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Orden moral y diferencialismo en el centro de los modelos religiosos católicos y musulmanes

[Dos publicaciones, la de Tariq Ramadan por un lado, la del cardenal Ratzinger por otro /1, dan ocasión a la autora para volver sobre el fondo de sus divergencias con la jerarquía católica y el predicador musulmán. Ambos pretenden, igual que las feministas, defender la igualdad entre hombres y mujeres pero la igualdad… en la diferencia, en la “complementariedad de los papeles”. A la “permisividad” total de las sociedades occidentales pretendidamente cultivada por las feministas, oponen una sociedad fundada sobre el amor “lícito” en el marco del matrimonio y de la familia heterosexual. A la “guerra de sexos” predicada, parece, por los movimientos feministas, oponen la “colaboración” y la armonía entre hombres y mujeres. Tales son las tesis que somete a la crítica feminista. La elección de Ratzinger como nuevo papa añade, si cabe, interés al artículo].

Para empezar, una cuestión de método: ¿es justo comparar el discurso de un cardenal que representa a la alta jerarquía católica y las declaraciones de un intelectual que no pretende en modo alguno representar al conjunto de los musulmanes /2? ¿Es justo comparar a la iglesia católica que lucha y sigue luchando con todas sus fuerzas contra el derecho a la contracepción y al aborto, con una corriente del mundo musulmán que pretende ser reformadora y hacer suyo el desafío lanzado por la conocida feminista francesa Christine Delphy de crear un nuevo feminismo “no contra sino con el Islám” /3? Más allá de las diferencias, sobre las que volveremos, en nuestra opinión hay una perspectiva común que les anima: hacer retroceder al máximo la influencia de los movimientos feministas en el mundo y desacreditar el proyecto de transformación radical de las relaciones sociales de sexo.


