Seguimos enmudeciendo ante la violencia hacia las mujeres, en sus diferentes secuencias; enmudeciendo, no por asentimiento, sino porque es tal la barbarie, que anula el razonamiento del comentario. De cualquier manera hay que hacerlo.
Son muchos los factores que entran en el «conflicto de género». Uno, entre otros, es la relación entre mujer y religión. Comenzaré diciendo que las religiones, todas, no son amigas de las mujeres; en su seno llevan y tienen un «no sé qué», que las hacen ser enemigas del género femenino. La historia y la práctica de las religiones está interpretada y dirigida exclusivamente por hombres; interpretaciones en las que la misoginia se hace patente. Es aquí, donde bebe el machismo y donde algunos hombres encuentran un buen sostén y justificación a sus actos de violencia de género y demás hacia la compañera-mujer.
Una violencia que afecta a familias y comunidades y que, a su vez, refuerza otras violencias hacia las mujeres, y que se manifiesta en diferentes formas, desde la mutilación genital femenina hasta la explotación en el trabajo. Entre todas, destaca por su virulencia y triste actualidad el asesinato y la violencia a manos del hombre.
La condición de la mujer y su lucha para la afirmación de los propios derechos encuentra el enemigo común a afrontar, en las religiones. En España, tenemos ejemplos de cómo algunos clérigos de alto rango no desaprovechan ocasión para pontificar sobre qué es la mujer y a qué se debe la misma; otras religiones como la judía o la islámica, no le van a la zaga.
Las religiones, como expresión del pensamiento dominante de la mayoría de los pueblos, han sido y son un vehículo de propagación de idearios y prácticas que se han caracterizado por acciones y pensamientos nada positivos hacia la Humanidad. Lo dicho, es constatable históricamente. No obstante, interesa aquí, establecer la relación entre ellas y la mujer y la extensión del machismo. La Iglesia Católica, en nuestro caso, continúa difundiendo los valores del patriarcado y de la sumisión de las mujeres, mediante una doctrina ajena al siglo en que vivimos. En ningún momento histórico ha tenido justificación.
No es exagerado exponer que el machismo ancestral y la religión van unidos, son inseparables, y la mayoría de prácticas y fenómenos aberrantes que sufren las mujeres en el mundo, no podrían explicarse sin un trasfondo religioso. La religión, ha justificado y continúa haciéndolo, todo el conjunto de diferencias, que bendicen las prácticas machistas. Desde Confucio, pasando por Buda, hasta las tres opciones monoteístas imperantes; siendo el santo Agustín quien dejó manifestado en la Iglesia católica lo que pensaba de las mujeres. Todas, tiene escrito y teorizado, para quien quiera leerlo, lo que piensan de las mujeres y de su papel en el mundo y la sociedad.
Las religiones, más que propiciar un pensamiento igualitario entre mujeres y hombres, lo que hacen es todo lo contrario y como tal abanderan y justifican las desigualdades entre ambos colectivos. «La mujer es inferior al hombre, es un ser despreciable y pecador, por lo tanto «el látigo» y el castigo están justificados». De ahí, al asesinato, como está ocurriendo, media un paso. En el sagrado nombre de las religiones se sigue defendiendo la discriminación de la mujer, su recorte de derechos, su dependencia, del varón, en todos los sentidos y momentos.
El combate de las mujeres en Europa, y más concretamente en España, para la emancipación y la igualdad, aún no concluida en muchos casos, ha encontrado, como siempre, en el establishment religioso, una fuerte resistencia, más difícil de superar en cuanto que el poder político, con la ayuda de partidos confesionales, y de una izquierda contemplativa con el tema religioso ayudan a mantener.
Mujeres y hombres, tenemos la urgente tarea de romper con los valores patriarcales y misóginos que se esconden en las religiones. Y que son los causantes, entre otros factores, de la violencia sobre las mujeres. Que lo veamos.