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Mi vida con el velo

Las mujeres musulmanas en España se sienten observadas. Una tela, que ellas llaman ‘hiyab’ y que les sirve para protegerlas “de las miradas de los hombres”, las ha puesto, paradójicamente, a la vista de todos. Dicen cubrirse el pelo por fe en el islam. Las más jóvenes niegan que sea por sumisión al varón. El caso de Najwa Malha ha desatado un debate en España que no ha hecho más que empezar.

Cada persona con su estilo, antes de salir de casa, elige la ropa que vestirá. Si preguntamos a una musulmana por la cantidad de hiyabs o pañuelos islámicos que tiene, es probable que sonría, con menor o mayor pudor, al repasar mentalmente su armario. “Muchísimos”, reconocerá alguna. El hiyab no es una prenda que escape al consumismo y la coquetería en el vestir.

Omnia Nur ha elegido esta mañana el verde oscuro para tapar su cabeza. Tiene pañuelos “de todos los colores”, sonríe: “Hay que combinar e ir bien vestidas”. Su ropa occidental no es ceñida. Está a salvo de las miradas: “Los hombres han molestado siempre a las mujeres que van demasiado presumidas”. Su pelo lleva ocho años escondido en público.

Marroquí, residente en España desde hace siete años, Omnia ha conducido su coche desde Rascafría (Madrid). Como cada viernes, se ha acercado a la capital para pasar la tarde en la conocida mezquita de la M-30, algo más que un lugar de rezo: “Es un centro social”. El recinto es una construcción mastodóntica. Fue inaugurado en 1992, y construido gracias a los 12 millones de euros que aportó el rey Fahd de Arabia Saudí. En la cafetería charlan varios hombres, algunos ataviados con vestimentas árabes. Omnia tiene 19 años y estudia Nutrición y Dietética. Pedimos un té verde. Está exquisito. Y muy caliente. Ella aprieta el vaso con fuerza. Está tensa. Una amiga le ha dicho que tenga cuidado con lo que cuenta.

Desconfía. No estaría ahí sentada si no fuera por el caso de Najwa Malha, que ha desatado su indignación y un debate delicado. Sobre esa adolescente española de origen marroquí, de 16 años, a la que Omnia no conoce, se han pronunciado ministros, consejeros autonómicos, políticos de la oposición, asociaciones musulmanas, medios de comunicación, organizaciones feministas y hasta la Iglesia. Najwa, apartada de su instituto en Pozuelo de Alarcón (Madrid) por acudir a él con hiyab, ha reabierto la pelea dialéctica entre los que consideran la prenda un símbolo religioso elegido libremente y los que creen que sólo es una reminiscencia cultural religiosa machista, una obligación.

Pero es mucho más. Replantea el reto de la integración de (y con) los inmigrantes musulmanes. Al tiempo que sus hijos, nacidos en España (Najwa es de Pozuelo), reclaman su aceptación como minoría dentro de su país. En la disputa se entremezcla, además, el debate entre la aconfesionalidad del Estado y los símbolos religiosos en el espacio público, incluida la cruz cristiana. De ahí, el apoyo de la jerarquía católica al velo islámico. También entran en juego el derecho a la educación y la protección de los menores.

El caso de Najwa no es el primero en España. Con las menores Shaima Saidani en 2007 en Girona, y Fátima Elidrisi en 2002 en Madrid sucedió lo mismo. ¿Son los inicios de un largo proceso ya vivido por otros países europeos? ¿Es necesario crear nuevas leyes o la Constitución es suficiente? ¿Qué les pasa a los musulmanes? ¿No se integran? ¿O no son aceptados? Las preguntas, los argumentos, los matices y las opiniones son infinitas. En Francia prohibieron por ley en 2004 todos los símbolos religiosos en escuelas e institutos, y ahora debaten impedir el uso del burka por la calle. En Bélgica, otra ley aprobada a finales de abril multará a las mujeres que salgan a la calle con la cabeza cubierta con niqab o burka. La primera prenda tapa desde la cabeza hasta la rodilla, dejando una rendija para los ojos. La segunda es afgana y tapa completamente el cuerpo, permitiendo la visión sólo a través de una tupida rejilla.

En España, lo habitual es el hiyab. Cubre el pelo y deja al descubierto el óvalo de la cara. El Corán habla de “recato” y de “castidad”, para ellos y ellas. Pero a las mujeres se les pide, además, que “cubran su escote con el velo y no exhiban sus adornos”. El profeta Mahoma dijo: “Cuando una chica llega a la edad menstrual no debe dejar ver nada más que esto y esto”. Y señaló la cara y las manos.

Las de Omnia ya han conseguido templar el té. Poco a poco empieza a sorberlo. Habla bajito. Pero es firme: “Me gustaría que la gente deje de mirarnos por nuestra apariencia, que se fijen en que detrás de un hiyab somos personas. Tenemos un carácter diferente, pero no tanto como se piensa. Tengo muchas amigas españolas. Vamos de compras y hablamos de muchos temas. Ellas no se ponen hiyab; yo, sí. Ellas tienen relaciones antes del matrimonio; yo, no. Pero me entienden. Cuando existe el cariño y la conversación desaparecen los problemas. Yo no voy a decir que una chica que lleve minifalda o piercings sea una mala persona”.

Un hombre nos interrumpe y saca a la calle a Omnia. Cuando ella vuelve está seria y nos pide que no la fotografiemos dentro de la mezquita. Es una situación rara, incómoda, incluso para ella, que se disculpa y da una explicación escueta: “No lo entiendo. Quizá deberíamos haber pedido permiso”. Días después nos dice por correo electrónico: “En parte puede que el musulmán haya generado esa mala imagen que se tiene de él en España. Por eso los verdaderos musulmanes deben trabajar e involucrarse en la sociedad, y no apartarse y relacionarse solamente con su entorno”.