El Vaticano contra las feministas y los homosexuales
La jerarquía católica no ha ocultado nunca su hostilidad fundamental a todas las medidas que favorezcan la emancipación de las mujeres y de los hombres: rechazo a toda forma de contracepción (salvo la abstinencia), oposición al aborto, al derecho al divorcio, rechazo al derecho al trabajo asalariado de las mujeres, condena de la homosexualidad, del preservativo y de toda relación sexual fuera del matrimonio, etc. Pero las profundas transformaciones socioculturales llevadas a cabo en el mundo occidental desde hace cerca de medio siglo y sus efectos sobre las aspiraciones de las mujeres y de los hombres, ha hecho cada vez más inaudible el mensaje de la iglesia católica para una amplia parte de la población, incluso para los creyentes de los dos sexos. Frente a la “crisis”/4 de la iglesia católica y a la evolución de las legislaciones sobre la familia y las parejas homosexuales, el Vaticano ha querido dar una respuesta de fondo a los análisis desarrollados por los movimientos feministas y homosexuales, básicamente sobre tres cuestiones : el origen de la dominación masculina, la lucha entre los sexos y la diferencia entre los sexos.
Mientras los antropólogos no han encontrado todavía la respuesta, la explicación satisfactoria, sobre las condiciones de emergencia de la dominación masculina /5, la iglesia católica pretende tenerla. La dominación sería el castigo divino impuesto a Eva porque cometió el pecado original. En el punto 7 de su carta, el cardenal Ratzinger comenta así el mensaje bíblico: “Será una relación en la que el amor se verá a menudo desnaturalizado (…) reemplazado por el yugo de la dominación de un sexo sobre el otro. (…) Situación trágica en la que se pierden la igualdad, el respeto y el amor que exige, según el designio original de Dios, la relación entre el hombre y la mujer”. Pero si las mujeres no tienen razón para rebelarse contra una sanción divina, pueden sin embargo, mantener la esperanza, ya que Jesús ha hecho donación de su persona para salvar a la humanidad.
La lucha de sexos no es, según la iglesia católica, el resultado de las violencias ejercidas contra las mujeres en el marco de una relación de dominación, ni de la voluntad de las mujeres de luchar contra las injusticias, sino como escribe el cardenal Ratzinger, la consecuencia de una manipulación del movimiento feminista que “subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujeres, con el objetivo de suscitar una actitud de contestación. La mujer, para ser ella misma, se erige en rival del hombre. A los abusos de poder (¡caramba, eso existe!), responde mediante una estrategia de búsqueda del poder…”. Es inevitable constatar la similitud de estos comentarios con los de G. Marchais [antiguo secretario general del PCF] en 1978. Para la iglesia, como para él en aquel momento, no hay contradicciones socioeconómicas entre mujeres y hombres, sino solamente feministas que introducen de forma artificial divisiones en el seno del mundo del trabajo, etc. /6.
En lo que se refiere a las diferencias entre mujeres y hombres, el cardenal Ratzinger se eleva con fuerza contra el concepto de género creado por las investigadoras feministas y que introduce una distinción entre sexo biológico y sexo sociocultural: “La ocultación de la diferencia o de la dualidad de los sexos tiene consecuencias enormes a diversos niveles. Una antropología así, que pretendía favorecer objetivos igualitarios para la mujer liberándola de todo determinismo biológico, ha inspirado en realidad ideologías que promueven, por ejemplo, el cuestionamiento de la familia biparental, es decir compuesta de un padre y de una madre, así como la consideración en el mismo plano de la homosexualidad y de la heterosexualidad, un modelo nuevo de sexualidad polimorfa”. Aquí también, el cardenal razona mal. No son ni las feministas, ni los movimientos homosexuales los que han creado las familias monoparentales o las parejas homosexuales. Estos movimientos han hecho sólo una cosa: denunciar la estigmatización ligada a estos modos de vida, reclamando los mismo derechos para todos y todas. ¿Cuál es la alternativa preconizada por la iglesia católica?: la “colaboración” entre los sexos, en la diferencia. La misión esencial de “la” mujer es la maternidad y los cuidados de la familia, pero eso no debe obstaculizar su inserción en el mundo del trabajo en los diferentes sectores de la sociedad. ¿Cómo? Se vuelve a las antiguas recetas que evitan poner en cuestión el encierro de las mujeres en las tareas domésticas o el salario de apoyo: salario maternal o tiempo parcial: “El problema no es sólo jurídico, económico u organizativo; se trata sobre todo de una cuestión de mentalidad, de cultura y de respeto. Esto requiere, en efecto, una justa valorización del trabajo efectuado por la mujer en el seno de la familia. De esta forma, las mujeres que lo deseen libremente podrán consagrar la totalidad de su tiempo a los cuidados del hogar, sin ser socialmente desvalorizadas, ni económicamente penalizadas; mientras que las que desempeñar también otras actividades podrán hacerlo con horarios adaptados, sin ser colacadas ante la opción de sacrificar su vida de familia o de verse sometidas al estrés, lo que no favorece ni el equilibrio personal, ni la armonía familiar”.
Para quienes dudaran aún del sentido reaccionario del discurso de la jerarquía católica, recordemos las declaraciones del italiano Rocco Buttiglione, cercano a Berlusconi y al Vaticano, en su audiencia ante la comisión de Justicia y Asuntos Interiores del Parlamento europeo: “La homosexualidad es un pecado (y) la familia existe para permitir a la mujer tener hijos y ser protegida por un varón” /7.

