La bondad del estado natural en el que vivían los nativos en las tierras del poniente de la mar océana, ya se encargaron los tórculos, giro tras giro, rodillo tras rodillo, de decir que eran blasfemos, gandules, inmorales, amantes del pecado nefasto, y demás adjetivos que los calificaba como aptos para ser, mediante la experimentada excusa de la behetría o la encomienda, que se había utilizado con mucho éxito en la Ibérica, llevarla a bordo de las naos al otro lado de la mar, para expoliarlos y esclavizarlos, con leyes más onerosas y vergonzosas de las que regían, oficialmente, para la esclavitud.
Todos los tórculos (entonces y ahora de otra manera) estaban controlados por el “príncipe” del momento, que más que respeto, por regla general le tenía miedo militar al papa de turno, que tenía sobrados espías en todas las regiones constituidos por servidores fieles (como ahora), cuyo mandamiento sobresaliente y principal eran ensanchar, potenciar y consolidar por encima de todos y sobre todo, el patrimonio que para no pagar impuestos llamaban y llaman propiedad de dios.
Normalmente la crónica nos suele pintar al fraile Montesinos (año de 1.511) conjunta y posteriormente con el sevillano fraile (antes de ser misacanto un verdadero todo-terreno de su época) Bartolomé de Las Casas, como unos rebeldes, que si hubieran vivido en este tiempo de obispos y cardenales no hubieran acatado la orden vaticana papal de inmatricular, que es lo mismo que robar, bienes raíces a la comunidad que, en el caso de España, los tiene “a pico de rollo” y no se merece que a su espalda y con nocturnidad los estén robando perlados y marichis con legalinas dictatoriales que no se ajustan al derecho natural y lógico más elemental.
En aquellos tiempos que para los estados mayores vaticanos actuales son calificados como tiempos bárbaros, de gente muy primitiva, existen testimonios y hechos de obispos de entonces que dejan a los actuales con el culo al aire de su panzismo bandolero con las inmatriculaciones, como lo fueron, entre otros que irán saliendo en la medida que a los archivos le entre la luz del sol, como lo fue el obispo de Popayan, ciudad en la actual Colombia, Juan del Valle, que en un Sínodo celebrado en su diócesis en el año de 1.558, dejaron por escrito la novedosa y lógica postura, muy peligrosa para sus carreras en la época, que ponían en duda la “Legitimidad de la posesión de Las Indias por el Rey de España…”
Otro obispo, que lo fue anteriormente en la ciudad peruana del Cuzco (ombligo), envió una pastoral a los párrocos de su diócesis, diciendo que no le dieran la absolución a ninguno en confesión, mientras no devolvieran lo que habían robado al Inca Atahualpa en el reparto traidor de Cajamarca. Y aunque algunos párrocos añadieron lo famoso de obediencia de vida a su capitán para ver si pillaban ellos algo, la valentía demostrada por aquellos perlados, brilla por la ausencia más casposa en la actualidad entre nuestros orondos y bien lustrosos prelados para los que las inmatriculaciones y el no pagar impuestos y cooperar con las cargas de la sociedad, la cogen como una disposición divina.
En su hermosa Historia General del Perú, del fraile mercedario vasco, probablemente de Aspetia, Guipúzcoa, nacido en 1.525, un fraile doctrinero que fiel a su faena aprendió y se expresó con soltura, dicen, en la lengua quechua y aimara, el basamento de su crónica giró en torno de que se le restituyeran a los nativos de aquellas tierras lo que se le había expoliado sin justificación legal ninguna para hacerlo.
Y lo decía un fraile que, aunque no llegó a ver sus escritos publicados, su historia cronológica de los Incas, y sus relatos sobre la conquista, al margen de un respeto: una admiración hacia la sexualidad que practicaban en su sociedad el inca, la gente del incairo, fueron algo que impresionaron al doctrinero; que, no se cortó tampoco con disputarle la mujer al mestizo y colega en escritos Felipe Guzmán Poma de Ayala, para experimentar con una guapa mujer la fascinación que el fraile sentía por la sexualidad Inca.
Mientras que los jefes vaticanos de ahora en sus oraciones piden leyes que establezcan con claridad que todos es suyo, y que los impuestos necesarios para el sostenimiento de servicios comunales, vayan a la cuenta de “Rita la Cantaora”.
Juan Eladio Palmis
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