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Pluralismo, como signo de los tiempos que corren

Pluralismo, como signo de los tiempos que corren.

Por Mario Eduardo Corbacho –  para  ILEC  Necochea – P.B.A. – R. A.

27 de mayo de 2013

La globalización de los últimos decenios, va texturando cada una de las fibras que entretejen las múltiples culturas sobrevivientes en este tercer milenio.

Reconocer el derecho a las múltiples pertenencias culturales de los grupos es una tarea recíproca, que nos exige a cada uno de nosotros altísimas cuotas de tolerancia, de voluntad y de honradez intelectual.

El Pluralismo nos permite una verificación empírica de la existencia simultánea de una diversidad de organizaciones con intereses múltiples.

Descubrimos a través de él, estructuras socio-económicas con valores y comportamientos diferentes, que van confluyendo en el desempeño de las actividades políticas.

Es, en fin, una perspectiva tolerante de la realidad social que nos invita a legitimar las múltiples visiones sobre ella, aceptándolas y reconociéndolas.

·       Una primera moción, que pongo a la consideración de ustedes esta tarde es que: el Pluralismo no se experimenta sin tensiones, sin conflictos y sin contradicciones.

Esos choques entre las civilizaciones no se dan exclusivamente en las fronteras, – a veces lejanas -, de los espacios geográficos y políticos. Se están produciendo hoy en el interior de la micro-convivencia social, en nuestras ciudades, en nuestros barrios…incluso dentro de nuestras propias familias.

La cultura política republicana debe ser compartida en el amplio marco de la integración ciudadana. Una muy grave dificultad es puesta de manifiesto por aquellos grupos extremos que no reconocen entre sus valores: ni al diálogo y ni a la igualdad, como justificación de sus comportamientos, de sus sentimientos y de sus pensamientos.

Cualquier fenómeno social es interpretado, históricamente, a través del tamiz conceptual que cada uno de nosotros acepte como punto de partida. Es por ello que un mismo hecho social, como la transmisión de valores y de normas a través de las generaciones esto es, el hecho religioso, puede ser abordado y analizado, también, de maneras contradictorias.

Una característica –entre muchas-, de nuestro multiculturalismo planetario está dada por el pluralismo religioso, que en los países occidentales ha tomado cuerpo social, económico y legal en el transcurso del accidentado siglo XX.

La regulación política de ese coro polifónico de creencias, rituales, dogmas y manifestaciones referidas a la espiritualidad del hombre, adquiere formas diversas. Todas ellas en concordancia con los intereses económicos, las presiones estratégicas y los contextos históricos en que esos controles fueron y continúan siendo ejercidos.

Las profundas huellas en la historia de cada país y región, permiten identificar el derrotero seguido por los modelos de libertad religiosa a los que se fue accediendo a través de los siglos. No es posible delinear una única senda en esa ambivalente interacción Estado-Religión, que por momentos se impone humillante y vergonzosa para ambos actores. 

·       Una segunda moción que les expongo es: el control de los cuerpos de la especie humana, – desde su concepción, su mantenimiento, su reproducción y  su defunción (y aún más allá de ésta) –intenta continuar siendo un escenario de dominio monopólico para las religiones.

Esa adhesión doctrinal -ciega e indubitable-, ha logrado encerrar a sus adeptos en la imposibilidad del diálogo, haciéndolos impermeables a la confianza en el prójimo.

Hemos sido el fruto de un totalitarismo religioso, en el que prácticamente todo Occidente ha sido adiestrado. Pero la tecnología y la legislación de los últimos cincuenta años, nos han facilitado el acceso informativo a la casi infinita variedad de expresiones religiosas producida a lo largo de milenios. Todas ellas son patrimonio de la Humanidad y como miembros de la especie tenemos derecho a enriquecernos con su sabiduría ancestral y sus recursos morales y artísticos.

A partir del 26 de agosto de 1789, el artículo 10º de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano expone en el conflictivo marco de la Ilustración europea – y por primera vez en la milenaria historia de la Humanidad – que: “Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aun por sus ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público establecido por la ley.”