Tariq Ramadan: por la igualdad de los sexos… en la complementariedad de los roles
En su libro, Tariq Ramadan quiere explicarse sobre las cuestiones de fondo en una entrevista con el periodista católico practicante Jacques Neyrinck. Por un lado, denuncia el discurso “binario” de ciertos musulmanes que quieren oponer Occidente, identificado con el mal, al mundo musulmán portador de esperanza. En esta ocasión, insiste por el contrario, en las posibles alianzas entre los hombres de buena voluntad, sean judíos, cristianos, musulmanes o “humanistas”, preocupados por hacer progresar la justicia en sus países y en el terreno internacional. Lejos de exculpar a los países musulmanes, muestra que la mayor parte de ellos ejercen sobre el pueblo una tiranía poco envidiable. En este sentido, se desmarca de un comunitarismo elemental. Por otro lado, no teme oponer el feminismo “occidental” considerado como un todo y asimilado a la relajación de las costumbres, a la lucha de las mujeres musulmanas por su dignidad, tanto en Francia como en otros países. Tariq Ramadan no es, sin embargo, un ignorante: sabe que hay que distinguir a las militantes feministas de los comerciantes de todo tipo, que bajo un discurso de liberación sexual, no tienen más que un único objetivo: conseguir el máximo de beneficios con la pornografía y la prostitución. Pero T. Ramadan es un fino estratega cuyo objetivo no es poner en causa radicalmente la dominación masculina sino soldar una comunidad musulmana diversificada, incluso atomizada, alrededor de un texto, el Corán, y de valores supuestamente capaces de reformar progresivamente a los países que se reclaman del Islam y los demás. Eso es, al menos, lo que se deduce de sus intervenciones públicas.
Así, denuncia con la mayor claridad los matrimonios arreglados, el mantenimiento de las mujeres en la ignorancia y la ablación, pues nada en el Corán permite, en su opinión, legitimar este tipo de prácticas. Por el contrario, pese a estar mencionada en el Corán la amputación de la mano a un ladrón, o incluida en las tradiciones proféticas la lapidación por adulterio, no las condena como tales, pero preconiza una “moratoria”/8 para la lapidación y todos los castigos corporales, en nombre de una lectura “no literal y abierta” del Corán y de las tradiciones proféticas. En este aspecto, insiste en la imposibilidad de reunir las condiciones que el Corán establece de aplicación de este tipo de sanciones, como, la supresión de la pobreza, por un lado, o por otro lado, la constatación de flagrante delito de adulterio por cuatro personas dignas de confianza. Se trata por tanto, a la vez, de conformarse al texto del Corán mientras se le “interpreta”, en función del contexto, preservando el mensaje fundamental: sí al “perdón” pero no al “laxismo”. Así en una sociedad “ideal”, en la que no habría ya pobreza, en la que reinaría el derecho y la justicia, T. Ramadan no tiene objeción de principio para los castigos corporales o la pena de muerte, aunque denuncia, por otra parte, el uso político esencialmente represivo del Islam por los gobiernos actuales en el mundo musulmán. Pretende así favorecer “desde el interior”, ciertas reformas, sin enfrentarse frontalmente a las diferentes instancias encargadas de decir lo que es justo, en el seno del mundo musulmán. Pero en lo esencial, el modelo de relaciones entre hombres y mujeres, preconizado por T. Ramadan, nos remite al dominante en los años cincuenta, en los países occidentales. Sólo la educación es reconocida como un derecho fundamental para las mujeres. Todo lo demás tiene que ver con la tolerancia: una mujer (igual que un hombre) puede divorciarse, incluso si, como recuerda T. Ramadan, “el divorcio, entre las cosas permitidas, es la más detestada por Dios”, según la tradición profética. Una mujer puede escapar a la poligamia: basta, para ello, que inscriba su oposición en su contrato de matrimonio. Una mujer puede trabajar aún estando casada, a condición que eso no ponga en peligro el equilibrio de la familia y que los esposos lo hayan decidido conjuntamente.

