Varias noticias han suscitado la polémica relacionada con los menores y el veganismo. La última, la propuesta de una diputada italiana para penar con años de cárcel a los padres veganos que dañen a sus hijos por imponerles su misma dieta.
Dicha polémica es un caso particular de una cuestión más amplia: cómo debe educarse a los menores. Ya nos hemos ocupado en otro momento de este tema desde los parámetros de la contraposición comunitarismo vs. Ilustración. La clave está en si entendemos a los menores como miembros natos de una comunidad (religiosa, moral, cultural…) o si como individuos con ciertos derechos fundamentales como tales individuos, independientes (y aún oponibles) frente a cualquier comunidad, el propio Estado e incluso sus padres. Aquí apostamos, como en el otro artículo mencionado, por la segunda opción: la ilustrada.
El objetivo paternal no es duplicarse a sí mismos en sus hijos ni continuar a través de ellos una tradición, cultura, comunidad o religión. El máximo gozo de unos padres ilustrados es ver que sus hijos son personas autónomas, capaces de vivir independientes, pensar por sí mismas (incluso contra las ideas de sus padres) y hacer sus propias vidas como ellos quieran (y aunque no sea el tipo de vidas que a sus padres les guste más). Si logran eso, habrán sido buenos padres. De la otra forma, habrán sido buenos domesticadores, manipuladores o adoctrinadores, pero no padres en el sentido moderno o ilustrado.
Si ese es o debe ser el objetivo de la paternidad, criar individuos plenos, libres, autónomos, independientes, ¿qué papel cabe al Estado? El de garantizar y colaborar con ese derecho de los menores y esa obligación de sus padres. Principalmente, mediante la educación pública, secundariamente con medidas más coercitivas llegado el caso.
¿Significa lo anterior que los padres no pueden transmitir sus propias ideas a sus hijos ni educarlos en las creencias y valores que estimen más convenientes? ¿Deberían educarlos asépticamente, de modo que sus hijos no puedan responder a si sus padres son creyentes o ateos si les preguntan, por ejemplo? No. Algo así sería excesivo e imposible de cumplir, y una norma ética, moral o jurídica, para serlo, debe ser, antes que otra cosa, posible.
Por el principio de presunción de inocencia, entendemos que todas las familias procuran lo mejor para sus hijos, de buena fe, y como mejor saben hacerlo. En este sentido, los padres entienden que lo que ellos creen o piensan en lo más correcto y por eso mismo se lo transmiten a sus hijos. El padre ateo le dice a su hijo que Dios no existe igual que le dice que no beba lejía o que no toque el enchufe (lo mismo el padre religioso cuando le dice que sí existe). Si eso se completa con la escolarización obligatoria para que el niño reciba otras informaciones y conviva con otros niños de familias distintas, y así pueda contrastar diferentes puntos de vista, y formar el suyo propio, no hay problema.
Además, las investigaciones apuntan a que en el pensamiento del niño influirán mucho más las ideas que le lleguen horizontalmente (de sus iguales, de otros niños) que verticalmente (de los padres) con lo que tampoco es excesivamente preocupante lo que, normalmente (¡ojo!, normalmente) vean u oigan en sus casas. (A este respecto, véase El mito de la educación de Judith Harris). El problema estará en los casos en los que los padres quieran evitar, precisamente, esa influencia horizontal, y se nieguen a escolarizar al menor (homeschooling) o lo hagan en escuelas sin diversidad (con idearios fuertes), de forma que ese menor no tenga contacto (o muy limitado o sesgado) con el mundo exterior a su propia familia. Ahí el Estado sí debería intervenir a favor de los derechos de esos menores.
Una clave para dirimir asuntos controvertidos puede ser la del “daño objetivo”. El Estado deberá intervenir a favor del menor siempre que haya un daño objetivo o sea altamente probable. Por daño objetivo entendemos una lesión de sus derechos como individuo (tanto físicos como morales) y que sea constatable de forma más o menos clara.
