Como por supuesto no es así, todos los años tenemos que poner entre los demás lo que falta. Hablamos sólo del impuesto religioso , la famosa cruz en la declaración de la renta, que son unos 144 millones de euros, pero aquí no se incluye el resto de la pasta que les soltamos por otros conceptos, y que ni siquiera está en discusión (ignoro por qué): colegios concertados, profesores, patrimonio cultural, apoyo a la acción social… En total, las entidades católicas se levantan cada año la friolera de 3.500 millones de euros de dinero público, que se dice pronto. Para no hablar de que están exentos de IVA, de pagar el IBI, etcétera.
¿Están agradecidos? Ni hablar: la montan cada dos por tres, organizan manifestaciones contra las leyes civiles, protestan a gritos por todo, no respetan el Estado laico, se meten en asuntos que no les importan, se sienten incomprendidos y perseguidos y tienen en general un comportamiento histérico, respondón, soliviantado y despótico, además de muy avariento.
LOS OBISPOS se parecen a esos chicos en la edad del pavo tardía que aún viven a costa de sus padres o de nuestros impuestos y luego muerden la mano que les da de comer: les pagamos y encima nos insultan, ponen malas caras mientras saquean la nevera, no respetan las normas de la casa ni las leyes civiles, y todavía protestan y se sienten perseguidos o incomprendidos.
La iglesia católica está tan perseguida en España como el chaval malcriado que no se va de casa de sus padres. Igual que los niños, lleva catorce años diciendo con soberbia que esta vez se larga, pero sigue comiendo la sopa boba y luego protestando. Esto ocurre por no haberles dado un bofetón a tiempo (en la transición). Nunca es tarde: o se comportan o que se vayan de casa de una vez.