Fuera del matrimonio y de la heterosexualidad, no hay salvación
“El principio en el matrimonio es la igualdad de los seres y la complementariedad de los papeles y las funciones. El hombre tiene el deber de atender a las necesidades de la familia y, en este sentido, tiene la responsabilidad del mantenimiento del hogar. La mujer tiene el derecho de no tener que subvenir a sus necesidades materiales: es un derecho, no es un deber (…) y nada impide a una mujer que trabaje. En el espacio familiar, hay en Islam la idea de un derecho de la mujer que puede ponerla, en el plano financiero, en una situación de dependencia más o menos relativa” (p.147). Este modelo está en contra del principio de igualdad, no sólo porque las mujeres pierden en él toda autonomía financiera, como reconoce el propio T. Ramadan, sino también porque hace reposar las tareas domésticas principalmente sobre las mujeres.
En materia de aborto y de contracepción, T. Ramadán pretende volver a la situación que existía antes del éxito de las luchas feministas: prohibición del aborto, salvo cuando la vida de la madre está en peligro o en casos excepcionales como en el caso de las mujeres bosnias violadas durante la guerra; para la contracepción, “el principio general tendería a oponerse a la contracepción, pero los casos particulares que la permitirán son numerosos (…) Cuando los hechos están ahí y no se trate de avalar actitudes egoístas, timoratas o que salen de la ética (…), la contracepción podrá ser autorizada” (p.140), a condición de que el método utilizado sea el coitus interruptus y que la decisión sea tomada por los dos.
En materia de sexualidad, T. Ramadan denuncia el discurso “timorato” de los sabios contemporáneos, al contrario de los de otros “sabios” de los siglos XIII y XIV: “Situándose por supuesto, en el marco del matrimonio, estos textos antiguos hablan en él de placer, de los preliminares, de los cuerpos, y describen las posiciones posibles del amor, y todo esto de forma explícita. Retenían en esto la enseñanza de Aisha, mujer del profeta (…). En esta materia, por tanto, todo está permitido, salvo la sodomía” (p.151).
Fuera del matrimonio y de la heterosexualidad, no hay salvación: “para el Islám, la homosexualidad no es natural y se sale del camino y de las normas de la realización de los seres humanos ante Dios. Este comportamiento revela una perturbación, un disfuncionamiento, un desequilibrio”. Sin embargo, “no se trata de desarrollar un discurso de rechazo, de condena”, ni de culpabilizar sino de “acompañar, orientar” (p.153). Ahí también, no se trata de defender la igualdad de derechos, sino una cierta compasión.
Sobre ciertos temas como la cuestión del velo, Tariq Ramadan cambia de tono cuando se dirige a un público no musulmán al que quiere seducir o a un público de fieles (cf. Dakar, en 1998). En su libro, T. Ramadan recuerda los cinco pilares de la práctica del Islam: el acto de fe, la oración, el ayuno, la peregrinación y la limosna. Pero estas prácticas mismas son susceptibles, en su opinión, de compromisos para permitir a los creyentes tener en cuenta el contexto en el que evolucionan. A la inversa, para él, el velo (prefiere hablar de foulard) sería una prescripción ineludible del Corán. Sin embargo, no puede aceptarse la imposición del uso del velo a una mujer, pues la tradición islámica rechaza toda idea de obligación en materia de religión /9.
¿En nombre de qué, entonces, esta prescripción no puede ser “reinterpretada”, tal como nos invita a hacerlo T. Ramadan, en el caso de los castigos corporales, por ejemplo? No da sobre este punto, en su libro, ninguna explicación. Pero la encontramos en la grabación de la conferencia que dio en Dakar, Senegal, en 1998: tiene que ver con la necesidad de preservar el “pudor”; se recomienda, por tanto, “bajar la mirada y preservar su castidad”. Puesto que la humanidad es “débil”, y está sometida a tentaciones a las que hay que resistirse (la sexualidad, la riqueza), hay que “preservarse”. Estas recomendaciones, se supone, no están dirigidas únicamente a las muchachas, sino también a los muchachos. Pero son ellas las que deben “cerrar su velo sobre el pecho”. ¿Por qué?
“El más débil de los dos, es el hombre”, nos dice T. Ramadan. Por tanto para evitar suscitar deseos “culpables” en los hombres, ¡las mujeres deben cubrirse! ¿Cuál es el interés de las mujeres en sacrificarse así?: sería una forma de hacerse respetar como un “ser”, en vez de de ser juzgadas de forma superficial sobre su “parecer”.
Se puede comprender por qué algunas jóvenes (cuando no son simplemente obligadas a ponerse el velo para evitar conflictos, incluso las represalias de los chicos de su entorno) estén tentadas de cubrirse para defender su dignidad, sobre todo en nuestra sociedad en la que la desnudez de los cuerpos femeninos (incluso masculinos) se convierte en un argumento de venta fundamental. Pero hay mil y una formas de preservar su pudor, sin ponerse el velo. Debemos pues interrogarnos sobre el sentido de las palabras de T. Ramadan. ¿Por qué pues, contrariamente a otros teólogos musulmanes como Ghaleb Bencheikh /10, hacer del velo “una prescripción insoslayable”? Nos planteamos como hipótesis que la ventaja del velo en la escuela, es precisamente ser visible y permitir así a los predicadores musulmanes evaluar su influencia, marcar su territorio, obligar a las jóvenes a tomar así sus distancias respecto al feminismo llamado occidental y construir una correlación de fuerzas indispensable para ampliar su influencia y crear así una comunidad musulmana dispersa.
En definitiva, ¿cuál es el modelo de sociedad que preconiza T. Ramadan? Se sabe que critica el modelo exportado por Estados Unidos a punta de fusil en el marco de la mundialización. Está a favor de una sociedad más justa y ¿además de esto? Su interlocutor en su libro, Jacques Neirynck, se lamenta sobre la evolución de las sociedades occidentales arrastradas en un movimiento profundo de secularización: “Poco a poco, se llega a una situación en la que el cristiano medio se dice que no hay ya necesidad de religión puesto que el Estado lleva a cabo todas las funciones y todos los servicios que se esperaban antes de una religión. El Estado garantiza el orden (…). La solidaridad se ejerce por un enorme mecanismo de redistribución de las rentas. Las iglesias no se ocupan ya, en principio, de la enseñanza (…). Las instituciones caritativas como hospicios, hospitales, etc., no son necesarias puesto que el Estado hace todo eso. Por tanto se tiene a veces el sentimiento de que es posible dejar de ocuparse de la caridad, en el sentido tradicional de la palabra, en todas las religiones. La laicización ha carcomido la pertenencia religiosa (…)” (p.251). Si éste fuera verdaderamente el caso, habría más bien que alegrarse por ello. Y los creyentes con nosotras(os) pues podrían entonces consagrarse totalmente a su misión espiritual. Por nuestra parte, no pensamos que la caridad deba reemplazar un sistema de derechos que garantice la igualdad de todos y todas y servicios públicos baratos y de calidad. Estamos, por el contrario, a favor de reformas sociales (como la de la fiscalidad) que permitan satisfacer prioritariamente las necesidades sociales fundamentales (la educación, la salud, el agua, la energía, etc.). ¿Qué piensa de esto Tariq Ramadan? No se sabe.