El avance decimonónico fue sembrando y cosechando legislaciones a favor de lalaicización de las comunidades europeas y americanas. Avances que se corporizan en:

·       la secularización de los cementerios,

·       la creación del registro de nacimientos, matrimonios y defunciones,

·       la autorización legal del divorcio vincular,

·       la regulación de la enseñanza laica, gratuita y obligatoria.

Es así como un evidente clericalismo triunfante durante siglos retrocede –muy ajado- ante el avance opositor de una laicidad republicana, vehemente y radical y en ciertas épocas también, intolerante.[1]

La libertad de conciencia, la igualdad de derechos para todas las opciones espirituales y religiosas y la neutralidad del poder político, van conformando  un trípode – necesario e indisoluble – sobre el que se constituye el pacto de todo compromiso  ciudadano.

Las creencias ancestrales – retransmitidas por las tradiciones familiares -, han comenzado a ser cuestionadas públicamente. Es éste un comportamiento generalizado de las sociedades urbanas, consumistas y hedonistas, donde las formas de religiosidad que van adoptando las nuevas generaciones, tienen una impronta personal, generalmente en gradual disenso con la de sus mayores. Se obliga como un derecho, para quienes asuman libremente tales creencias o incredulidades y no como un deber, que se impone forzadamente a todos. Todas las religiones merecen ser aceptadas como respuestas de los grupos humanos al misterio de la existencia.

Una perspectiva pluralista de nuestros tiempos nos exige asegurarles tanto a las creencias religiosas tradicionales como a las increencias y a las opciones pluri-inter espirituales, una  misma presunción de legitimidad, de dignidad y de sinceridad. Ninguna opción atesora el monopolio ni agota la relación del ser humano con el absoluto, sea cual fuere la noción de éste.

El diálogo solamente puede tener sentido entre iguales.Y ello implica, también, una apertura y una complementariedad hacia otras formas de opciones espirituales, sean religiosas, a-religiosas o post-religiosas.

Grandes sectores demográficos de las diferentes comunidades contemporáneas, desconfían en forma creciente de la posibilidad de que una sola cultura o una única creencia religiosa, sea la guardiana absoluta de los valores y de los ordenamientos válidos y obligatorios para toda la Humanidad.  

Ninguna de las religiones expresa la “última y única verdad”.  Son fragmentos en medio de una sinfonía. Cada una de ellas puede ser un acercamiento lingüístico, ritual, espiritual o emotivo a lo trascendente. Por lo tanto, cada mensaje que tiene sus límites y ambigüedades, debe ser revisado y actualizado temporal y espacialmente por sus practicantes.

Ha eclipsado ya, la era en que se daba por supuesto que, con una sola perspectiva axiológica y con un único patrimonio simbólico, se interpretaba la totalidad de nuestra realidad compleja.

Las pretensiones y reivindicaciones particulares de privilegio, de superioridad o de omnipotencia son ilusorias -y hasta ridículas- en el actual contexto secularizado de Occidente.

El surgimiento creciente de una espiritualidad individualizada, – de limitada o de muy escasa expresión pública -, acepta la concepción democrática de la diferenciación entre los espacios públicos y los espacios privados.

En contraposición a las prácticas litúrgicas ostentosas y desafiantes, estos creyentes se repliegan sobre sí mismos y conforman pequeñas comunidades de pertenencia cultual. Los dogmas se convierten así en creencias particulares que, como tales, deben estar garantizadas constitucionalmente.

Un caso para el análisis está planteado por el llamado islamismo neo-comunitario, – activista, identitario y exhibicionista -, practicado desde hace unos años en Europa por las segundas y terceras generaciones de inmigrantes del África musulmana. El conflicto -inconcluso a la fecha- acerca del uso del velo –hiyab– por parte de las jóvenes musulmanas en el contexto escolar, genera polémicas en el ámbito de la justicia y en la formación de buena parte de la opinión pública europea. Una propensión xenófoba es alimentada con estas supuestas pruebas de “inintegrabilidad” de la población islámica y su complicidad con la amenaza del terrorismo fundamentalista.   Concretamente en septiembre de 2011 ha entrado en vigor la prohibición del rezo musulmán en las calles de todas las ciudades del territorio francés.