Pensemos en el bautismo católico. Evidentemente, el bebé no elige bautizarse, ni que a partir de entonces figure como católico a efectos de la iglesia católica, y si de mayor decide apostatar lo tendrá bastante difícil burocráticamente. Ahora bien, a pesar de eso, es difícil concluir que hay un daño objetivo para el menor. A efectos físicos, solamente se le moja un poco la cabeza y nada más, y a efectos morales la inmensa mayoría vive vidas plenas y felices aunque luego sean ateos (y quienes digan tener un trauma por su bautizo infantil, tal vez deberían hacérselo mirar en la consulta de un experto). Distinto es el tema de la apostasía y todo eso, pero daño objetivo al menor no hay.
Otra cosa muy distinta es el caso de los rituales o las prácticas (religiosos o no) que impliquen marcas o mutilaciones permanentes en el menor. En el caso de la ablación genital es evidente, pero también en el caso de la circuncisión (típica del judaísmo) o de tatuajes en menores (por lo menos antes de cierta edad, no necesariamente los 18 años, en los que es evidente la falta de juicio informado del menor).
El asunto de la dieta vegana habría que verlo desde esta perspectiva. Que un adulto opte por un tipo de dieta particular, acorde a su propia ética o religión, es un derecho suyo y que le acarreará por su cuenta los costes que deba acarrearle. Es decir, quien quiera comer halal, kosher o vegano está en su derecho, pero la obligación inherente a los demás (todo derecho de alguien es una obligación de otro también) es meramente negativa (no impedírselo), pero nopositiva (facilitárselo) salvo excepciones. Por ejemplo, un restaurante no tendrá obligación de ofrecer este tipo de menús si no quiere. Podrá hacerlo para ganar a esos clientes, o por generosidad hacia ellos, pero no por obligación moral o legal. El musulmán, el judío y el vegano pueden acudir a otros restaurantes que sí ofrezcan esos menús o hacerse la comida ellos mismos: han tomado esa decisión y ellos corren con los costes si su decisión es más difícil de satisfacerse que la de los demás. Distinto sería en una cárcel, por ejemplo, donde si a esas personas no se les ofrecen esos menús, ellos no pueden cumplir con su conciencia de ninguna forma (hablamos de conciencia, no de mera preferencia). Ahí sí se puede aceptar la obligación de ofrecerles esos menús (y podría ser un caso de acomodo razonable justificado).
Por lo mismo que decíamos más arriba, en principio, aceptamos que todos los padres van a procurar alimentar a sus hijos y educarles en la mejor forma de alimentación que ellos consideren, de buena fe. Ahora bien, si alguno de ellos intentara hacerlo de alguna forma que implicase un daño objetivo para el menor, el Estado debe intervenir a favor del menor. En este caso, la dieta vegana estaría en entredicho para menores. Y lo está, precisamente, por el hecho de ser menores y no estar físicamente formados de modo pleno sino formándose. Una dieta deficitaria o desequilibrada en la infancia sí implica daños objetivos permanentes o graves para la persona. Un adulto ya formado, que decide ser vegano después de una infancia sin serlo, no tiene por qué tener problemas de salud derivados de eso, siempre que sepa suplir todo aquello en lo que una dieta vegana es deficitaria. El problema es que el menor con dieta vegana puede tener daños durante la infancia o permanentes precisamente por ese tipo de dieta a esa edad de formación física. ¿Cómo decidir entre las opiniones que afirman lo anterior y las que lo niegan? Atendiendo a la menor opinión disponible, que no es otra sino el conocimiento científico, esto es, lo que mayoritariamente goce de mayor consenso en la comunidad científica (o sea, en función de las pruebas y experimentos más replicados y contrastados hasta el momento). Y hasta ahora la conclusión más fiable es que la dieta vegana no es apropiada para menores. ¡Ojo!, porque por otros motivos distintos, pero igualmente científicos, dietas con excesivas grasas o azúcares, que pudieran provocar obesidad infantil, serian también inapropiadas (por mucha carne que llevaran, o precisamente por eso mismo).