Los enemigos de nuestros enemigos no son siempre nuestros amigos
Al contrario que la religión católica, el Islam no cree en el pecado original, cuya primera responsable sería Eva, y por el cual tendría la humanidad que redimirse. La sexualidad “lícita” no está tampoco prohibida. Es incluso considerada como un acto de “adoración” hacia Dios, según T. Ramadan. ¿Pero por qué jóvenes (chicos y chicas) llenos de vida deberían reprimir sus emociones y sus deseos? Pues porque si no se preserva la virginidad, se llega, según parece, a “la permisividad” y la perdición moral.
Para nosotras, feministas, lo que es inmoral, no es desear o tener relaciones sexuales con una persona cualquiera que sea su sexo, sino que alguien abuse del cuerpo de otra persona, sin su consentimiento, para afirmar su poder, recurriendo a la violencia si es preciso. En esta perspectiva, prescribir a los jóvenes la abstinencia sexual fuera del matrimonio, tiene como función esencial enseñarles la sumisión, la docilidad, hacia Dios en un primer momento y más ampliamente, hacia otras autoridades. A la inversa, la “permisividad”, sería, no hacer cualquier cosa, sino experimentar ese sentimiento de libertad que siente todo joven (chico o chica) que descubre por primera vez la sexualidad con alguien con quien tiene una buena relación.
¿Cuál es el resultado de la moral preconizada por las religiones monoteístas? Un refuerzo de las desigualdades entre chicas y chicos. Pues sabemos que en una sociedad represiva, son siempre las mujeres y las jóvenes quienes son más controladas sexualmente. ¿Qué chico (musulmán o no) llega virgen al matrimonio hoy? Nadie se preocupa por ello. Para las chicas es otra cosa, hasta el punto de que algunas se hacen operar para reconstituir su himen u otras aceptan la sodomía, ¡sólo para no tener que tener que justificar su desfloración! Lejos de avanzar hacia un grado moral superior, es el hundimiento en la peor hipocresía.
La enseñanza de los freudomarxistas no está pues superada: la represión sexual de los jóvenes tiene claramente como función hacerles dóciles; pero se equivocaban cuando pensaban que el capitalismo no es capaz de conjugar beneficio y liberalización sexual. Los treinta últimos años hemos aprendido lo contrario: la fuerza de adaptación del capitalismo es inconmensurable y puede muy bien acomodarse al levantamiento de prohibiciones sobre la sexualidad, pues todo, en este sistema, puede comprarse y venderse.
Por ello, no puede aceptarse tejer alianzas incondicionales con una corriente como la de T. Ramadan. Podemos encontrarnos en la lucha contra el imperialismo americano, contra el racismo y a favor de un plan económico y social de urgencia destinado a luchar contra las desigualdades y las discriminaciones hacia jóvenes de los barrios populares, pero incumbe a las feministas no renunciar a sus críticas ni a sus combates bajo el pretexto de que esto alimentaría el estereotipo del chico “árabe, musulmán, terrorista y violador” /11. La movilización por una alternativa feminista no puede ser aplazada a una fecha ulterior, a una victoria contra el imperialismo y el racismo. Pasa por la lucha, desde ahora, contra las violencias sexistas y homófobas, por el desarrollo de la educación sexual en la escuela, contra los matrimonios forzados, por la extensión del derecho a la contracepción y al aborto en toda Europa, por la igualdad profesional (principalmente de los salarios) o por servicios públicos gratuitos y de calidad, destinados a la atención de los niños o a la ayuda a las personas dependientes. Estamos convencidas de que en varios de esos objetivos podrán ser tejidas alianzas con jóvenes musulmanas. Sin embargo la lucha por la igualdad entre los sexos no se reduce a una lista de reivindicaciones. Está sostenida por un proyecto de sociedad en la que hombres y mujeres tienen los mismos derechos, en la que todas las actividades y todas las tareas, principalmente las tareas domésticas y familiares son realizadas de forma mixta. En efecto, todo individuo (hombre o mujer) debe poder disponer, en nuestra opinión, de un tiempo igual para instruirse, trabajar, educar a sus hijos, ver a sus amigos/as, ocuparse de sus padres ancianos, dedicarse a una actividad cultural, política o religiosa. Esto necesita, en consecuencia, una disminución radical del tiempo de trabajo para todas y todos.
Estamos lejos, como se ve, de los modelos preconizados por las religiones católica o musulmana. Sin embargo, estamos convencidas de que jóvenes mujeres musulmanas, como ha ocurrido anteriormente /12 con un cierto número de creyentes judías o cristianas, son o serán feministas. Sentirán también la necesidad de conquistar su autonomía y cuestionarán algunas enseñanzas de su religión. Pero a condición de que las militantes feministas debatan y lleven a cabo sus luchas, de forma resuelta, sin sectarismos, ni oportunismos.

