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Pérez Reverte, el hiyab y algunas empanadas mentales

El feminismo es un compendio de grupos, movimientos activistas, políticos, sociales, culturales que se manifiestan de manera heterogénea, tanto en ideas como en compromisos, a favor de los derechos femeninos. Es un tema realmente controvertido porque cada movimiento, cada grupo o cada individuo poseen ideas propias, y con frecuencia diferentes, no sólo en matices sino también en planteamientos fundamentales; lo cual, desgraciadamente, suele ser lo común en todos los movimientos y partidos políticos progresistas.

De tal manera que son tantas las variantes del ideario feminista que, aun siendo defensora a ultranza de los derechos de las mujeres, a veces me he visto envuelta en desagradables rifirafes con mujeres feministas. Tal es el grado de visceralidad y de pasión que despiertan estos asuntos. No es para menos, la verdad. Siempre lo digo, el machismo mata más que el terrorismo, con mucha diferencia; sin embargo, hasta hace muy poco apenas se ha hablado en los medios más que en las secciones de sucesos, como una “curiosidad” en la que no vale la pena profundizar.

Mi feminismo es humanista, no es excluyente. Me posiciono firmemente a favor de los derechos y libertades de las mujeres, pero no me posiciono en contra de los hombres. El feminismo llevado a extremos puede ser, incluso, como el machismo, pero al revés. Considero, y creo que es muy evidente, que el machismo no proviene de los hombres. Ellos son, llevados por la educación recibida y factores de tipo cultural y sociológico, la mano que tira la piedra, pero, y esto es muy importante, no son la mano que mece la cuna. No hace falta ser muy lumbreras para percatarse de que todos somos, también en el siglo XXI, educados en la misoginia judeocristiana, y eso tiene finalmente un correlato implacable en las conductas sociales e individuales, no sólo en el universo masculino, sino también, de otros modos y maneras, en el universo femenino. Lo digo siempre, el machismo de las mujeres puede ser igual de cruento, o más, que el de los hombres.

Y, si no teníamos bastante con el machismo de origen cristiano, nos “parió la burra” con el machismo de origen árabe. Y, que conste, me encanta la cultura árabe, no soy racista, al contrario, adoro todo el rico universo que existe tras una cultura milenaria que, hasta que fue controlada por el fanatismo religioso, era una cultura maravillosa y llena de densidad, de colores y matices. Todos sabemos cómo viven y mueren ahora las mujeres musulmanas. Es entendible el miedo secular que corre por sus venas. Pero, en mi opinión, es un gran sinsentido que mujeres musulmanas feministas, que se han adaptado a la cultura europea, no dejen de seguir sometidas a los idearios misóginos de su religión.

A ellas se refería Pérez Reverte, en un artículo reciente en la revista XL Semanal, que titulaba: Maestras con hiyab y otros disparates’. En él el periodista y escritor advertía sobre la llegada de profesoras musulmanas a la enseñanza pública con velo islámico, algo que, en su opinión, dejaría latente ante los alumnos “un símbolo inequívoco de sumisión y de opresión del hombre sobre la mujer”.

Efectivamente, estoy del todo de acuerdo con él. Los que defienden el pañuelo en las mujeres musulmanas como un supuesto símbolo de la tradición árabe carente de significado religioso, es que no se han enterado de nada… El pañuelo o yihab, como el velo cristiano, como el burka y como el hábito monjil son herramientas sutiles pero contundentes de desprecio al cuerpo femenino. Perpetúan en las sociedades la indignidad de las mujeres y el desprecio a su cuerpo y a su libertad. Y, efectivamente, que haya maestras en la escuela pública que se muestren con símbolos feministas y, a la vez, con símbolos de adhesión a idearios misóginos y tiranos es un disparate, una contradicción que no nos merecemos, y mucho menos se merecen niños y adolescentes del siglo XXI que se ven confundidos con mensajes absolutamente incompatibles y antagónicos; en palabras coloquiales, eso es someterlos a una verdadera “empanada mental”.

Defender el uso de una prenda cuyo sentido es el sometimiento femenino es defender la misoginia y la claudicación de la mujer ante dogmas religiosos medievales y liberticidas. Una feminista con pañuelo, y además maestra, me parece, como digo, un verdadero dislate. Es como si un ladrón impartiera clases de decencia; como si un pirómano se dedicara a instruir sobre cómo conservar los bosques. Algunos dicen que oponerse al uso de símbolos misóginos en la escuela pública es anular la libertad. Yo diría que, al contrario, es defenderla. Porque algunos, musulmanes y cristianos, abusan del concepto de tolerancia para exigir respeto a sus yugos y sus tiranías.

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