De todas formas, los casos de hijos desnutridos de veganos son muy puntuales, y posiblemente se deban a una dieta vegana muy estricta o muy mal hecha. Los veganos que simplemente abandonan los productos cárnicos sin más (sin suplir adecuadamente las carencias de ciertos minerales y vitaminas difícilmente asequibles si no se consume carne) enferman no tanto por su dieta vegana, sino por no hacerla correctamente. Serían el equivalente a dietas exclusivamente carnívoras: sería un error decir que son malas dietas por llevar carne. El problema con los niños está en si esos suplementos son suficientes o adecuados a esas edades de formación del menor en comparación con obtenerlos directamente a través de productos animales. Y parece ser que no, a diferencia de los adultos[1].
Siendo así, los padres veganos que quieran educar a sus hijos como individuos plenos y libres deberían abstenerse de obligarles a seguir su misma dieta (aunque solo fuera por si acaso dado el estado científico de la cuestión), y confiar en que de adultos seguirán su mismo ejemplo y la adoptarán voluntariamente. Supongamos que no fuera así, y que pese a los riesgos se empeñaran en mal alimentar a sus hijos (con la misma fe ciega en sus dogmas veganos anticientíficos que la que tiene quien pretende curar a sus hijos mediante la oración, en vez de ir al hospital o hacer ambas cosas). En ese caso, el Estado debería intervenir para garantizar el derecho de ese niño a una alimentación sana (igual que debería intervenir para salvar al niño que pretenden curar mediante oraciones sin más).
Que eso deba implicar penas de cárcel u otras es algo jurídico y demasiado concreto en lo que no entro, pero sí hago una advertencia: la misma pena que pensemos que le corresponde al padre vegano irresponsable, que pone en riesgo a su hijo, debe establecerse para el padre carnívoro que provoque obesidad en su hijo si le alimenta a base de pizza, hamburguesa, refrescos de cola y comida-basura. Ambos cometen el mismo delito de mal nutrir a sus hijos. Y lo segundo debería preocuparnos mucho más que los pocos casos detectados de niños desnutridos por una dieta vegana. La obesidad entre los adolescentes en España es del 15%, con alto grado de incidencia de diabetes de tipo 2 para ellos (y aumento del riesgo de enfermedades cardiovasculares, por ejemplo). En el mundo hay ahora mismo 42 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso, 35 millones de ellos en el primer mundo. ¿Meteremos en la cárcel a todos sus padres y madres? Sí, a esos que se alarman ante los casos de niños veganos mientras hacen vida sedentaria con sus hijos viendo televisión y alimentándolos con hamburguesas y refrescos azucarados.
Volviendo a los veganos, decíamos que deberían abstenerse de alimentar a sus hijos sin carnes ni derivados de la carne hasta que estén formados (repito, por la misma razón que otros padres carnívoros deben alimentarlos con muchas más frutas, verduras y pescado que carnes y dulces). Por lo menos, hasta que la misma ciencia que no les da la razón en lo que a dietas veganas para niños refiere, sea capaz de proporcionarnos carnes sintéticas (u otras alternativas) sin sufrimiento animal que sí posibiliten dietas veganas equilibradas también para niños (y de paso para adultos). Eso sí, carnes sintéticas, in vitro, hechas en laboratorio, con células madre y biotecnología (posiblemente transgénica también), artificiales y lejos de lo “natural” a más no poder. Lo que debería hacer que muchos de ellos abandonaran los prejuicios “religiosos” neoluditas que suelen acompañar a su dieta vegana. Paradójicamente, la solución al sufrimiento animal y a los males de la producción cárnica industrial (éticos y medioambientales) no vendrá de los (mal llamados) huertos ecológicos sino de los “malvados” laboratorios científicos que inventan cosas tan antinaturales como las vacunas, el maíz transgénico o la carne sintética.
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.