En abril de 1792, Marie-Jean-Anton Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet, presentó a la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa el Informe y proyecto de decreto sobre la organización de la instrucción pública, en el que además de abogar por la libertad de enseñanza, la obligatoriedad y gratuidad de la misma, el laicismo escolar y la no separación de los alumnos por sexos, afirmaba que el primer deber de toda institución docente era enseñar solo verdades. Si en ese tiempo los militares reaccionarios franceses hubiesen tenido grupo de WhatsApp, Condorcet hubiera figurado el primero en la lista de futuros guillotinados.
Afortunadamente no hizo falta. El grupo de Telegram de la izquierda es siempre mucho más efectivo. La deriva radical de la revolución y la toma del poder por parte de los jacobinos —para entendernos, los lectores de infoLibre de la época— tuvieron como consecuencia la condena a muerte de Condorcet por traición al oponerse a la nueva Constitución. Gracias, Jesús Maraña.
La escuela española pasa por un momento delicado, fruto de una continua decadencia que, para mí, comienza en el mismo momento en que obligamos a los profesores a renunciar al castigo físico. Una circunstancia que, además de reblandecer el espíritu de los niños, empeora la salud de los profesores, quienes ahora carecen de motivación para hacer ejercicio.
Don Roberto, un cura de los Salesianos al que tuve el honor de servir de sparring en quinto de EGB, llegó en perfecta forma a los noventa y cinco gracias a su afición a practicar el crochet de izquierda con el alumnado. Don Roberto no tenía grandes dotes pedagógicas pero suplía sus carencias con una espectacular variedad de golpes. Por ejemplo “la cobreja”, una colleja que recibía ese nombre por ser ejecutada con la rapidez del ataque de una cobra. Era imposible esquivarla. Un latigazo invisible al ojo humano. Escuchabas un chasquido y sentías un repentino dolor en el cuello pero jurarías no haber visto moverse la mano de Don Roberto. Aunque su especialidad era “la molineta”, un tirón de pelos con juego circular de muñeca que dañaba a un tiempo el cuero cabelludo y las cervicales y que varios servicios de inteligencia incorporaron posteriormente a sus protocolos de interrogatorios antiterroristas. ¡Cuántos atentados yihadistas se habrán evitado gracias a “la molineta”! A don Roberto debo el saberme de memoria los afluentes del Miño. Llevo desde los doce años ilusionado con que alguien me los pregunte, pero no acaba de salir la conversación.
Desgraciadamente, esa escuela ya no existe. Ahora todo son derechos para los niños y deberes para los padres. La progresía está empeñada en instalar en el imaginario popular que el progenitor perfecto es aquel que cuando llega a casa ayuda a su hijo en las tareas escolares, pero niega a ese padre el sagrado derecho a decidir lo que han de enseñar o no a su hijo. ¿No es razonable que quien tiene que ayudar a sus vástagos a hacer raíces cuadradas pueda, en defensa propia, vetar que se las enseñen?
Hay estudios que demuestran que la mayoría de conflictos generacionales entre padres e hijos tienen su origen en el momento en que en el programa escolar se abordan las raíces cuadradas. Es ahí donde el hijo, que habitualmente ha visto al padre como una especie de súper héroe que todo lo puede, comienza a verlo como un pobre hombre atribulado por asuntos que es incapaz de resolver. Esos mismos estudios constatan que en un 57 % de los casos los niños oyen blasfemar al padre por primera vez intentando resolver raíces cuadradas. El otro 43% se corresponde con la práctica del bricolaje.
Cuando pienso en un pin parental no lo imagino solo como una herramienta para conjurar el peligro de que a los niños les hablen de zoofilia en los colegios del que alertaba Rocío Monasterio, esa nuera que toda madre quiere para su hijo. No es que me parezca bien que informen a los críos de que existen esas prácticas pero, en cierto modo, es lo único que justifica que un humano quiera vivir con un hurón. Creo que hablo en nombre de todos los padres cuando afirmo que si nos dan a elegir entre tener que explicar a nuestros hijos la zoofilia o las oraciones subordinadas, nos quedamos con la zoofilia, que se explica más fácilmente: gente que, en vez de jugar a los médicos, juegan a los veterinarios.
El pin parental no es un capricho. Aunque ni siquiera el partido que lo propone ha entendido su verdadera utilidad. Si lo hubiera hecho, la principal materia cuya enseñanza vetaría VOX sería la religión. Si leyeran la Biblia, en la que dicen inspirarse, sabrían que en ella se dicen cosas como “Y vosotros, los ricos, llorad a gritos por las desventuras que os van a sobrevenir. Vuestra riqueza está podrida; […] vuestro oro y vuestra plata comidos del orín, y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. […] El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. […] habéis cebado vuestros corazones para el día del degüello”.
No hay que ser analista de La Sexta para concluir que quien dice cosas así no vota precisamente a Ciudadanos. El fragmento pertenece a la Epístola de Santiago y podría referirse igualmente al apóstol que a Carrillo.
Si Pablo Iglesias fuera un fino estratega como algunos se empeñaban en afirmar —y las urnas en desmentir—, no hubiera hecho campaña paseando por los platós un ejemplar de la Constitución sino uno de la Biblia. Y si la izquierda fuera inteligente, no exigiría excluir del programa académico la asignatura de religión sino, al contrario, pediría que le dedicaran más horas, a ver si así conseguían llegar a esta parte del temario.