EN ADHESIÓN Y HOMENAJE AL 100º ANIVERSARIO DE LA R:. L:. POKRET Nº 54.
Laicismo y laicidad (1) son expresiones que derivan del griego (laicos, laos), su etimología refiere aquello que pertenece o proviene del pueblo, por extensión lo laico es aquello que vincula el bien común, el espacio de lo público, comprometido con una Sociedad-Estado no confesional, humanista e imparcial respecto de todo dogmatismo. Lo que no se debe confundir con anti clericalismo ni anti religiosidad, por cuanto el laicismo no condena aquello sino que distingue las esferas de su influencia y forma de acción.
Esta acepción (laicismo) se ha asociado históricamente con la promoción de la efectiva separación entre la Iglesia y el Estado. Pero, tiene otras dimensiones, promueve el pluralismo; la secularización de la sociedad y el Estado; defiende el principio de imparcialidad del poder civil democrático; los servicios públicos abiertos para todos; la libertad intelectual basada en los valores del libre examen y la libertad de conciencia, ajena a la imposición de normas o valores morales de una religión particular.
La emergencia de la revolución de las tecnologías de información y comunicación ha dado lugar a un cambio de paradigma social, que ha generado un nuevo valor de la diversidad, implicando nuevo valor del pluralismo y esto impacta centralmente en el laicismo. El cambio en el paradigma comunicacional – particularmente lo referido a la multi modalidad, multi dimensionalidad y multi direccionalidad de interacción múltiple, con diversos mensajes y/o vocerías – pone término a las verdades únicas, objetivas, absolutas, inmutable, lo que da lugar a la consecuente ruptura de los diversos mega relatos y la caída de las utopías: religiosas, político-ideológicas, socio-históricas, incluso científicas, emergiendo frente a nuestros ojos -aunque no siempre logramos distinguirlas- nuevas, amplias y complejas realidades.
La tendencia autopoiética de los individuos y la sociedad, es decir, la natural y ancestral tendencia humana a la replicación, con sus procesos de contagio cultural y de viralización memética, que se acompañan de la tendencia a la auto generación, auto replicación, auto organización y auto sustentabilidad, nos lleva a un proceso de replicación permanente de los mismos esquemas de pensamiento, las mismas prácticas, ideas y enfoques, sin hacernos cargo del proceso de cambio constante, de deriva socio cultural o mutabilidad permanente desde la modernidad hacia un nuevo escenario -mal llamado Postmodernidad- que denomino Sociedad Digital, corre paralela a la globalización. El fuerte anclaje antropológico, patriarcal, autoritario y centralista en el que se mueve nuestro mapa mental, por la fuerte influencia de la cultura judeocristiana occidental, se confronta con los nuevos paradigmas cuya principal categoría es la diversidad y consecuentemente un nuevo valor del pluralismo, lo que favorece la tendencia al cambio de conciencia para la superación del yo y encontrarnos en el nosotros. Es decir, la emergencia del otro como legítimo, la conciencia que el “yo” sólo existe en la presencia del “otro”: tu, el, ella, nosotros, vosotros o ellos.
La globalización nos muestra una rápida transición hacia una sociedad de redes, marcadamente individualista, cuyos desafíos principales están en la revolución de la biotecnología, la genética y las nuevas dimensiones de tiempo y espacio, que condicionan e impactan, desafiando los elementos fundamentales del laicismo y la ética acompañante. En materia de convivencia o relacionalidad, también, se hace evidente la demanda de un “nuevo pacto social” para cambiar el clima psicosocial y todo aquello que no frena.
La laicidad observa el debilitamiento de las instituciones que se ven sumidas en una compleja crisis de adaptabilidad (epocal), con un modelo de desarrollo (no consensuado) minimalista de la dignidad de la persona humana. Paralelamente la ciudadanía pervive el secuestro de los valores, el mundo laico observa atónito la captura de la espiritualidad, un individualismo que niega el sentido de comunidad, un vuelco hacia el placer sensorial (hedonismo) que rechaza toda creencia, distanciado de todo principio ético, religioso o social (nihilismo) que constituyen un fuerte acicate al laicismo.
Producto de los cambios tecnológicos y las nuevas dimensiones de la diversidad y el pluralismo, emergen nuevas dimensiones y desafíos sociales que aguijonean los elementos del laicismo, como son la interculturalidad, inter religiosidad, los desafío de la genética, la bioética, la robótica, la neurociencia, etcétera. Los conflicto de ayer en la relación Iglesia-Estado, hoy parecen el juego de niños ante los nuevos y mayores conflictos éticos y valóricos, lo que motiva a pensar de nuevo esta importante categoría (laicismo) para intentar darle una nueva forma frente a estas emergentes y complejas temáticas.