El caudaloso patrimonio simbólico de las religiones se forjó a través de épocas históricas milenarias instaladas en la exclusión y en la rivalidad. Hoy, se exige a sus creyentes estar en sintonía con una realidad planetaria que es compleja, globalizada y contradictoria. Ellos deben reformular, releer y recrear sus ritos, liturgias y sus teologías desde una nueva perspectiva más abarcadora, menos sectaria, esto es: Pluralista.

Fernando Savater, profesor de ética y filósofo español contemporáneo, expone que "en la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas".[2]

Es por ello que todo grupo humano adulto, propone e instrumenta mecanismos de transmisión, para adaptar y homogeneizar a las generaciones jóvenes en las normas, las creencias, los valores, las pautas de comportamiento, los conocimientos, los sentimientos y las costumbres, exigidos socialmente en cada tiempo y en cada geografía.

·       Una tercera moción que planteo, tiene estrecha relación con las finalidades de la escuela, que como organización reguladora del comportamiento, ha sido la productora de individuos dóciles que buscan y aceptan su futura integración laboral remunerada y en un futuro cercano se sometan – paulatinamente – a una jerarquía detalladamente elaborada.

La Educación, como subsistema social, como fenómeno social y como institución omnipresente en todas las culturas conocidas, continúa siendo el centro de la atención del político y del científico.[3]

Ese adiestramiento se inicia en las primeras aulas a través de relaciones verticalistas: directivo-maestro-alumno, donde se premia la competitividad, el individualismo y el rendimiento, que han sido los valores básicos del mundo capitalista desde el siglo XIX.

De esta manera se va organizando cada sistema educativo estrictamente dependiente de su sistema político, de sus características demográficas y de sus modos de producción.

En el largo período de la historia documentada, la Educación además de su función  transmisora, se convierte paulatinamente en una institución que asigna, ubica y selecciona a los miembros de los distintos estratos sociales, como cualidad de una sociedad meritocrática, que tiene, hasta hoy, su fundamento en la declamada igualdad de oportunidades y en el equilibrio social.

Con la influencia de las perspectivas weberianas y neo-marxistas, la Educación se ha interpretado como un Aparato Ideológico del Estado[4], como reproductora cultural o económica de las relaciones de producción dominantes. Es para estos pensadores un privilegiado mecanismo de control social que impone la ideología dominante, en una sociedad estratificada en forma irreconciliable.

Los nuevos análisis sociológicos de la Educación de fines del siglo XX, ponen el acento en las formas en que cada grupo social determina, asigna, selecciona, evalúa, transmite y distribuye (o tergiversa y oculta) , los conocimientos que valora como relevantes.

Esos conocimientos valiosos en el mercado, son una producción social y están sometidos al poder de los estratos y grupos sociales hegemónicos.

En estos últimos años, la investigación educativa ha incluido dos variables eclipsadas por el tiempo:

·       la etnia, esto es sobre todo el color de la piel y las tradiciones atávicas de los principales actores del fenómeno educativo y

·       el género, esto es la manera en la que la persona ejerce su sexualidad, abriendo la posibilidad de variantes sexuales como el lesbianismo, la homosexualidad, la bisexualidad y otros transgéneros.

Estas indagaciones recientes, están logrando poner de manifiesto otras discriminaciones silenciadas a través de los siglos y que habían quedado en las penumbras por la rutilante “discriminación de clases” analizada desde las categorías marxistas.

Ejemplo claro de lo dicho es el descubrimiento en las aulas de que se culpabiliza a la víctima y de que se difunden generacionalmente y en forma poco consciente, actitudes que evidencian un alto grado de racismo institucionalizado.

Ante ello, la misma esencia de la República se encuentra en riesgo.

