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Morir sin pasar por el Calvario

He velado de noche en el hospital, donde pacientes cuya edad media rozaba los noventa agonizaban enchufados a goteros y máquinas inverosímiles. He pasado por el duro trance de ver cómo enfermos sin esperanza, jóvenes aún, pedían que les abreviasen el horrendo tránsito mientras sus corazones se empeñaban en seguir latiendo y las sedaciones, ajustadas de manera escrupulosa a los protocolos, no bastaban para proporcionarles un descanso definitivo. Por eso envidio a quienes fallecen en el acto, y confieso que temo no tanto perder la vida como lo que pueda sucederme antes que la de la guadaña venga a mí.

España es un país cuya medicina se sitúa en las vanguardias mundiales. Pero las cuestiones del dolor y de la muerte están, en general, mal resueltas. Aquí sales de los postoperatorios con paracetamoles y nolotiles y el uso de la morfina está muy por debajo de lo habitual en países de nuestro entorno. Aquí, cuando te han detectado una enfermedad incurable y de efectos devastadores, te proponen acciones paliativas que en buena parte de los casos palían muy poca cosa y sólo sirven para retrasar semanas o meses lo inevitable a costa de nuevos y mayores sufrimientos. Se supone que el testamento vital te libra de los ensañamientos terapéuticos, pero… ¿no debería ser eso algo ya integrado en las prácticas médicas? Porque quienes tenemos alguna experiencia en estos trances mortuorios sabemos que evitar la saña no es suficiente, no resuelve lo esencial: ¡hay que regular el derecho a la eutanasia! Y hay que hacerlo ya. No es de recibo que las cosas sigan como hasta ahora; más todavía desde que el PP madrileño y los sedicentes periodistas de la contra ultraderechista montaron el show de Leganés. Aquella repugnante maniobra política ha intensificado el martirio de miles de enfermos en toda España. "No quiero verme en el Juzgado", me dijo textualmente un médico hace apenas unos días cuando yo le planteaba la necesidad de intensificar una sedación. Ambos sabíamos a qué se refería.

Todo esto ocurre porque España es un país sometido a los dictados de una jerarquía eclesiástica que evoca el Calvario y la muerte bajo tortura como un pasaporte al Paraíso, la forma de emular al propio Dios. De ahí viene todo. Dicen algunos profesionales de la sanidad que lo de la eutanasia es algo muy complicado. Bueno, en algunos casos puede que sí. En la mayoría, no. Los sistemas de diagnóstico por imagen, análisis de fluidos o endoscopia ofrecen márgenes de error casi nulos. A partir de ahí, el enfermo y su familia deben tener la opción de decidir acabar con rapidez, dignidad y sin mayores suplicios… o no. Sé que hay gentes dispuestas a pasar por lo que sea con tal de ganar un día o unas horas. Pues que así sea. Pero a los demás, por favor, que nos eviten el Gólgota.

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