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Musulmanes en España: entre la difícil integración y la sombra del yihadismo

A finales de 2015 se calculaba que vivían en España 1,88 millones de musulmanes, el 4,06% de la población. Un porcentaje muy por debajo del de otros países del entorno, como Francia (8%) y Alemania (6%), pero con dos ciudades y una región que se distancian claramente de la media: Catalunya, con un 6,77% (510.481), incluso con más de 7% según algunos cálculos; y las ciudades norteafricanas de Ceuta (43%) y Melilla (51%). Cerca de la mitad del total (779.080) tienen la nacionalidad española; les siguen de cerca los marroquíes (749.274). Tras ellos, los paquistaníes (77.478), senegaleses (61.598) y argelinos (62.268). Unos 22.000 son españoles conversos al islam.

Desde 2005, La España de Alá, denominación que sirve al periodista Ignacio Cembrero para titular la obra (editada por la Esfera de los Libros) en la que analiza  en profundidad el fenómeno, ha experimentado un crecimiento del 77% (227% en Catalunya). A este ritmo, podría haber 3,22 millones de musulmanes en España en 2025 (6,95%).

Los musulmanes están para quedarse, y su presencia condiciona cada vez más la sociedad que les acoge y en la que, pese a importantes avances, están lejos de haberse integrado, por motivos tan diversos como los resabios racistas, el temor a que sean la punta de lanza del terrorismo yihadista, los intereses políticos, la dificultad objetiva para asimilar costumbres y religión distintas y, por fin –aunque no menos importante- la sombra de Marruecos.

Es una minoría diversa, infrarrepresentada en las instituciones (incluso en Ceuta y Melilla), que busca su identidad, cuyos integrantes se ven quizás más como ‘musulmanes en España’ que como ‘musulmanes de España’, que, con frecuencia, se relacionan con su país de acogida como si fueran extranjeros y que se preguntan con frecuencia: “si no somos ni españoles ni marroquíes (o de cualquier otra procedencia), ¿qué somos en realidad?”

A veces son ellos los que no hacen el esfuerzo necesario. Otras, no se les permite siquiera intentarlo. Es el desafío de la integración, que debe superar el obstáculo de ser compatible, no ya tan solo con la garantía del libre ejercicio de su religión, sino también con el derecho teórico a conservar las raíces, a recibir una educación que aúne la esencia de la sociedad a la que llegan y aquella de la que proceden. A finales de 2014, había en España 275.324 alumnos musulmanes (un 27,5% en Catalunya), de los que el 95% no tenía acceso a clases de religión, algo difícil cuando en todo el país solo hay 47 profesores que puedan impartirlas.

Cembrero, veterano corresponsal en el mundo árabe, profundo conocedor de Oriente Próximo y el Magreb, una de las voces más autorizadas para analizar un fenómeno al que se ha dedicado exhaustivamente durante décadas, ha escrito un libro que se echaba en falta y que está destinado a convertirse en referente obligado para cualquiera que quiera estudiar la implantación de la importante minoría musulmana en España.

Presentada como un gran reportaje, resultado del perfil de analista y reportero de su autor, se echa quizá en falta en la obra un perfil más académico a tono con su relevancia, con índice onomástico, citas a pie de página, etc. Sin embargo, eso no debería ser óbice para que, además de al lector normal, La España de Alá llegase al universitario, un ámbito en el no desmerecería como libro de texto.

Cembrero no deja tecla por tocar, desde el desafío de la búsqueda por los musulmanes de una nueva identidad, a la islamofobia (por fortuna de baja intensidad), la lucha por la igualdad de derechos, la discriminación, los guetos, los obstáculos al ejercicio y enseñanza de la religión, la disputa entre sharía y laicismo, los esfuerzos foráneos (Riad, Rabat…) para difundir una concepción particular de las enseñanzas del Corán, el intento de control marroquí de la comunidad, las luchas de poder entre las organizaciones que intentan representarla, el papel de los servicios secretos de uno y otro lado del Estrecho, las peculiaridades de los casos catalán, ceutí y melillense, las relaciones de Pablo Iglesias con una productora televisiva estrechamente relacionada con el régimen de Irán y, por supuesto, el peligro yihadista.

El aspecto que suscita un interés más inmediato, a raíz de los últimos atentados en Europa, es el de la amenaza terrorista, claramente muy inferior en España, entre otros motivos porque —al contrario que, por ejemplo, en Bélgica o Francia— la emigración musulmana es, en buena medida, de primera o segunda generación, mientras que tiene mayor arraigo en nuestro entorno. Allí son los nietos los que se radicalizan. Aquí, los hijos surgen ahora, los nietos todavía no existen, y el desencanto y la frustración aún no tienen raíces profundas.

Al norte de los Pirineos, ha habido más tiempo para que sangren las heridas de la desigualdad de oportunidades, la discriminación en empleos y salarios, o la marginación simbolizada en las banlieues. Es decir, el caldo de cultivo para que haya jóvenes que, aunque educados en los valores de la escuela laica, salten desde la ignorancia casi absoluta del islam y comiencen a beber alcohol o consumir drogas para ver la luz en las mezquitas o Internet y engrosar, como voluntarios, las filas del Estado Islámico, ya sea para combatir en Siria e Irak, o para perpetrar atentados en Europa.