En la misma línea, otra realidad emergente, auto constitutiva, de equilibrio dinámico, es el hecho que la tradicional tensión entre el poder espiritual y el poder temporal ha cambiado dramáticamente, los principales riesgos para estos ámbitos de poder no están en la confrontación que caracterizó su relación, sino en su propia mismicidad. Es decir, al interior de sus propias instituciones e institucionalidad, los principales peligros y amenazas surge desde (sí mismo) la conducta de sus propios miembros, en el poder espiritual véase la Iglesia Católica, en el poder temporal lo que ocurre con la política, etc. Más aún, el dogmatismo de mayor impacto en nuestra sociedad no está en las tradicionales instituciones del poder espiritual o temporal, sino en actores que, por el contrario, están fuera de sus ámbitos. En efecto, los dogmas que más duelen en la sociedad contemporánea, con que se somete a millones de personas a la humillación, abuso y dolor, están en la economía, fundada en premisas ontológicamente falsas y con supremacía en la ciencias sociales.
Respecto de la historicidad, rol y característica actual de la acción y pensamiento laico secular -a modo de crítica constructiva- se le percibe en la exaltación de los logros de generaciones pretéritas, pero que no guardan coherencia con el ser, hacer y estar del tiempo presente, mostrando cierta desidia y falta de oportunidad al momento de resolver el inventario de los objetivos y logro de la actual generación. Peor aún si abordamos los desafíos que nos motivan y convocan en la hora actual, gravedad que deriva de la vigencia de los procesos autopoiéticos en las personas y las instituciones.
En lo religioso y espiritual se ha avanzado en la libertad e igualdad de culto. Pero, ante el derrumbe de los megarelatos religiosos y culturales, que despojan a la sociedad de sus referentes valóricos y espirituales, el mundo laico no ha sabido aquilatar este vacío, no ha sabido ni podido responder a la demanda social de una espiritualidad laica. El mundo laico -la masonería en particular- no tiene respuestas para la búsqueda de una asistencia espiritual desde los valores e ideales del laicismo (tarea postergada), sin proselitismos, prejuicios, ni recurrir a lo mágico o divino. Esta espiritualidad se vive en los intramuros, en la mismicidad de los templos. Sin embargo permanecen bloqueados para la espiritualidad laica, ningún templo ni caverna de reflexión está disponible para aquellos que buscan recogerse en la oración, la reflexión, en el religarse en la hermandad espiritual. El mundo laico demanda y espera respuesta a una espiritualidad laica, con puntos de encuentros, de hermanamiento para los profanos, sin que ello perturbe los trabajos en los templos de la Orden. En este mismo sentido cada día es más reclamado por los ciudadanos el valor y trascendencia de ceremonias y ritos civiles-republicanos, como por ejemplo el matrimonio y el bautismo civil, las ceremonias y ritos mortuorios, la confirmación de nuestros compromisos comunitarios en el marco de valores y ética laica, que demandan de nuestra atención, reflexión e interés.
La paradoja de mayor impacto en la sociedad actual – que podríamos definir como la “madre de la batallas- es la vigencia y conmutación de los bienes públicos y los bienes privado. Los bienes públicos se ven huérfanos, debilitados, cuando no secuestrados. Las personas y actores públicos se distancian del bien común sin que ningún sector de la sociedad se encargue de cautelarlo, ni siquiera Estado. Peor aún, amplios sectores de lo público parecen más comprometidos en defender intereses privados, cuando no están inmersos en graves casos de corrupción público-privado.
Para una profunda revisión de los nuevos desafíos del laicismo debemos, primero, lamentar la escasa vinculación del poder temporal con el pensamiento y lecturas sociopolítica referidas a los cambios emergentes; lo que se agrava con la banalidad y vacuidad de los contenidos de la televisión y los medios de comunicación masiva; la creciente ruptura entre el mundo social y el mundo político; la ruptura del clima psicosocial y del de sentido (social) de destino común, lo que dificulta priorizar lo que nos pueda unir, aquello que nos permite construir en conjunto. Siguiendo la lógica de las esperas y burbujas que derivan de la filosofía del catedrático alemán Peter Sloterdijk, se observa una separación de esferas, una profunda distancia o segregación del flujo de idea desde la filosofía hacia la política, qué permita compartir un mapa común que defina los principales derroteros, las dinámicas, estructuras asociadas a los flujos, a las grandes tendencias observadas en el nuevo ethos digital.
La principal característica que desafía los valores del laicismo es la totalitaria primacía de los sistemas financieros, aspectos de la ideología neoliberal que muestra su peor rostro, al dar supremacía a los criterios de mercado, hasta el extremo de reificar o cosificar en sus dos acepciones, a) al considerar algo abstracto como si tuviera existencia material y concreta, y b) al asumir como cosa u objeto, múltiples dimensiones de la persona, desconociendo la dignidad y la trascendencia de los derechos humanos, trasbordo en la idea de sociedad que debilita el sentido de comunidad, dando preponderancia a un sistema que tiende hacia la individualidad, la vacuidad valórica, un materialismo que fluye como contagio viral, alcanzando a todos los niveles de la sociedad. Paralela y consecuentemente van surgiendo los nuevos diseños, la deconstrucción de estructuras, la deriva y acoplamiento estructural que definen las nuevas categorías sociales y roles institucionales.