Josette Trat es socióloga. Profesora en la Universidad París-VIII
Traducción: Redacción de VIENTO SUR

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  Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo, del 31 de mayo de 2004, firmada por el cardenal Ratzinger y el arzobispo Angelo Amato, disponible en Internet y presentada en Le Monde el 7/08/2004. “Peut-on vivre avec l´islam?”, entrevista con Jacques Neyrinck, febrero de 2004.


 Habríamos podido añadir a este panorama, la crítica del movimiento evangelista protestante que acaba de triunfar con la reelección de G.W.Bush en Estados Unidos.

 Citada por Tariq Ramadan en su tribuna en el periódico Libération del 28/04/2004.

Cf. sobre esta cuestión, la entrevista concedida al periódico Le Monde del 7/08/2004, por la socióloga D.Hervieu-Léger.

 Sobre este tema cf. J.Trat: “Engels et l´émancipation des femmes”, en Friedrich Engels, savant et révolutionnaire, bajo la dirección de G.Labica y de M. Delbraccio PUF, 1997, pp.175-192.

 Algunas feministas militantes del PCF, reagrupadas en el colectivo Elles voient rouge, denunciaron este análisis en un manifiesto publicado en Le Monde de los días 11-12/06/1978, bajo el título “Le PCF mis à un par ses femmes”.

Libération 8/10/2004. Como consecuencia de estas declaraciones, R. Buttiglione, contestado por una fuerte mayoría del Parlamento europeo, fue excluído de la futura Comisión Europea. Por otra parte, más de 140 conocidos católicos así como organizaciones católicas se unieron a la protesta general.

Lanzar la idea de una moratoria para la lapidación y los castigos corporales puede, quizá, tener un sentido progresista en los países sometidos a las leyes musulmanas. Pero en los países europeos donde fue suprimida la pena de muerte, en el momento en que las feministas pelean por una nueva ley contra las violencias sexistas, eso no puede ser sentido, con razón, más que como un llamamiento a una regresión sin precedentes.

 Precisemos aquí, para evitar malentendidos, que éramos hostiles al voto de la ley contra los signos religiosos ostensibles en la escuela. Se podía hacer retroceder al velo en la escuela sin esa ley que ha sido vivida como una medida específica contra los musulmanes.

 Ghaleb Bencheikh se ha pronunciado contra el código de la familia argelino y a favor de la separación de las iglesias y del estado, en el periódico argelino El Watan del 21/09/2004.

Idea subyacente en el pequeño libro polémico de Nacira Guénif-Souilamas y Eric Macé, Les Féministes et le garçon arabe, ediciones de l´Aube, 2004. Parecería oír a algunos militantes políticos de los años setenta para los que no era legítimo denunciar a violadores cuando eran inmigrantes bajo el pretexto de que se daba una mala imagen de los trabajadores inmigrantes que atizaba la represión.

 Cf. sobre este punto Florence Rochefort: “Contrecarrer ou interroger les religions”, en Le Siècle des féminismes, les editions de L´Atelier, 2004, p. 411-424.

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