Resulta chocante que monseñor Cañizares, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia -de donde son esas palabras-, hable de "esplendor visigótico", refiriéndose al III Concilio de Toledo, cuando eran los obispos Romanos, representantes de la mayoría hispanorromana, los que formaban los Concilios. Justamente el III Concilio de Toledo ratificó oficialmente el abandono del Cristianismo Arriano por la minoría visigótica y su conversión al Romano. No se diría sino que monseñor Cañizares deja deslizar su admiración hacia la formación política de aquel Estado unitario, que sí podría ser un logro de la minoría visigótica, antes que a la adopción exclusiva y generalizada del Cristianismo Romano. El que preste atención a las actuales manifestaciones de las autoridades eclesiásticas españolas empezará a dudar de si verdaderamente les preocupa más la Fe Católica o la Unidad de España, que, según declaran, saltará en pedazos si le falta el apoyo de esa Fe. El propio cardenal-arzobispo, comentando una fácil y grosera hazaña de la moderna estética de la Transgresión, perpetrada en Badajoz, decía: "Hacer lo que se ha hecho con Jesucristo o con la Santísima Virgen es un delito de 'lesa España', que la socava y la destruye", donde el agravio al ídolo de España acababa pasando por delante de la ofensa a las figuras centrales de la Fe Cristiana [citado de La Razón, 16 de marzo de 2007].
En la misma reseña del Abc del 25 de febrero de 2008, leemos estas otras palabras de nuestro cardenal: "Relegar a Dios al ámbito de lo privado pone en peligro la supervivencia de Europa, de una sociedad democrática, de un Estado de derecho", donde, dejando al margen la cuestión de lo que ponga o no ponga en peligro, tenía toda la razón del mundo en cuanto a rechazar tal reducción a la privacidad individual, como la tienen todos los que reivindican para la Iglesia Romana el carácter de institución pública; toda religión ha de ser pública por naturaleza, ninguna religión podría dejar de serlo. Sin embargo, ¿quién hizo de la concepción y la práctica del Cristianismo un "negocio" predominantemente privado? "el negocio de la salvación", como lo designó San Ignacio de Loyola, pues fue él, precisamente, el que señaló e inauguró el camino de inversión del sentido religioso hacia el culto y el cultivo de la conciencia individual. El éxito fulgurante de sufundación, la Compañía de Jesús, en la Contrarreforma, no se debió sólo al talento organizativo con que fue creada, sino tal vez, sobre todo, a la agudeza con que supo salir al encuentro del individualismo psicológico de la piedad protestante. Dos novedades sobresalen en la nueva "cura de almas" ignaciana: los "ejercicios espirituales" y el "director espiritual", que no es ya un simple confesor, sino un especialista de conciencias, que prefigura, pintorescamente, el psicoanálisis -y dicho sea de paso, fomenta y alimenta el siempre gratificante narcisismo psicológico-moral.
La culminación de esta desviación privatizadora de la religiosidad se alcanza, al parecer, con San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), que recoge, por lo visto, las experiencias de confesionario de tres jesuitas: Rodríguez, Saint-Jure y Nepveu. Hoy la Iglesia culpa a otros poderes de verse reducida a un negocio privado, sin recordar el enorme viraje que la Contrarreforma le hizo dar; ¡pero, por Dios, si da hasta vértigo el abismo que media entre San Ignacio de Loyola y Santo Tomás de Aquino!
En cuanto a la preocupación por la Unidad de España, que la oposición, incitada por asociaciones del victimato, como la AVT, proclama gravemente amenazada por cualquier forma de avenimiento por la palabra con la organización terrorista, el cardenal-arzobispo está de acuerdo en equiparar tal opción con una claudicación traidora, ultrajante para el honor de las víctimas y atentatoria para el "bien moral" de la Unidad de España. Así, en una entrevista publicada en el diario El Mundo del 10 de julio de 2006, dice al respecto: "Rendirse es perverso, y por eso a ETA hay que derrotarla. Las víctimas no pueden plantearse la duda de que tantos muertos no han servido de nada si al final los terroristas logran su propósito". Estas afirmaciones adolecen de un peligroso equívoco: el de si hay que oírlas como la opinión política particular del individuo Antonio Cañizares o como el juicio moral de quien habla en calidad de cardenal-arzobispo de Toledo, pues, en este segundo caso, no hay principio ni mandamiento católico que justifique el juicio de "perverso", que aquí equivale a la valoración como "pecado", para la acción de "hablar con terroristas". En calidad de cristiano a nadie se le puede achacar esa acción más que bajo el nombre genérico de "hablar"; cualquier especificación, como "tratar", "parlamentar", "pactar", etcétera, se sale de los límites de la esfera moral religiosa, y es una caracterización civil, o sea jurídica, política. El que monseñor Cañizares no se haya cuidado de evitar el equívoco puede haber dado lugar a que muchos católicos hayan creído que la valoración política por parte de algunos partidos de las conversaciones con los etarras tenían carácter de "pecado" en la propia moral religiosa.
Esta superposición de la moral cristiana con el patriotismo es una imitación de América. Samuel P. Huntington, en su obra ¿Quiénes somos?, habla de "religión civil": "La religión civil -escribe- permite a los estadounidenses conjugar su política laica con su sociedad religiosa, unir Dios y país, a fin de revestir el patriotismo de una especie de santidad religiosa y dotar a sus creencias religiosas de legitimidad nacionalista, fusionando con ello las que podrían ser dos lealtades confrontadas". Y, unas líneas más arriba, se ha remontado hasta Tocqueville, con esta cita: "En Estados Unidos la religión se entremezcla con todas las costumbres de la nación y con todos los sentimientos de patriotismo, de lo cual se deriva una fuerza muy peculiar".
El 29 de febrero de este año, hasta el Santo Padre en su felicitación a la nueva embajadora americana ante la Santa Sede, se ha pronunciado en estos términos: "Desde el amanecer de la República, América ha sido una nación que valora el papel de las creencias religiosas en asegurar un orden democrático vibrante y éticamente sólido", y, más abajo: "Confío en que su país, construido sobre la verdad evidente de que el Creador ha dotado a cada ser humano de ciertos derechos inalienables, continuará encontrando en los principios de la ley moral común una guía segura para ejercer su liderazgo universal" [Alfa y Omega, 6 de marzo de 2008]. Es de suponer que la embajadora sea católica, pero el Catolicismo no es ni la más numerosa ni la más significativa de las variantes del Cristianismo americano, en el que predominan con mucho las de la familia protestante. Y en este punto me interesa especialmente la diferencia entre el protestantismo y el catolicismo en cuanto a la concepción del pecador: entre los protestantes el extremo más tenebroso lo marcó el predestinacionismo calvinista, que en la Westminster confession, en 1647, remitía la diferencia entre los bienaventurados, los réprobos a un decreto de Dios, que había amado y odiado, respectivamente, a sus criaturas "antes de la creación".
No creo que hoy nadie profese esta doctrina ni deben de ser muchas las observancias protestantes que se han aproximado a ella, pero no deja de haber alguna huella en la mentalidad común americana: claramente lo es la tópica distribución de las personas en winner y loser. En el catolicismo, el pecador sigue siendo "de los nuestros" y el terrorista sigue siendo "hijo de Dios".