Suad Nawfal hace la revolución en pantalones. No es una tarea fácil. "Lo que más les molesta a los del ISI-S (en inglés, Estado Islámico de Irak y Siria, grupo rebelde afiliado a Al Qaeda) son los pantalones", dice la protagonista del vídeo The woman in pants, un alegato difundido a través de las redes sociales contra los radicales que controlan con puño de hierro la ciudad siria de Raqqa, al noreste del país. La ex maestra de 40 años es una veterana activista. En 2011 se unió en su ciudad natal a las protestas contra Bachar el Asad, lo que le valió que le quitaran el trabajo y el sueldo. Dos años después, la situación no ha cambiado mucho para mejor.
Los avances militares de los grupos radicales islamistas en el norte de Siria han provocado la imposición normativa del Islam rigorista y, en esa vuelta de tuerca, las mujeres salen perdiendo. Quizá lo más llamativo sea la obligación de vestir de acuerdo al "código islámico". En julio de este año algunas calles de Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria tras Damasco, dividida entre la zona rebelde y la zona aún en manos del régimen, amanecieron un buen día cubiertas de panfletos que anunciaban una fatua sobre la vestimenta femenina emitida por la autoproclamada Corte Islámica, un tribunal de justicia basado en la sharía que agrupa a los principales frentes islamistas que gobiernan en la ciudad (desde los salafistas de Liwa al Tawhid hasta yihadistas como Al Nusra o ISI-S).
"Se prohíbe a las mujeres musulmanas abandonar la casa vestidas de forma indecente, en ropa ligera que muestre sus cuerpos o maquilladas", rezaba el comunicado, según varias informaciones publicadas, "esto es aplicable a todas nuestras hermanas en su obediencia a Dios y su adhesión a la etiqueta islámica".
Pese a que entonces varios vecinos desmentían que tal norma se hubiese impuesto, al menos, en toda el área "liberada" de la ciudad, lo cierto es que durante el último Ramadán ni una sola mujer sin hiyab paseaba por las calles, y la mayoría lo hacían cubiertas con un velo negro que sólo permitía mirar al suelo para no tropezar al andar. "Mi madre ya no sale de casa", confesaba un joven activista suní que se declaraba secular, "podría hacerlo, pero ella dice que jamás se ha visto obligada a ponerse el pañuelo y que no lo va a hacer ahora, mucho menos para ir al mercado".
Las imposiciones no solo afectan a las mujeres musulmanas, a quienes se obliga indefectiblemente a cumplir con los preceptos de una visión fanática y cuasi medieval de la religión. Las cristianas, por ejemplo, en su condición de "infieles" viven con temor a que incumplir las normas del decoro rigorista. A ello se suman las amenazas de la guerra, que a menudo golpea más duramente a las mujeres, condenadas a sufrir vejaciones, como los casos de las jóvenes refugiadas obligadas a casarse para conseguir ayuda, o violaciones revanchistas.
Varias manifestaciones civiles arrancaron en Raqqa el día en que milicianos de Al Nusra detuvieron a dos jóvenes por estar a solas en casa con un amigo. Allí, tanto Suad como su hermana menor Rimel han experimentado lo que supone ser tachadas de malas musulmanas por no vestir de negro o no llevar abaya. Lo que es lo mismo: vestir "como las occidentales", con pantalones vaqueros y camisetas serigrafiadas.
"Para ellos mi ropa no casa con la religión", denuncia la maestra en el vídeo, "pero es así como visto en casa". "¡Yo no os pregunto por qué vestís como los afganos, no os pregunto por qué os dejáis barbas, no os pregunto por qué lleváis máscara!", increpa desde su tribuna a los radicales. "La gente enmascarada (…) secuestra, roba, arresta. ¡Cómo puede ser haram (disconforme al precepto islámico) llevar pantalones y no la máscara!".
Pero la amenaza no se circunscribe a la vestimenta. Las mujeres también tienen prohibido levantar la voz, literalmente. Es lo que le pasó a Rimel, después de que encarcelasen a su amigo Mohamed con vagas excusas. "¿Por qué hablas tan alto?", le rebatió uno de los responsables en la sede del Tribunal Islámico cuando fue a pedir explicaciones. "Me dijeron que estaba siendo irrespetuosa", contaba en julio, "y ordenaron: 'Metedla en una celda". Acabó en siendo apaleada en prisión por una carcelera que aseguraba que le iba a enseñar "moral".
"Me liberaron gracias a mi hermana", explicaba Rimel, "ella me da fuerzas". "Hemos salido de una dictadura para meternos en otra", criticaba entonces Suad. La maestra desafía cada día a los radicales con los pantalones puestos bajo el disfraz que le obligan a llevar para permitirle entrar en el edificio desde donde dictan su ley, esa que coarta: "Si quieres salir y manifestarte, hermana, al menos lleva ropas decentes".
Mohamed Nassar y Rimel Nawfal, activistas detenidos y torturados por el Tribunal de Justicia en Raqqa. / SEBASTIÁN CASTAÑEDA