La ONU, organización internacional más que curada de espantos, ha mostrado esta semana su enorme preocupación por la protección que el Vaticano sigue procurando a los muchísimos religiosos acusados de pederastia. Es tremendamente difícil saber el número exacto de sacerdotes que están implicados en casos de abusos sexuales a menores, pero según datos proporcionados por el propio representante de la Santa Sede en la ONU, el arzobispo Silvano Tomasi, podrían llegar a los 20.000.
La inmensa mayoría de los expertos en psicología infantil (9 de cada diez, la misma proporción de dentistas que recomiendan los chicles sin azúcar) coinciden en que el número de casos es sin duda mucho mayor, ya que la figura del sacerdote ejerce una influencia sobre los menores que les hace padecer el abuso como un acto que deben ocultar y del que se sienten en vez de víctimas, culpables. Así que no hace falta ser muy ducho en matemáticas como para darse cuenta de que estamos hablando de una auténtica plaga bíblica.
¿Se pueden imaginar ustedes por un instante qué ocurriría si estuviéramos hablando de cualquier otra organización en la que más de 20.000 de sus miembros estuvieran implicados en tan atroz crimen? Y, aún más, ¿si esa misma organización se permitiera darnos clases de moral en temas como el aborto, el matrimonio homosexual o el papel de la mujer en la sociedad? Sin duda sería algo inconcebible y más si la dirección de la organización se permitiera la chulería de proteger a los criminales tras los muros de su sede.
Si el ataque a las Torres Gemelas por parte de apenas una decena de activistas fue suficiente para justificar la invasión de dos países, ¿qué esperan las autoridades internacionales para entrar en el Vaticano (ano, ano) a recoger los datos que oculta la jerarquía eclesiástica y a detener a los protegidos más “ilustres”? ¿Acaso el daño que han sufrido, sufren y sufrirán millones de niños no merece una acción al menos tan enérgica como la protección de los intereses petrolíferos de Occidente?
Y, en lo que nos atañe más de cerca, ¿creen ustedes que el Gobierno español seguiría pagando religiosamente más de 11.000 millones de euros anuales a cualquier otro organismo que estuviera acusado de semejante aberración?
No hay duda de que la Iglesia Católica padece una terrible enfermedad que debería ser tratada de forma quirúrgica, pero un tratamiento similar debería ser aplicado a una sociedad como la nuestra, que permanece impasible ante uno de los crímenes más execrables a los que se puede enfrentar el ser humano. Estamos hablando de millones de vidas de niños (ya nacidos) que van a padecer tormento psicológico el resto de sus vidas. Si Jesucristo hubiera podido adivinar el monstruo en el que se convertiría parte de la Iglesia que estaba creando, seguro que hubiera cambiado su “Dejad que los niños se acerquen a mí”, por “No dejéis que los niños se acerquen a los sacerdotes”.
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