El caso de España es diferente. Por ahora al menos. Aún no se ha llegado a ese peligroso estadio, y eso explica en buena medida que, tras el terrible 11-M de 2004, no se haya producido ninguna acción terrorista de envergadura, aunque el riesgo persiste, lo que justifica la actual alerta de nivel 4.

Cembrero ofrece los datos y el análisis de la amenaza yihadista. Se calcula que unos 140 españoles de nacionalidad han partido a la guerra de Siria e Irak, de los que a finales de 2015 habían regresado 25. Quince están en la cárcel y los otros 10, vigilados. Entre 2013 y 2015 se ha juzgado o sometido a prisión preventiva a 120 personas, el 45% españoles, y el 37,5% marroquíes. El 75% de los detenidos han nacido en Ceuta o Melilla. Un 15,8% son mujeres. La franja de edad mayoritaria es la de 15-29 años. Desde el 11-M se han practicado 640 detenciones, y 110 expulsiones, la mayoría de presos con la condena cumplida o con penas menores de seis años de cárcel. Unos 350 sospechosos son objeto de vigilancia y seguimiento con autorización judicial.

Aparte las dos ciudades norteafricanas, donde más perceptible es la amenaza extremista es Catalunya, donde vivía el 40% de los condenados por yihadismo, lo que en buena medida se explica por la mayor proporción de musulmanes. Los cables de Wikileaks mostraron que, para Estados Unidos, Barcelona es una “encrucijada de movimientos preocupantes”, con una gran población musulmana “susceptible de ser reclutada para la yihad”, “centro clave de actividad islamista radical en el Mediterráneo” y con presencia de “imanes reclutadores de terroristas”.

Barcelona es, probablemente, la ciudad española con mayor riesgo de atentado importante, aunque muy lejos de París, Londres o Bruselas. Uno de los motivos podría ser el auge en la región del salafismo (50 de sus 98 templos en España están en Catalunya), corriente que, aunque teóricamente pacífica, pretende un orden universal que recupere las esencias del islam, perjudica la integración y, en su versión más extrema, propicia la violencia.

El combate contra el extremismo es allí menos eficaz de lo deseable por la rivalidad, falta de cooperación y bloqueo de los cauces institucionales entre los cuerpos de seguridad estatales (Policía Nacional y Guardia Civil) y el autonómico (Mossos d’Esquadra). Es una vergüenza que quizá no es ajena al proceso independentista y al deseo de sumar a él a la minoría musulmana, con la aquiescencia del régimen marroquí, que tras estar en contra inicialmente por el temor al paralelismo con el independentismo saharaui, parece apostar ahora por las ventajas que tendría debilitar a España con vistas a una futura reivindicación de la soberanía sobre Ceuta y Melilla.

El refuerzo de los medios para prevenir y combatir el yihadismo tras el 11-M resulta especialmente relevante en el caso del Centro Nacional de Inteligencia, que sigue de cerca cualquier signo de radicalización, toma parte muy activa en los procesos de expulsión de elementos sospechosos, y vigila los sermones de los imanes, las redes sociales, el acceso a las paginas islamistas en Internet, la financiación marroquí y de países del Golfo a la construcción de mezquitas y oratorios, y efectúa operaciones de infiltración. Cembrero dedica uno de los capítulos de su libro –cambiando el escenario y los nombres de los protagonistas- a una de las más peculiares. Especial preocupación muestra el servicio de inteligencia por la estrategia de Rabat, que pretende “extender su influencia e incrementar el control sobre las colonias marroquíes, utilizando la excusa de la religión”.

En La España de Alá se refleja el recelo con el que se miran los dos países, aliados por un lado a causa de la confluencia de intereses en algunos aspectos (inmigración, comercio, control del extremismo islámico), pero rivales potenciales en muchos otros y con una herida latente: la disputa de la soberanía de Ceuta y Melilla. La actual luna de miel no tiene por qué durar, y por eso los respectivos servicios secretos no  bajan la guardia.

Cembrero recoge en su obra un “mapa confidencial” sobre el peligro de radicalización elaborado por el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO), que mide el nivel de riesgo analizando 37.000 secciones censales por un curioso procedimiento: introducir en una “coctelera algorítmica” información pública (número de musulmanes y mezquitas, detenciones, incidentes islamófobos…) y reservada (valoración de sermones de imanes, corrientes del islam predominantes, informes de los servicios de inteligencia, etc.)

El resultado –del que se excluye a Ceuta y Melilla por su especificidad- responde en buena medida, como era de esperar, a la proporción de musulmanes (Catalunya supone el 29% del riesgo total), pero no de forma automática, y refleja un “claro sesgo hacia la región mediterránea”. Murcia es la segunda región más afectada, en tanto que Almería y Málaga son las provincias andaluzas en cabeza.

La España de Alá llega en el momento justo para deshacer muchas de las falsedades y medias verdades que salen a relucir cuando los musulmanes son noticias por un atentado. El libro viene a prestar un gran servicio al conocimiento de un fenómeno que permea el conjunto de una sociedad cuyo futuro condicionará cada vez más. Su lectura, más que recomendable, es obligada.

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