Una ola mediática propaga con decisión, los proyectos legislativos que promueven la exclusión de todos los símbolos religiosos en el ámbito público.

Tal medida reguladora, es alentada con el irrefutable fundamento laico de los Estados contemporáneos. El ILEC de Necochea acaba de avalar el expediente 2775/13, referido a una solicitud para que el Concejo Deliberante anule toda simbología religiosa en el ámbito de los organismos públicos municipales.

La progresiva secularización de Occidente, es uno de los procesos sociales más intrincados desde la segunda postguerra europea. En las zonas urbanas de los países industrializados, las manifestaciones de “lo sagrado” están siendo – paulatinamente – estibadas en el ámbito privado de sus correspondientes grupos de pertenencia. Dentro de esa compleja dinámica, cada individuo adulto debe ser invitado a formalizar libremente su personalísima adhesión.

La práctica de una creencia es considerada, hoy, un derecho humano inalienable[5], de la misma manera que lo es la decisión personal de prescindir de toda creencia y del ejercicio de toda liturgia.

La escandalosa relación prostibularia entre los Estados independientes por un lado y las organizaciones religiosas transnacionales por otro, – que fue iniciada con pompa y beneplácito mutuo por el emperador romano Teodosio I, a través  del Edicto de Tesalónica en el año 380 después de 67 años de amplia libertad de cultos-. Ello fue derivando en miserables descréditos, tanto para los Estados como para las diferentes creencias oficializadas.

·       Las fatigosas “guerras de religión” que engangrenaron la modernidad europea,

·        la interpretación de la historia política de los pontífices romanos y

·       el desarrollo milenario de las heterodoxas actividades religiosas de raíz abrahamánica,

son una cantera insondable de material documental, para los estudiosos de las ciencias sociales de hoy.[6]

Con objetivo espíritu científico, se intentan analizar los estrechísimos lazos entre el poder político, sus vías de legitimación y las creencias religiosas, durante los últimos mil setecientos años en Occidente. La mimetización entre delito y pecado ha enturbiado esas relaciones por centurias.

Ante este panorama excesivamente alambicado, me permito plantear esta noche una cuarta moción que sirva para encender una razonable alarma:

·       Este festivo avance iconoclasta, que en varios países está siendo celebrado por una minoría progresista, laica y entusiasta, no está exento de disimulada candidez.

La erradicación material del símbolo –sea cual fuere éste- no supone, ni indica ni tampoco incluye, la expulsión sin retorno de aquello que el símbolo representa.

Para asomarnos al mundo de los valores, – entendiendo por éstos a las justificaciones intangibles en las que se fundan nuestros pensamientos, sentimientos y acciones -, se nos exige estar dispuestos a ingresar en el universo de lo inefable, de aquello a lo que solamente accedemos por los tortuosos senderos de la intuición, de la metáfora …y del símbolo.

¿Qué son: la libertad, la fraternidad, la igualdad, el sufrimiento, la abnegación, el consuelo y la paz? si no valores, esto es: justificaciones intangibles que nos orientan el accionar, el pensar y el sentir a cada uno de los miembros de la especie humana.

El desmantelamiento público de objetos de indudable connotación ideológica, es una muestra del espíritu laico e igualitario que está tiñendo a la mayoría de nuestras sociedades civiles. Pero para que esa tintura se afirme y tome cuerpo, debe ser acompañada por una generosa, ardua y persistente campaña educativa centrada en el Pluralismo. En ella:

·       el convencimiento, deberá primar sobre la coacción y la coerción,

·       el consenso, sobre la violencia del quórum y la compra de votos y

·       el espíritu igualitario, sobre los revanchismos milenarios entre la cátedra y el púlpito.

Descolgar cruces, exilar madonas, mutilar estrellas y candelabros o amputar lunas en cuarto creciente, son meras acciones mecánicas que, para su legitimación republicana, deben estar íntimamente aceptadas tanto por el electorado como por los contribuyentes.

