En Francia, están juzgando la persecución moral que alimentó la estrategia para expulsar a 20.000 trabajadores/as de la recién privatizada France Telecom. La rentabilidad de la nueva empresa pasaba por esta flexibilización, pautada, sin embargo, para obviar conflictos con la cotización bursátil. La serie de suicidios que en tan duro trance se produjo, ha motivado que la judicatura trate de poner en claro que no todo vale como motor capitalista.
La noticia es de interés en los asuntos educativos, pues cuando a educandos y profesorado se les coarta a las obediencias que impone el fordismo estandarizador, se cierra la perspectiva enriquecedora de lo humano y puede decirse que “la evaluación mata”. Esa mentalidad contable propia de una economía egoísta e individual ahí sigue, como prueba la existencia de la LOMCE. Las tensiones que vive el comercio internacional nos van a reiterar ocasiones de ver su prevalencia.
Moral
También en el Vaticano están indecisos. Poderosa, la doctrina agustiniana del pecado original ha estado muy presente en los estilos de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Después de la reunión en que se afrontó la interminable secuencia de pederastas en el clero, el Papa Bergoglio acaba de publicar nuevas reglas, por las que se implanta la obligación de denunciar a cuantos incurran en este delito. Parece, sin embargo, que todo seguirá básicamente entre los muros del derecho canónico sin que las quejas lleguen a los tribunales civiles.
Las denuncias por la cortedad de esta medida, más aparente que relevante, pronto han empezado a producirse, aunque esta “lacra” ya no podrá ocultarse como sucedió con Maciel, el fundador de Los Legionarios de Cristo, durante 63 años. Sigue pesando sobre muchos supervivientes la dificultad de sentirse libres para contar qué les haya acontecido en la infancia, pero se conocerán cada vez más historias, como la de Almodóvar, testigo directo de lo que ocurría en su colegio, o como el escándalo de otro seguidor de Maciel con destino en España entre 1993 y 2016. En adelante, mientras de Polonia y otros países ya es crecida la información, es muy probable que nuevas noticias permitan establecer la amplitud que haya tenido esta ciénaga en España, donde los pocos casos que han saltado a la luz hacen que solo un 0,2% de los 18.000 curas hoy existentes tengan condena judicial.
Si se tiene en cuenta que el presidente de la CEE, Blázquez, admitió que alcanzaba a un 3% -proporción que otros elevan al siete, como mínimo-, y se echa cuenta de la cantidad de clérigos, frailes, monjes y monjas que había en los años sesenta, queda mucho por saber. Para percatarse de las posibles proporciones reales, son valiosos los datos que el agustinismo político exhibía en las Guías eclesiásticas de 1955 a 1964. Las ordenaciones sacerdotales fueron 1.033 en 1956, 1024 en 1960, y bajaron a 801 en 1964. El número total de sacerdotes –religiosos y seculares- era de 30.657 en 1955, y alcanzó a ser de 34.474 en 1963; el de seminaristas mayores pasó en las mismas fechas de 7.890 (1955) a 8.233 (1964); el de religiosos profesos, de 18.221 a 23.832; y el de religiosas creció de 73.978 hasta 79.171. Por otro lado, en estas Guías se mostraba que el número de alumnos que tenía la Iglesia en sus colegios era, en 1955, de 742.915, mientras que en 1964 había crecido hasta 963.591. Y también que, en los centros de “beneficencia” eclesiástica, el número de “asistidos” variaba, de 233.627 en 1959, a 122.629 en 1961.
Más cotidiano, el poder directo de los eclesiásticos se extendía al invisible número de personas –en general, mujeres- que servían en las casas de los curas y demás centros eclesiásticos. Su perfil ancilar había motivado la atención –después de Trento- de los concilios y sínodos diocesanos por su potencial “peligro” para la disciplina sacerdotal, mientras la literatura y canciones populares se hacían eco de la inconsistente medida canónica de exigir que la criada del cura tuviera edad provecta y probidad garantizada. Más alejadas de la atención pública, las congregaciones de última generación han reglado su jerarquizada organización, similarmente a las antiguas órdenes religiosas, con legos y legas en funciones de servicio. En buena medida siguen vivas, según denunciaba hace poco la revista vaticana L´Osservatore Romano hablando de monjas explotadas como sirvientas.
Alguna razón –estadística- tiene Blázquez al afirmar que la gran mayoría de casos de abuso sexual sobre niños y niñas ocurre fuera del ámbito eclesiástico. Pero también debiera añadir que las denuncias han contado, entre otros tropiezos, con la tradición del artc. XVI del Concordato de 1953 y la interpretación laxa que haya podido hacerse del artc. 2.3 del Acuerdo entre España y el Vaticano de 28.07.1976 respecto a que “en ningún caso los clérigos y los religiosos podrán ser requeridos por los jueces u otras autoridades” a propósito de personas o materias de que hayan tenido conocimiento por su ministerio. Por otro lado, la información hoy disponible sobre estos delitos ha de agradecerse a investigaciones externas a la CEE sobre algunos internados, a relatos autobiográficos y, sobre todo, a diversas asociaciones de supervivientes de abusos como ECA (Ending Clergy Abuse) Global Justice Project. Para cortar la escandalera desvergonzada, no basta, en todo caso, sentir “vergüenza”, como decía el Papa el 20.08.2018. Si los clérigos han de ser lux mundi (la luz del mundo), como proclama el documento en que prescribe la obligación interna de denunciar estas “atrocidades”, es necesario asumir un laico protocolo ético en que obispos y clérigos estén sometidos a la jurisdicción civil, como reclaman los afectados de todo el mundo católico.
