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No hay democracia sin pensamiento libre

Estudiantes durante la manifestación contra las políticas de Bolsonaro en São Paulo. CAMILA SVENSON

Las revoluciones modernas trataron de crear sociedades libres y justas. Y para ello construyeron las instituciones democráticas y un sistema educativo público. Porque no puede haber democracia sin una ciudadanía bien formada. Desde la escuela hasta la universidad, comenzó a enseñarse todo tipo de conocimientos: humanidades, artes, ciencias sociales y saberes técnicos y profesionales. Si estos últimos son útiles para la mejora de las condiciones materiales de vida, los primeros son imprescindibles para la comprensión de las sociedades y la formación integral de las personas.

Hoy, sin embargo, está ocurriendo lo que hace unos años parecía imposible. Están proliferando gobiernos de ultraderecha que son una amenaza para la democracia y el pensamiento libre. El caso de Brasil es paradigmático. El presidente Bolsonaro y su ministro de Educación pretenden recortar las carreras de filosofía, sociología y humanidades, porque son un lujo para «personas muy ricas» (el argumento populista) y no «generan un retorno inmediato» (el argumento economicista). Apelan al precedente de Japón, cuyo ministro de Educación envió en 2015 una orden a las universidades exigiéndoles «abolir los estudios de ciencias sociales y humanas». Esa orden provocó una oleada de críticas, incluso por parte del empresariado, y enseguida fue anulada. Esperemos que ocurra lo mismo en Brasil. La Red Iberoamericana de Filosofía ya ha exigido una rectificación y la movilización nacional e internacional no deja de crecer.

Para entender lo que ocurre en Brasil, recordemos la historia europea. Cuando surgieron los regímenes totalitarios del siglo XX, uno de sus objetivos fue la destrucción de la cultura, la quema de libros, la persecución de profesores, artistas y pensadores. El conocimiento se redujo a los saberes técnicos necesarios para mover la maquinaria económica y militar. Se trataba de convertir a la ciudadanía en una masa ignorante y manipulable. Es lo que Ortega y Gasset llamó «la barbarie del especialismo».

El 12 de octubre de 1936, en la Universidad de Salamanca, el general sublevado Millán-Astray, fundador de la Legión, le gritó al rector Miguel de Unamuno, escritor y filósofo: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!». Unamuno le respondió: «Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis». Con el apoyo de Hitler y Mussolini, Franco destruyó las instituciones democráticas de la II República y trató de matar la inteligencia de todo un pueblo. No lo logró, pero la represión de los maestros y profesores fue brutal, y muchos intelectuales se exiliaron a países como México. La sociedad española tiene una deuda con todos ellos que todavía no ha sido saldada.

La derrota de Hitler y Mussolini abrió un nuevo ciclo histórico en Europa, durante el cual se construyeron los Estados de bienestar. No fue solo una época de desarrollo económico, sino también de justicia social, democratización de las instituciones, conquista de derechos civiles y generalización de la educación y la cultura. Pero, tras la llegada al poder de Thatcher en Reino Unido y Reagan en Estados Unidos, se inició una nueva etapa dominada por el neoliberalismo. Su objetivo: desmontar todas las conquistas democráticas, sociales y culturales de los Estados de bienestar. Es decir, someter la vida de las personas a una nueva servidumbre: la dictadura del mercado capitalista. Las políticas neoliberales comenzaron a socavar de nuevo el sistema público de educación, ciencia y cultura, y a reorientarlo hacia los saberes técnicos patentables y mercantilizables. Una vez más, se trataba de convertir a la ciudadanía en una masa de productores y consumidores fácilmente manipulable.

Tras la crisis de 2008, las políticas de recortes sociales y la precarización generalizada, hemos entrado en un nuevo ciclo en el que proliferan los partidos neofascistas, eufemísticamente llamados populistas. Este fenómeno recorre Europa y América, de Hungría a Reino Unido, de Suecia a España y de Estados Unidos a Brasil. El neofascismo retoma algunos elementos del pasado (autoritarismo, machismo, xenofobia, etcétera) y los combina con otros del ideario neoliberal (privatización de servicios públicos, precarización del empleo, bajada de impuestos, etcétera). Ambos tienen en común el socavamiento de la democracia y de la educación pública.

Ante los grandes retos sociales, tecnológicos y ecológicos a los que se enfrenta hoy la humanidad, necesitamos renovar y fortalecer nuestra democracia, pero también nuestro sistema educativo, para que la ciudadanía pueda adquirir una formación lo más amplia e integral posible. No podemos permitir que las humanidades y las ciencias sociales sean eliminadas de las escuelas y las universidades. La barbarie se abre camino con medidas como esta. Tenemos que oponernos a los enemigos de la educación y la cultura. Prescindir de la filosofía y de la sociología es una mayúscula aberración.

María José Guerra es presidenta de la Red Española de Filosofía (REF) y catedrática de Filosofía Moral de la Universidad de La Laguna.
Antonio Campillo ha sido presidente de la REF y es catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia.

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