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Nietzsche: La “muerte de Dios”

A partir de la veracidad o de la sinceridad más profunda, Nietzsche había llegado a la toma de conciencia de la imposibilidad de alcanzar la verdad. Pero, si la verdad en un sentido pleno era un objetivo tan inasequible, no lo era el de la denuncia de los mitos elaborados por la fantasía humana y presentados como verdad. 

Precisamente una consecuencia de esta rigurosa actitud de Nietzsche en su búsqueda de la verdad fue lo que le condujo a su crítica de la teología y de la moral tradicional cristiana, y a mostrar las consecuencias que se derivaban de estas críticas. En lo esencial el esquema de tales críticas se resume en los puntos siguientes:

  1. a) La “muerte de Dios”, es decir, la toma de conciencia de que ese dios del cristianismo, en el que el propio Nietzsche había puesto su confianza en la vida durante su infancia, su adolescencia y parte de su juventud, no existía. 
  2. b) Una de las consecuencias de la “muerte de Dios” es la de la negación del valor de la moral y la toma de conciencia de la falta de sentido de todos los valores en cuanto su propio valor se había hecho derivar de ese Dios inexistente como su principio y fundamento último y único. Si Dostoievski ya había planteado en su novela Los hermanos Karamazov –a través de su personaje Iván Karamazov- que, si dios no existe, todo está permitido, Nietzsche, admirador de Dostoievski como psicólogo, llega a ese mismo resultado negando en consecuencia el valor de la moral tradicional en cuanto se basaba en la creencia en ese supuesto Dios como su legislador.

Lo más paradójico de todo esto es que, como el propio Nietzsche señala, es la propia moral la que se niega a sí misma por moralidad. Pues, efectivamente, la moral cristiana había situado entre sus virtudes, emanadas de la divinidad judeo-cristiana, la de la veracidad, la de no mentir. Y fue precisamente la veracidad, como luego se verá, la que le condujo a la toma de conciencia de que Dios no existía. Y, por ello, si Dios había sido considerado como el fundamento de la moral, el descubrimiento por veracidad de la inexistencia de ese “Dios” le condujo a la toma de conciencia de que la moral no tenía fundamento de ninguna clase.

En Así habló Zaratustra, en el capítulo que trata de las transformaciones del espíritu, habla Nietzsche del camello, del león y del niño como símbolos de la evolución que la moral debería seguir en la mente de los hombres: El camello, con sus jorobas, simboliza al hombre cargado con el peso de los deberes morales como imposiciones externas que representan una carga y un aplastamiento de su propio ser; el león simboliza al hombre que se rebela contra esa carga y, frente al “tú debes” de aquella forma inicial de la moral, representada por el camello, proclama de manera desafiante “yo quiero”, rebelándose contra esa moral del sometimiento y de los antivalores opuestos a los valores terrenales, rompiendo las cadenas que sometían al hombre a la obediencia a un ser imaginario, sin justificación alguna; finalmente el niño va más allá de la simple rebelión y proyecta su propio ser en todo lo que hace de forma creativa, libre ya de cualquier sometimiento; y, por eso, la expresión de esta actitud es la de “yo soy” que viene a decir que no existe obligación alguna de someterse a cualquier tiranía que pretenda imponer sus propios dictados y que el hombre tiene que aprender a ser el conductor de su propia vida, tratando de vivir de acuerdo con los fines e ideales que mejor expresan su propio ser. 

  1. c) A pesar de que el cristianismo representaba ya una forma de nihilismo, en cuanto negaba el valor de esta vida para poner todo valor en una supuesta vida celestial, más allá de la vida terrena, sin embargo, la desaparición de la creencia en ese dios conducía inicialmente a un intenso nihilismo en cuanto, si “la muerte de Dios” implicaba la desaparición del fundamento de la moral y de todos los valores, una consecuencia de este vacío, representado por la pérdida absoluta de sentido y de finalidad de la vida humana, era el sentimiento de que nada tenía sentido, de que todo era absurdo. En eso consistía, en definitiva, el nihilismo a que conducía “la muerte de Dios”. Recordemos que “nihilismo” proviene del latín “nihil”, que significa “nada”, y justamente el nihilismo no es otra cosa que la vivencia de que no hay nada en la vida por lo que valga la pena esforzarse, pues nada tiene sentido ya que, con la muerte, cualquier finalidad por la que hayamos luchado a lo largo de la vida desaparecerá para siempre.  

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Antonio García Ninet. Doctor en Filosofía

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