·       A mediados del siglo XIX, José Mármol predijo poéticamente que: “ni el polvo de sus huesos la América tendrá…” pero desde 1992 el rostro del Restaurador de las Leyes, decora nuestros billetes de veinte pesos y sus restos mortales son honrados con honores militares en la Recoleta de Buenos Aires.

·       En 1956, el Decreto-Ley 4161 del Poder Ejecutivo Nacional, prohibió marchas, distintivos, banderas, imágenes y hasta la sola mención del “tirano prófugo” o del “dictador depuesto” y de su difunta esposa. Pero el 23 de septiembre de 1973, ese General retirado fue electo democráticamente por tercera vez, con el apoyo del 61,85 % del padrón nacional.

Estos son solamente dos ejemplos históricos, elegidos – obviamente – con intención muy provocativa.

Cuando un símbolo es extirpado sin acuerdos sinceros, sin voluntades explícitas, la vulnerabilidad y la volatilidad de ese cambio son extremadamente altas. Así, los riesgos de la desunión nacional se multiplican porque se reavivan heridas, prejuicios y pasiones aletargadas.

El efecto inmediato de toda prohibición u obligación no consensuada, es que se refuerza el simbolismo identitario de la imagen demolida, con derivaciones sociales impredecibles.

Es indispensable alcanzar nuevos consensos en la afirmación de la identidad laica del Estado argentino, conciliando la irrenunciable unidad nacional con el respeto absoluto por las diversidades. Y ello porque la República –que es de todos– debe encontrarse totalmente libre de los estrechos vínculos confesionales de algunos.

La libertad de conciencia individual, que debe ser abonada desde las primeras aulas del espacio escolar público, exige el rechazo pleno y frontal ante cualquier presión en nombre de determinada verdad religiosa o del ateísmo militante.

Es la escuela el lugar privilegiado donde el aprendizaje de la “ciudadanía” permite a cada uno vivir bajo el amparo de leyes igualitarias. No es solamente un canal de promoción y de movilidad social a través del acceso a una ciudadanía abstracta y homogeneizadora. La escuela laica es el ámbito donde se debe promover la consolidación de los valores republicanos que estructuran la comunidad nacional. Es el espacio de apertura tolerante a los otros, de respeto y de conocimiento de las diversidades. En esa perspectiva, el Estado debe proteger la libertad de conciencia de sus ciudadanos, no inmiscuyéndose en sus creencias o en sus increencias, ni presionando moralmente con símbolos de determinada fe, aunque ésta sea nominalmente mayoritaria. Ese Estado debe comprometerse a un tratamiento igualitario con todas las opciones religiosas, sin  la promoción, ni el sostenimiento  ni el aniquilamiento de ninguna de ellas.[7]  Éstos son los cimientos mismos del Pluralismo.

Por último, me permito exponeruna quinta moción:

·       El ejercicio de la Razón, que es la guía de toda organización educativa, se encuentra en riesgo.

Nuestra sociedad argentina es deficitariamente laica, con pujos teocráticos que se exhiben en cada propuesta de reforma de la legislación civil. No destilemos acá, aparente inocencia.

El laicismo de todo espacio público no puede ni debe ser cuestionado. Deben ser respetadas las especificidades religiosas de cada miembro de la comunidad republicana, en simultánea aceptación de las leyes que rigen en el país donde cada ciudadano ejerce esos derechos.

Considero una grave obligación intelectual de los argentinos, encontrar los cauces apropiados para que nuestro laicismo declamado, sea racional y efectivamente incorporado en los comportamientos públicos de los conciudadanos del siglo XXI.

No merecemos vivir en un apartheid educacional y justificar nuestros errores haciendo flamear las banderas de la inclusión.

Para ello será indispensable que nuestra escuela gratuita, obligatoria, gradual y mixta, nacida en la cuna del positivismo decimonónico y ejemplo mundial de escolarización laica durante décadas[8], se convierta en este siglo XXI en un escenario donde:

·       La universalidad brille ante las particularidades culturales;

·       La neutralidad de sus docentes,  directivos y legisladores predomine sobre sus lealtades sectarias;

·       La libertad de conciencia de los estudiantes y de los docentes disuelva sus privilegios ancestrales y

·       La convivencia republicana se manifieste sin hipocresías ante las exclusiones sectoriales.

