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¿No es mejor llamar al diálogo que al olvido?

El Cardenal Rouco Varela llama a olvidar la guerra civil y los crímenes contra la humanidad «A veces es necesario saber olvidar».

 El presidente del episcopado, cardenal Rouco Varela, aprovechó el discurso inaugural de la XCII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española para lanzar un llamamiento a la reconciliación entre los españoles ante la Ley de la Memoria Histórica y a la solidaridad ante la crisis económica.
"Es necesario cultivar el espíritu de reconciliación, sacrificado y generoso, que presidió la vida social y política en los años llamados de la transición a la democracia. A veces es necesario saber olvidar (.)

No era mi intención escribir sobre la Ley de la Memoria Histórica, ya que es un tema demasiado traído y llevado últimamente. Pero el llamamiento a olvidar la guerra civil que hizo los otros días el Cardenal Rouco Varela ha sido como un dedo que ha escarbado en mi garganta y me ha provocado el  vómito. Y es que hay cosas que me resultan inconcebibles. A saber: ¿por qué el Cardenal lanza ahora ese llamamiento a la reconciliación, cuando el Vaticano ha beatificado el año pasado a 498 sacerdotes, mártires del bando nacional? Si verdaderamente la Jerarquía Católica, con ese espíritu cristiano que se supone debería tener, hubiese querido contribuir a la mediación entre los españoles, ¿no correspondería haber beatificado de igual manera a los dieciséis curas y religiosos vascos que fueron asesinados por las tropas franquistas en Euskadi sin renunciar tampoco a su fe? La sotana no fue en aquella ocasión un salvoconducto. El 8 de octubre de 1936 eran fusilados dos curas de Renteria, Gervasio
 de Albizu y Martín de Lekuona, que fueron los primeros, y que murieron sin renunciar a sus convicciones religiosas ni a sus ideas nacionalistas.
La represión franquista no se detuvo ahí, durante las tres semanas siguientes serían ejecutados 14 religiosos más, entre ellos, el cura y escritor José de Ariztimuño, un teórico del nacionalismo.
¿Por qué entonces una beatificación tan selectiva y de un contenido ideológico tan evidente? ¿Es que no suponían que por lógica esto iba a levantar demasiadas pasiones?
No es extraño que por norma sea la Jerarquía Católica y el sector más conservador de la sociedad los que no quieran ni oír hablar de la Ley de la Memoria Histórica. No hay que remover; dicen una y otra vez. Hay que saber olvidar, olvidar, olvidar. 
No, señores, no hay que olvidar. La Historia jamás se debe olvidar.
Seamos lógicos; una guerra civil en la que hubo casi un millón de muertos, y cuarenta años de dictadura, no la olvida ni la primera ni la segunda ni la tercera o la cuarta generación, por más que se promulgue el olvido. Si deseamos que cicatrice esa llaga que aún sigue supurando y que no se cierre en falso como ha venido ocurriendo hasta ahora, hay que hacer una ablución a base de que logremos hablar todos, con calma, en libertad y respeto, ya seamos conservadores, progresistas, religiosos o ateos. Aprendamos a escuchar; a respetar distintas opiniones, ideas,  recuerdos y vivencias, si deseamos cultivar el espíritu de reconciliación. Y que con tal libertad puedan los familiares de tantos y tantos asesinados por la represión franquista, como si los hay por el bando republicano, reclamar la exhumación para rehabilitar el honor y dar digna sepultura a sus muertos. Tengamos en cuenta, además, que la desaparición de los cuerpos, al impedir el duelo, acaba volviéndose contra los verdugos
ya que se hace imposible el olvido. Y por supuesto la reconciliación.
Tengo entres mis manos un libro de crónica de guerra, titulado: CON LA COLUMNA REDONDO Combates y conquistas. Obra escrita por el P. Bernabé Copado, S. J. (Capellán militar de la Columna) Imprenta de la Gaviria. Sevilla. 1937, del que extraigo los siguientes párrafos:

Acto de Consagración del Tercio de la Virgen de los Reyes a su celestial Patrona: Antes de ponernos en movimiento, camino del combate, venimos a consagraros nuestras armas como a Reina, y a pediros vuestra bendición como Madre. Oh, Señora, vuestro Tercio, ordenado en plan de guerra y adornado con las armas de combate que constituyen ahora nuestras más preciadas joyas, nosotros os las presentamos en estos momentos, llenos de emoción; os las rendimos en plan de vasallaje y las abrazamos en vuestra presencia, jurando emplearlas siempre en defensa de la santa causa de Dios, para conseguir el pronto y definitivo reinado del Corazón Sacratísimo de Jesús en España [.].
Conquista de Cañete de las Torres (Córdoba) La guerra indiscutiblemente tiene sus encantos, y llena de ellos estuvo la operación del día 19. Apenas nos apartamos de la carretera de Valenzuela, desplegó la caballería. El terreno accidentado, lleno de lomas, parte cubierto de olivar y parte de tierra calma. Pronto se hizo contacto con el enemigo, y el alma gozaba y los ojos se iban tras la caballería, que maravillosamente desplegada, saltaba a los olivares y desaparecía para aparecer, recorriendo con el trotar de sus caballos la claridad del campo abierto. Varios cadáveres quedaron en el campo, y entre ellos el de un rojo significado, a juzgar por su vestimenta [.].
Conquista de la ciudad de Ronda (Málaga). El avance rápido de la columna desde el puente a la ciudad, fue desconcertante para los desdichados comunistas. Tan confiados estaban, que en el camino nos encontramos con tres desdichados, que venían en un auto a traer comida a los que estaban en los blocaos: la sorpresa de los infelices no es para describirla: allí quedaron en la carretera sus cadáveres [.].
La toma de Aracena (Huelva). Al día siguiente de nuestra entrada en Aracena, que era domingo 16 de agosto, tuvimos Misa de campaña en la plaza. Hubo explicación del Evangelio, en medio de la conmoción del pueblo y de las lágrimas de todos. Después, formó la tropa con los Jefes y Oficiales al frente y, con los toques reglamentarios de corneta, se celebró otra Misa. La justicia militar comenzó a actuar, y todos aquellos desdichados manchados de crímenes, fueron fusilados en la carretera y en las puertas del cementerio. Todos se confesaron y murieron besando el crucifijo.

Convendría recordar ahora la intervención del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, como presidente de la Conferencia Episcopal Española en la misa celebrada en la Iglesia madrileña de los Jerónimos, el 27 de noviembre de 1975. Ante el recién proclamado rey Juan Carlos y en presencia de numerosos gobiernos, altos cargos del Ejército y la plana mayor del régimen franquista, pronunció una homilía que sorprendió por su defensa de los derechos humanos y de la participación de todos los ciudadanos en las tareas de gobierno. Fueron estas palabras, pronunciadas por el máximo representante de la Iglesia española en aquel momento, las que abrieron las puertas a la Transición, las bases en que habría de asentarse la añorada democracia. Quiso pedir perdón en nombre de la Iglesia, pero no se lo permitieron.
El cardenal Tarancón fue un verdadero demócrata, y lo demostró en diversas ocasiones. Por eso no era bien visto por el régimen franquista. Aún me parece estar oyendo aquel día en Madrid, durante el entierro del almirante Carrero Blanco, asesinado por ETA, los gritos de los círculos más conservadores y reaccionarios: "¡¡Tarancón al paredón!!"

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