Obediencias
Ahora que están en el foco de atención esta pedofilia, adquieren contexto a su vez muchos otros abusos, de índole física, psicológica y religiosa, que han tenido lugar en espacios que estuvieron al cuidado de esas u otras personas –eclesiásticas o laicas- sin que los daños del maltrato moral ocasionados pudieran ser reclamados. En especial, los ocurridos en centros educativos como colegios privados, seminarios, centros de formación, residencias e internados de diversa titularidad que, en aquella España pobre, dieron a muchos niños y niñas la posibilidad de estudiar lejos de sus pueblos a condición de someterse a la obediencia de reglamentos inspirados en supuestos mandatos divinos de los que, como rectores, prefectos u otras formas de ejercer como “superiores”, eran intérpretes únicos.
La Vida de insectos que, según una magníifica novela de Luis Mateo, imponían muchos de estos dómines y maestrillos a infantes y adolescentes que habían de serles obedientes, cobra particular importancia cuando la Conferencia Episcopal acaba de lanzar una campaña para captar seminaristas dispuestos a dedicar su vida al sacerdocio. Constata ahora en público que son pocos los que entran y más los que envejecen. El contraste de datos que aflora esta campaña es muy fuerte respecto a los años sesenta, cuando irrumpieron en la escena los grandes abandonos de religiosos, curas y seminaristas. Tantos que, en algunas diócesis, la media de edad de sus curas es hoy de 74 años, de modo que el 35% de parroquias existentes no lo tienen propio; han disminuido las “vocaciones”, y, sobre todo, la asistencia asidua al culto –el 62,5% casi nunca- . Pese a lo cual, son ya más de un 30% los clientes de sus distintivos colegios en comunidades como Madrid, mientras solo un 19,5 % se casa por la Iglesia y se reduce el número de conventos y seminarios.
Estas ironías de la “pastoral religiosa” contrastan con aquella masiva inculturación de “cristiandad” que impusieron los obispos después de “la victoria”, cuando controlaban el Ministerio de Educación por personas interpuestas para imponer una moral única, en colaboración estrecha con asociaciones de padres dispuestas –como mostró Enrique Berzal en el análisis de lo acontecido en Valladolid- a la “reconquista cristiana” contra “la escuela laica”, que reclamaba Isidro Gomá. Con todo, aunque el confesionalismo católico estuvo vigilante en todas las escuelas y colegios, con el desarrollismo secularizador pronto fueron historia aquellas casas de formación y seminarios, llenos a rebosar de una infancia, sobre todo rural, porque a comienzos del los años sesenta sus escuelas –cuando las había- seguían siendo tan pobres como las descritas por Luis Bello antes de 1931.
Y ética
Fue aquella una escolarización lenta y desigual. Para el cuatrienio 1972-75 el III Plan de Desarrollo propuso crear un millón de puestos escolares, y los Pactos de la Moncloa repitieron en 1977 que se crearían 400.000 plazas de EGB, 200.000 de Preescolar y 100.000 de BUP. Además, hasta casi 20 años más tarde, con la LOGSE de 1990, el Estado no asumió escolarizar a todos los menores de 16 años. Sería después de pactar en la LODE de 1985 que los colegios privados, de matriz católica en su mayoría, pudieran ser “concertados”. Y todo bajo anuencia de los Acuerdos con el Vaticano, de 1977-1979.
Tras estos últimos 29 años, la secularización y la pugna por una educación igual para todos prosiguen, en un proceso inconcluso y transversal. En él tuvo parte relevante Alfredo Pérez Rubalcaba, que acaba de fallecer entre alabanzas de casi todos, incluso de los obispos, aunque se había confesado –al menos para Escuela(nº 4.006, del 09.01.2013, pg. 33)– a favor de un Estado laico que empezara por sacar del horario escolar la Religión. Había vivido en directo los sinuosos desarrollos del artc. 27CE, no aceptaba el neoconservadurismo de la LOMCE que gestaba Wert y quería una ética escolar abierta a la pluralidad de propuestas cívicas…
La última ironía ha venido en ese intervalo único para las autocensuras que la muerte suele imponer a conocidos y allegados; propició la extraña unanimidad de que le consideraran “un rival admirable” y “hombre de Estado”. Al depender la veracidad de las elegías post mortem de la sintonía ética –más que de la estrictamente política-, estas hubieran ganado mucho si las hubieran pronunciado después de haber encontrado el cauce para que la aconfesionalidad real del Estado no tuviera que seguir esperando ad kalendas graecas. Para el Rubalcaba que había elegido volver a ser profesor de Química, habría sido el gran homenaje. ¡Que la tierra le haya sido leve!
Manuel Menor
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