Las diferencias nacidas por opciones espirituales –libremente asumidas – no deben ser negadas ni ocultadas, sino asumidas y practicadas en la esfera privada, ámbito éste que debe ser estrictamente defendido por toda la legislación civil.

Como militantes – o simpatizantes – de un laicismo maduro, debemos estar plenamente disponibles al diálogo sin ocultar los claroscuros de nuestra propia historia. Debemos también, saber que hospedar un espíritu pluralista significa no disimular nuestras heridas ni camuflar nuestras convicciones durante ese diálogo al que estamos dispuestos. Y ello significa asumir que “el otro” es nuestra propia construcción y  proyección.

Así, este laicismo maduro – gestado y alentado desde todas las aulas de los niveles iniciales – permitirá la libre expresión de la ciudadanía argentina.

Esto es uno de los pilares de nuestro pacto republicano y la condición – inexcusable – del Pluralismo como signo de los tiempos que corren.

PLURALISMO, como signo de los tiempos que corren.

Por Mario Eduardo Corbacho – para ILEC Necochea – R.A.  27 de mayo de 2013-

Mociones presentadas en la ponencia:

·        1) El Pluralismo no se experimenta sin tensiones, sin conflictos y sin contradicciones.

·        2) El Control de los cuerpos de la especie humana, intenta continuar siendo un escenario del dominio monopólico para las religiones.

·        3) La Escuela ha sido productora de individuos dóciles que buscan y aceptan su futura integración laboral remunerada, sometiéndose a una jerarquía detalladamente elaborada.

·        4) El avance iconoclasta que celebran las minorías progresistas, no está exento de una disimulada candidez.

·        5) El ejercicio de la razón como guía de toda organización educativa, se encuentra en grave riesgo.

La escuela argentina gratuita, obligatoria, gradual y mixta, nacida en la  cuna del positivismo decimonónico, debe ser convertida por nosotros en un escenario de laicismo maduro, donde:

·        La universalidad brille ante las particularidades culturales.

·        La neutralidad de sus docentes, directivos y legisladores predomine sobre sus lealtades sectarias.

·        Lalibertad de conciencia de los estudiantes y de los docentes disuelva sus privilegios ancestrales.

·        La convivencia republicana se manifieste sin hipocresías ante las exclusiones sectoriales.


[1]Pueden analizarse entre otros textos legales de la época: Ley de Educación Pública de Benito Juárez en México 1867 y Ley Goblet, en Francia 1886, que dispone la sustitución de maestros religiosos por laicos.

[2] Diario El País. 3-04-04

[3] Cfr. Weber,M. El político y el científico. Madrid. Alianza Ed. 1972

[4]Althuser, L. Ideología y Aparatos ideológicos del Estado. Buenos Aires. Ed. Nueva Visión. 1972.

[5]Artículo 18: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. (Declaración Universal de Derechos Humanos)

[6] Cfr. Puiggros, A. ¿Qué pasó en la educación en la Argentina? Buenos Aires. Kapelusz. 1996. “La Iglesia Católica consideraba que era su derecho ejercer el monopolio religioso y pedagógico” (pág.83)

[7] Se le atribuye a Benito Juárez la siguiente sentencia: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, en una alocución pública el 15 de julio de 1867.

[8] Ley 1420 de Educación Común, sancionada el 8 de julio de 1884, durante la presidencia del Gral. J. A. Roca. Su art.8º expresa:”La enseñanza religiosa solo podrá ser dada en las escuelas públicas por los ministros autorizados de los distintos cultos, a los niños de su respectiva comunión y antes o después de las horas de clase”. Ese mismo año el delegado Papal Luis Mattera fue emplazado a abandonar el país en 24 horas por haber defendido la posición del Vicario General de Córdoba en sus opiniones contra la designación de maestras protestantes en la escuela de señoritas de esa ciudad.

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