En apenas dos semanas, Benedicto XVI ha publicado el último tomo de la biografía de Jesús y se ha estrenado en Twitter
El papa Benedicto XVI es protagonista sublime en apenas dos semanas de las dos caras del catolicismo romano. Por una parte, acaba de publicar el último tomo de la biografía de Jesús, en la que se regodea de los orígenes humildes del fundador cristiano (nacido en una cuadra de cabras porque no había sitio para sus padres en posada alguna: así se encarnó la Iglesia –autollamada- de los pobres); y, en cambio, exhibe estos días una impresionante exaltación de su cargo como si fuese el representante de Dios en la Tierra, aquel de quien a fin de cuentas todo depende y a quien deben otorgarse las máximas reverencias.
Que el Vaticano haga ostentación de papolatría no extraña, y tampoco que su ejemplo se extienda por el orbe católico entre los sectores fundamentalistas, sobre todo en las jerarquías. Hace siglos que es pecado más grave atacar al Papa que a Cristo. Ni siquiera el concilio Vaticano II, del que se cumplen 50 años, acabó con ese tipo de papanatismo. Por mucho aggiornamento (puesta al día) que se predicase entonces, la exhibición ahora del pontifex máximus tradicional recuerda los tiempos en que para salir del despacho de Pío XII, soberano de Ciudad del Vaticano entre 1939 y 1958, sus colaboradores debían caminar hacia atrás hasta desaparecer tras la puerta, y no pocos tenían que hacerlo incluso de rodillas.
Hoy, el sucesor pretende aparentar campechanía entrando por la puerta grande, aunque con retraso, en el mundo de los portales de noticias, las cuenta en Twitter y en Facebook, los iPad, los smartphones, los Android, los libros digitales y tantas otras aplicaciones, haciéndonos creer que esa súbita conversión a lo digital, cumplidos con creces los 85 años de edad, es un acto espontáneo, y que todo lo que vaya a ocurrir a partir de hoy lo va a gestionar personalmente tan honorable anciano. La verdad es que el lanzamiento de la nueva imagen papal ha contado con el asesoramiento de una agencia de comunicación (¡laicos españoles!), de un reputado macluhiano irlandés con sotana, del copioso aparato de Prensa del Vaticano que comanda un jesuita de los de siempre (tradicionalmente, los más listos de cada casa), y de varios gabinetes eclesiásticos de sociología y tendencias, todos ellos dispuestos a seguir con su tarea.
En todo caso, todo está siendo normal. ¿Qué podría decir un Pontífice romano que se precie en ocasión tan especial? Lo de siempre. O sea: “Os bendigo a todos de corazón". Es como termina el primer tuit enviado al mundo mundial a través de la cuenta @pontifex. Los hagiógrafos en vida del papa Ratzinger se han apresurado a desvelar que tendrá, suponen, más seguidores que el rapero Eminen (doce millones y pico largo de seguidores), y tantos, o casi, como Lady Gaga (32 millones), que ésta sí que es extravagante.
Puestos a comparar, si es lo que pretende el Vaticano, el listón es poca cosa para quien se presenta sin disimulo como heredero del mismísimo Julio César, el primero que usó tal título, que significa literalmente, traducido del latín, constructor de puentes (‘pons + facere’). Si a esta palabras le colocamos el máximus (pontifex maximus), ya tenemos en persona al emperador Augusto, que se adjudicó el rango como heredero del César y con el que el historiador Ratzinger acaba de emparejar a Jesús en el último tomo de la trilogía cristiana.
Mientras tanto, el católico de base, la inmensa mayoría, contempla con resignación esta nueva exhibición de papolatría de las estructuras eclesiásticas, tan alejada de la encantadora y humilde espiritualidad que Benedicto XVI predica en sus libros sobre el fundador nazareno, poco amigo de ostentaciones, incluso airado enemigo de ricos y poderosos. Como ha dicho un teólogo famoso, aquel fue el Jesús que anunció un Reino para los pobres, pero lo que vino fue el poder de una Iglesia imperial, pontifical. O sea: @Pontifex.