Hacia mediados de los setenta del siglo pasado, la dictadura franquista estaba dando sus últimos coletazos. Francisco Franco, quien fuera “Caudillo de España por la gracia de Dios”, lema que aparecía en las monedas que empezaron a circular en nuestro país a partir de 1946, se encontraba gravemente enfermo, por lo que su fallecimiento acontecería el 20 de noviembre de 1975.
Ante las numerosas movilizaciones populares que se daban contra la dictadura, era necesario empezar el desmantelamiento de un régimen en el que, entre otras cosas, la fusión del Estado con la Iglesia era total, dado que la religión católica era la oficial, con todos los privilegios que ello implicaba, dado que se había convertido en el sostén ideológico y moral de la dictadura.
La construcción de un Estado democrático se hacía inevitable, ya que la pervivencia del régimen franquista era rechazada por una parte muy importante de la sociedad española. En la nueva Constitución española, aprobada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, en su artículo 16, se declaraba el Estado como aconfesional.
Pero desmontar todos los privilegios acumulados por parte de la Iglesia católica no iba a ser nada fácil, puesto que se buscó un añadido al final de la redacción del artículo en el que se decía “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica”.
Esta es la vía por la que se cuelan todas las prerrogativas, privilegios, exenciones, regalías, etc., que constantemente recibe como si fuera lo más natural del mundo. Así, en la actualidad, no existe esa separación verdadera entre lo público, que deben encarnar las distintas Administraciones, y lo particular, que correspondería a una institución privada. Es como si el nacionalcatolicismo no hubiera desaparecido; sino todo lo contrario, que constantemente se refuerza bajo la presión de la jerarquía eclesiástica nostálgica de aquel franquismo en la que se movía como pez en el agua.
De este modo, a cada paso que se da en la dirección de un Estado desligado de la tutela moral de la Iglesia, esta responde, en voz de sus obispos, con los mayores exabruptos que uno pueda imaginar, siendo el último el que procede del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig, cuando acusa al actual Gobierno de haber convertido a España “en un campo de extermino”, una vez que en el Parlamento, centro de la soberanía de los españoles (también de los obispos), se aprobara la reciente ley de eutanasia.
Lejos, pues, estamos de un Estado laico que implicaría una clara separación entre lo público y lo privado. Y es que a la Iglesia solo le parece bien todo aquello que sirva para afianzar su poder social, desde lo económico a lo simbólico, en nuestro país. Es por lo que los gobiernos de las distintas Administraciones, muy prestas a caminar con la vista hacia atrás mirando de reojo el nacionalcatolismo, se esfuerzan para que la presencia de los eventos religiosos se potencie en los espacios públicos, bajo la coartada de defender las tradiciones populares.
Es lo que entendemos que se produce cuando se ha dado a conocer por los medios de comunicación que el Ayuntamiento de Córdoba, a través de su alcalde y la delegada de Cultura, Promoción y Casco Histórico, la presentación de la iniciativa “Los Patios en Jueves Santos”, utilizando un Patrimonio de la Humanidad como son los Patios de Córdoba para un evento religioso en el que se “colocarán altares para velar al Señor”.
Otro paso más en la confesionalidad que manifiesta sin ningún pudor el Consistorio de la ciudad, por lo que a uno no le queda más remedio que preguntarse: ¿Dónde está la aconfesionalidad o neutralidad que deben tener las Administraciones públicas en cuestiones de creencias, sean religiosas o de otra índole? ¿Hasta cuándo se alargará el cordón umbilical del nacionalcatolismo en nuestro país bajo la coartada de la vuelta a las tradiciones? ¿Cuándo lograremos un Estado laico que defienda la libertad de conciencia de todos sus ciudadanos sin privilegiar de modo constante a una confesión determinada?