Estamos frente a un cambio de época, un nuevo ethos que arrastra su ética, estética y emocionalidad. La encrucijada tiene relación con la desaparición o debilitamiento de las categorías tradicionales, transformadas en borde de vacuidad. Eso es lo que se observa en la categoría política (de izquierda y derecha) que hoy no representan ninguna especificidad; y, la categoría social de clases es aún más disfuncional, ambas categorías están divorciadas de la realidad actual, son vacías, no tienen sentido ni permiten diferenciación. Esas categorías no permiten a las nuevas generaciones, en el marco de las realidades derivada de la ruptura post social, una adecuada interpretación de la realidad. Para evitar confusión cabe señalar que esta no es la única razón de la crisis política e institucional, otra cuestión muy relevante es la capacidad adaptativa a las condiciones que impone la emergencia de la sociedad digital, la revolución de la tecnología de información y comunicación y el desarrollo de nuevas competencias y habilidades que demandan el cambio cultural en la sociedad.
El modelo y su estructura relacional genera creciente desigualdad, cuando no la ausencia de bienes públicos significativos, lo que atenta contra el sentido de comunidad. Se requiere poder en cuestión y consensuar el marco teórico integral del modelo de desarrollo,; poner en equilibrio el principio de subsidiariedad, que el neoliberalismo elevó a status de dogma de fe, con el principio de solidaridad que abre amplios espacios de gratuidad de lo social; equilibrar el rol del mercado con el del Estado. El gran desafío consiste en constituir una auténtica economía social de mercado, que de lugar a nuevos y mejores sistemas de redistribución del ingreso.
También impacta en la laicidad la forma de ser y estar en el mundo, la pasividad, actividad o hiper actividad. Hoy las personas viven absortas en sus tareas, con jornada de trabajo y tiempos de traslado extenuantes, sumidos en la esfera de la hiper comunicación, bombardeados por los medios masivos que incentivan el consumo (especialmente la televisión) y un ocio idiotizante. Individuos que muestran pasividad reflexiva, que se mueven por slogan, que muestran escaso interés por ideas o pensamientos complejos, cuya hiperactividad sacrifica la reflexión, la contemplación y capacidad de reacción.
La consecuencia de estos procesos son: la pandemia del estrés laboral, el temor a perder el empleo, a no ser productivos, las enfermedades psicosomáticas (cáncer), incluso el suicidio por depresión, como su expresión extrema. El mal parece estar en el imperativo de la productividad, el vértigo del rendimiento, lo material en detrimento del espiritual, la fragmentación y atomización del ser, el requerimiento para ser objeto y sujeto de consumo, lo transaccional como mandato supremo e inmediato. El pensador Karl Polanyi (Austria), define y resume este proceso en la siguiente frase: “En la antigüedad era común que se vendiese a los esclavos. Pero, en la economía liberal, es el mismo individuo el que tiene que salir a la calle y venderse asimismo y su trabajo”.
Los medios de información y comunicación, las redes sociales y comunidades digitales, tienen un rol determinante en el desarrollo de esta materia, cuando se asume la conciencia que el objetivo principal o presa preferente del modelo es la subjetividad de las personas, con fuerte vinculación en el marketing consumistas, con tendencia al exhibicionismo, la auto exposición, la auto promoción que borra el límite entre lo público y lo privado. Lo íntimo muta transformándose en un amplio borde en el que se promueve la visibilidad personalizada con una lógica del producto o cosa de vitrina, una especie de contracultura materialista y consumista.
Las circunstancias reclaman autocrítica de los movimientos políticos, religiosos, filosóficos, éticos y de las ciencias sociales, por cierta desidia o permisividad frente las convicciones que han dado lugar a los profundos cambios que someten a las comunidades nacionales, sin ningún contrapeso. El período político que vivimos parece ser la última expresión de la política del siglo XX, que da paso a la emergencia de nuevos movimientos y grupos sociopolíticos que promueven el renacimiento de lo ciudadano, lo republicano, laico y secular. Son grupos que emergen con vertiginosa potencia compitiendo por importantes roles de representación, disputando el poder y haciendo duras exigencia de cambios al orden establecido, particularmente al económico y sus ortodoxas bases neoliberales. Y esta realidad está ocurriendo en diversas latitudes a nivel global y demanda nuestro liderazgo a nivel local.
Debemos mirar el laicismo más allá de la tensión Iglesia-Estado. Se trata de las nuevas dimensiones de un laicismo político, filosófico, religioso y cultural, de cara a los nuevos tiempos, con sus nuevas ideas y paradigmas. Nuestra obligación es reconocer y decodificar los cambios, orientar nuestra acción para que los principios laicos, los valores humanistas y el estilo republicano, mantengan su vigencia, defendiendo la independencia de la persona humana, la sociedad y especialmente el Estado, con un pensamiento crítico, libertario, ajeno a toda preeminencia religiosa, o de cualquier otro tipo de divinidad o dogmatismo (incluidos los económicos), cautelando un estado de derecho que garantice la igualdad, la solidaridad y el desarrollo pleno.
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1 Laicidad y laicismo en este texto tienen acepción equivalente y ambos conceptos tienen un sentido positivo, rechazándose la intencionalidad negativa o de hostilidad con que algunos autores pretenden diferenciar laicismo de laicidad.
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Carlos Cantero
Geógrafo, Doctor en Sociología