesperada proclamación del califato en junio de 2014 –tras la sencilla toma de Mosul– un exceso retórico propio de las organizaciones terroristas. Pero la mayoría de los especialistas lo analizan ya como un movimiento pleno de sentido político, el paso más allá que los sucesivos herederos de Bin Laden nunca se atrevieron a dar.

La etapa de clandestinidad y la lucha contra Al Qaeda 

Una de las primeras víctimas de Estado Islámico fue un español. Un militar. Sucedió en Bagdad, en agosto de 2003. Un grupo hasta entonces inédito (Al Qaeda en Irak) atentó contra la sede de la ONU en la capital iraquí. Murieron 22 personas. Han pasado 12 años y varias nomenclaturas. También varios líderes carismáticos desde aquel Abu Musab Al Zarqawi, asesinado por EE UU en 2006. Hoy, EI está comandado por un (autoproclamado) califa, Abu Bakr Bagdadi, un docto estudioso del Corán, bregado en la insurgencia iraquí y fascinado por la pureza del petróleo y de la religión.

Aunque Al Qaeda en Irak acabó siendo fagocitada por la organización de Bin Laden, el grupo de Al Zarqawi ya contaba con rasgos distintivos de lo que hoy es el EI. Así lo señala el investigador en asuntos de defensa Jesús M. Pérez en el blog Guerras posmodernas, para quien su objetivo iba más allá de acabar con la presencia estadounidense en Irak: «La intención de Al Zarqawi era reislamizar los territorios liberados y buscar la confrontación con los chiitas iraquíes», afirma.

Los primeros años (de 2006 a 2010) de lo que hoy es EI vinieron marcados por las disputas teológicas (las luchas doctrinarias en el seno de la intelligentsia yihadista sobre los fines y las proclamas de los nuevos líderes), la sumisión –a disgusto– a Al Qaeda y el deseo de organizar un gran atentado que les sacara del relativo anonimato que ostentaban en el puzle iraquí. «La idea de estado islámico», señala Cole Bunzer, investigador del Centre for Middle East Policy, «es una idea de largo recorrido, discutida por muchos». Una obsesión de los líderes insurgentes que finalmente triunfó.

Ese triunfo fue modesto, pero al final llegó en 2010. Aunque celebrado en petit comité por un puñado de yihadistas en recónditos sitios de Internet, Estado Islámico de Irak (su penúltima mutación nominal) –con nuevos líderes, pero la misma ambición del comienzo– se lanzó a la conquista abierta del mercado de la Yihad global. Primero el propio Irak, que conocía bien, y donde aprovechó el erial dejado por las tropas estadounidenses en retirada; más tarde Siria, donde como señala M. Pérez, «disputó la hegemonía a las fuerzas de Al Qaeda en este país, el Frente Al Nusra«.

¿Por qué Estado Islámico es más sexy que los herederos de Bin Laden?

Los expertos en terrorismo islamista advierten: Estado Islámico no es una amenaza que reemplace la de Al Qaeda, sino una amenaza que se suma a la ya existente. Que ambos grupos sean enemigos íntimos (en cuanto a corpus doctrinario y cuota de mercado) no significa que se hagan la guerra entre ellos, sino que combatirlos requiere de nuevas estrategias. Estado Islámico funciona como un grupo terrorista, porque mata; también como un estado, porque recauda impuestos; y como una entidad política viva, porque su afán es la conquista de territorios.

En cambio Al Qaeda, que recluta a militantes de mayor edad, tiene objetivos menos ambiciosos y, en cualquier caso, se marca un plazo mayor de tiempo para alcanzarlos (décadas, incluso siglos). Según Bunzer, aplicando categorías occidentales a ambos, Estado Islámico vendría a ser la izquierda (más totalitarios y radicales) y Al Qaeda la derecha. EI, además, es hoy la organización terrorista más rica (por la confluencia de diferentes motivos), lo que le otorga una capacidad de influencia, coacción y sobornos todavía mayores.

Los dirigentes de Estado Islámico adoptan una calculada pose de ambigüedad. Por un lado, sus discursos y soflamas son intachablemente académicos y rigurosos en lo teológico. No solo no dudan, sino que se regocijan en el aspecto medieval de los castigos que imponen (decapitaciones, esclavismo, lapidaciones, latigazos). Por otro lado, combinan la firmeza punitiva con el desarrollo de un programa social que trataría de parecerse al Estado de Bienestar occidental, explica el cronista especializado Greame Wood en un extenso reportaje en The Atlantic. Aplican, pues, el pack completo de la sharía (ley islámica): protección a la comunidad y castigo al infiel.

Aunque quizá, la diferencia más llamativa entre Al Qaeda y EI proviene de sus estrategias de propaganda. «EI es más sexy que Al Qaeda», dice Carlos Setas, doctor en seguridad internacional y especialista en Asia Meridional, «porque se esfuerza en transmitir dos imágenes. Por una parte, muestra los territorios que controla como un lugar idílico, donde los muyahidines pueden emigrar con sus familias; por otra parte, presentan las fronteras del califato como algo en continua expansión».

