Esto de la sexualidad es algo más complejo de lo que parece», declaró, como quien descubre un mediterráneo, el titular de la diócesis de Tenerife.
Y podría resultar una manifestación de Perogrullo si, en efecto, la sexualidad no fuera tan especialmente compleja para las vírgenes, los célibes y los acomplejados, por ejemplo.
La sexualidad también puede ser limpia y sencilla, pero no sé si le está consentido a un obispo verla así. En todo caso, si me llegan a contar que Bernardo Álvarez, sacerdote tinerfeño de gran campechanía, simpático y cercano, hablando de abusos sexuales a menores, llega a decir poco más o menos que, como no te pongas a buen recaudo, los adolescentes hasta te ponen cachondo, habría rechazado la noticia después de haberla tomado por una inocentada de mal gusto. Pero resulta que escuché en la radio la grabación de las palabras de Álvarez, y sí, de una inocentada se trata, pero de aquellas que por una agresión identificable con las de Herodes pueda ser tomada, y no precisamente por una broma de la festividad de ayer.
Claro que el autor de semejante escándalo, en el sentido que Jesús da a la palabra, no es ya el presbítero lozano que uno conoció en Canarias en otra hora, sino todo un monseñor de la conferencia española de las mitras. Así que, por si alguna vez lo hubiera dudado, está claro que el cura Álvarez tenía condiciones para obispo español de este momento. Porque además de rozar levemente la suave pornografía al describir a los menores haciendo la carrera y a punto de meter mano, confunde homosexualidad y pederastia con la misma interesada o aparente ignorancia que lo hacen frecuentemente los prelados, a pesar de que por la experiencia de sus internados y las vicisitudes de sus sacristías deberían tener claras las diferencias entre una y otra cosa. Y no será porque los tribunales de justicia nos les hayan hecho pagar caras las incursiones abusivas en la pederastia y los jugueteos, forzados y no consentidos, de cierta homosexualidad ensotanada.
Lo que pasa es que no se trata de ignorancia, que los confesionarios son además toda una escuela de experiencias sexuales extraordinarias, y monseñor Álvarez ha debido escuchar mucho, sino de una más de las provocaciones a la sociedad laica que perpetran los obispos. Da pena, no obstante, que Bernardo Álvarez pase por ignorante, no siéndolo, en un asunto que la organización a la que pertenece tiene tan claro; también comprende uno que los homosexuales canarios se cabreen. Pero que Pedro Zerolo, defensor de los derechos de los gays, hijo de la diócesis de Alvárez y casi vecino de su obispado, se permita decir que «si Dios existe tendría que estar llorando ante estas declaraciones», demuestra que, exista o no Dios, lo que es Zerolo no lo conoce bien ni sabe el carácter que tiene. A Dios le nombras uno de estos obispos y sale corriendo por si tratan de encerrarlo. Dios podría responder a Zerolo y a los obispos lo que Jesús a las mujeres lloronas de Jerusalén: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Podría hacerlo, pero entonces Zerolo acabaría creyendo en Dios y los obispos caerían en la cuenta de que hace tiempo que ya no creían en él.