El renacer: de Irak al Califato

Ataturk, el fundador de la Turquía moderna, terminó con el último califato sobre la tierra, el califato del Imperio Otomano, en 1924. Tras noventa años de ausencia, el 29 de junio de 2014, el líder de Estado Islámico Al-Baghdadi es proclamado califa, o lo que es lo mismo, monarca absoluto del Islam. Unos días después, subido al púlpito de la gran mezquita de la recién tomada Mosul, el neófito califa muestra su rostro al mundo y reclama obediencia a todos los fieles musulmanes.

Pero los cimientos de esta ceremonia, de repercusión planetaria, empezaron a ponerse meses antes. Entonces pasó desapercibido, pero en enero de 2014 Estado Islámico se hizo con el control de Faluya, ciudad cercana a Bagdad y enclavada en una provincia de mayoría suní. Esa victoria dio alas a los combatientes de Al-Bagdadi, a quien todavía no se le conocía el rostro, e estimuló la cosecha de reclutas deseosos de participar en la ciega liturgia de la bandera negra.

Los triunfos militares, unidos a una eficaz y sugestiva propaganda de los mismos, hicieron que en pocos meses Estado Islámico provocara un «shock a nivel internacional», en opinión de Charles Lister, investigador del Brookings Center de Doha y autor de Estado Islámico: una breve introducción (todavía sin traducir al español). Fue en ese momento cuando los ojos de las cancillerías del mundo se volvieron sobre una facción hasta entonces minoritaria. ¿Demasiado tarde?

¿Puede llegar a morir de éxito Estado Islámico?

Primero fue Kobane, en Siria; ahora Tikrit, en Irak. Estado Islámico retrocede en los bastiones conquistados en el último y exitoso año. Los bombardeos de la coalición internacional, la resistencia kurda y la oposición de las milicias chiíes, todo junto, está resultando ser una buena estrategia. Las huestes de Al-Bagdadi jugaron la baza del expansionismo feroz antes que la de asentar lo conquistado, y esta es una decisión que conlleva muchos riesgos. «De haberse detenido en sus primeras conquistas», razona Félix Arteaga, investigador de Seguridad y Defensa del Instituto Elcano, «le hubiera sido sencillo consolidar el control». Pero pecaron de hybris, el mal de la demesura que afectaba a los clásicos.

Pero mientras retrocede en su cuna, Estado Islámico –en una estrategia diferente a la usada hasta el momento– se expande peligrosamente por otras latitudes, en lo que el experto en yihadismo Peter Neumann llama ‘estrategia del derrame de petróleo’. Libia, Yemen, Argelina, Afganistán e, incluso, el Sudeste asiático. En todos estos lugares Estado Islámico ha fundado bases extraterritoriales que le sirven de trampolín a sus acciones, tejiendo una red de lealtades con las facciones de grupos terroristas locales –como Boko Haram en Nigeria– que les dan amparo y herramientas para el combate.

Especialistas como Jesús Argumosa, exjefe de la Escuela de Altos Estudios de la Defensa (CESEDEN) y director de la publicación especializada Atenea, alertan de que la inexistencia de una «estrategia global de la comunidad internacional» favorece a Estado Islámico. «La estrategia reactiva, a impulsos, frente a la permanente ofensiva de EI», no es suficiente, asegura. Urge, y en eso coincide con otros especialistas, una estrategia integral, militar, de inteligencia, política, etc., para frenar las acometidas de los terroristas.

El debate sobre qué hacer frente a Estado Islámico, como en su día ocurrió con Al Qaeda, implica a muchos actores, tanto políticos como militares y académicos. En este sentido, el reputado politólogo estadounidense Josep S. Nye, recuerda que lo que él llama «guerra de cuarta generación» sería una herramienta eficaz. Un enfoque descentralizado, que «presta atención a la sociedad del enemigo y se adentra en su territorio para destruir la voluntad política». Es una visión compartida por otros. «Al EI hay que combatirlo desde dentro, con una estrategia unificada y basada en una fuerte legitimidad», insiste Fernando Reinares, investigador principal de Elcano.

Iconoclastia y redes sociales: combatientes sobre el terreno y en Internet

En un cóctel marciano de arcaísmo y modernidad, las milicias de Estado Islámico practican la iconoclastia más furibunda (arrasando con ciudades milenarias patrimonio de la Humanidad, como Hatra o Nimrud), el genocidio (así lo cree ya la ONU) y al mismo tiempo viralizando sus acciones con júbilo occidental, como si fueran conscientes de vivir en plena sociedad del espectáculo.

Estado Islámico tiene, según un estudio de los analistas J. M. Berger y Jonathon Morgan publicado por Brookings Institution, unos 46.000 fieles que tuitean. Además, según El País, cada fiel de Estado Islámico tiene una media de 1.000 followers. En un artículo en The Atlantic titulado Cómo EI juega en Twitter, el especialista en redes y terrorismo J. M. Berger usan las redes sociales para tres fines: reclutar, radicalizar y recaudar fondos.

Una de las aplicaciones que al parecer más éxito suministran a Estado Islámico es The Dawn Glad Tidings (en español se podría traducir como Jubilosas noticias del amanecer), un programita que funciona con una simple descarga en Google Play Store y que proporciona información sobre la actualidad del grupo. Una herramienta donde lamentarse con los camaradas de lo mal que funciona la burocracia para conseguir los servicios de una esposa… o donde colgar fotos del día a día de una escuela de adiestramiento de yihadistas.

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