Dicho así, seguramente todo el mundo estaría de acuerdo. El problema es el significado de “involucrarse” y “no apartarse”. Con el asunto del hiyab, las mismas palabras significan cosas distintas, según la boca que las pronuncie. La igualdad entre hombres y mujeres, por ejemplo. Rosa Cobo es profesora de Sociología del Género en la Universidad de A Coruña. Para ella, el pañuelo aísla: “El velo es una marca de género, es una marca política. Sirve para lanzar un mensaje a la sociedad y decirle: ‘Estas son nuestras mujeres, no las contaminéis”.

En otra universidad, la Rey Juan Carlos de Fuenlabrada, Yusra Dahsha pasea por el campus. Los estudiantes aprovechan los primeros rayos de sol de la primavera en el césped. Ella lleva pañuelo y ropa larga. Tiene 18 años y estudia Derecho. Mira fijamente a los ojos, es directa, inteligente: “El hiyab me iguala con el hombre. El velo permite que se me mire como una mujer con mente. No soy un cuerpo. He escuchado estos días en la radio que una mujer es una melena bonita. Me parece repugnante. ¿Lo único que me da valor es mi pelo? Entonces, no. Prefiero ir con mi velo y no ser un trozo de carne”.

La discusión que ellas representan no termina ahí. Las posturas son irreconciliables. Rosa Cobo: “El pañuelo, el velo, el burka… forman parte de una serie de vestimentas que han sido hechas y orientadas para subordinar a las mujeres. Lo digo rotundamente, yo limitaría el uso del velo en el espacio público. En la escuela, las musulmanas tienen muchas cortapisas para establecer relaciones con las personas autóctonas y de una manera muy particular con los chicos”.

A Yusra Dahsha, nacida en Madrid (“en el hospital Doce de Octubre”) no le parece bien que se utilicen términos como “autóctono”. Se considera tan española como cualquiera, a pesar de que su familia sea palestina. Un origen del que no reniega, aunque jamás haya pisado la tierra de la que fue expulsado su abuelo, con 14 años, en 1948. Según ella, llevar hiyab en España no es fácil. “Las que nos lo ponemos lo hacemos por convencimiento. Hay que tener mucha fuerza de voluntad”, asegura, al vivir en un entorno donde los musulmanes son minoría. “Si sólo nos tapamos las mujeres es porque nuestro cuerpo es más tentador. Un chico, quiera o no quiera, va a mirar a una chica llamativa”.

Sin embargo, paradójicamente, en la universidad o en el metro la observan por llevar velo. Ella, asegura, está acostumbrada a las miradas. Lleva notándolas desde los 11 años. Cuando se cubrió el pelo por primera vez dice que fue libre: “Todas las amigas nos lo queríamos poner. Nos gustaba. El islam dice que tiene que coincidir con el primer periodo de menstruación. Yo me adelanté. Mi madre me decía que me esperase. Le daba miedo que luego estuviese indecisa. Pero yo quería. Me sentía orgullosa de decir lo que soy, que ésta es mi religión y que me gusta”.

¿Puede una niña tomar una decisión de ese tipo a los 11 años? Según Cobo, no: “Queremos aquello en lo que somos socializadas. Y más una cría de 14, 15 o 16 años. ¿Querían las niñas de hace un siglo no estudiar una carrera universitaria? ¿O era un mandato de la sociedad? ¿Querían las niñas católicas llevar un velo en la iglesia? Ni lo querían, ni no lo querían. Sencillamente, lo llevaban. ¿Qué elección hay cuando una comunidad pone en funcionamiento sus mecanismos de control social para decirte que te comportes, que te vistas, que tengas unas actitudes, creencias y valores acordes con sus principios?”. Preguntas que Cobo también aplica, en justicia, a Occidente: “Las mujeres occidentales tenemos la obligación de hacer una crítica al velo, pero también de exigir a estas mujeres que nos critiquen a nosotras sobre nuestras costumbres. Del corazón de Occidente ha nacido, por ejemplo, el canon de belleza al que las mujeres, en mucha mayor medida que los hombres, nos tenemos que acomodar”. Yusra lo tiene claro: “¿Por qué hay anuncios con mujeres medio desnudas? Eso es una sumisión a la moda. El hiyab es mi libertad. En España hay una ley que permite el matrimonio homosexual. Yo la respeto. ¿Por qué no se me respeta a mí?”.

Pero las presiones familiares existen. Igual que en todas las sociedades, defiende Abdennur Prado, presidente del Consejo Islámico de Cataluña. “Es un debate absurdo. ¿Qué padre no presiona a sus hijos en una determinada dirección?”, pregunta. Sin embargo, una mediadora social marroquí que trabaja en Madrid con familias musulmanas con problemas señala las peculiaridades de las comunidades musulmanas: “Ni un 2% lleva hiyab por obligación. En el extranjero se lo ponen por identidad. En Marruecos, por respeto, ya que es una sociedad machista. Pero lo que temen los padres al venir a España es que niñas y niños pierdan su identidad. Temen que se casen con un europeo”.

A la hora del matrimonio, el islam dice que los dos tienen que ser musulmanes. Si uno no lo es, debe convertirse. “Pero tiene todo el sentido del mundo. Aunque fuera lo contrario, sería difícil por una cuestión de afinidad. La educación de los hijos, la convivencia… Son muchas cosas”, señala Laila Rattab. Quedamos con ella en uno de tantos bares de la ciudad donde es culto tomarse una caña y comer una tapa de jamón ibérico. Dos manjares a las que ella ha renunciado por sus creencias, pero que respeta plenamente. Nacida en España de padres marroquíes, tiene 25 años. Cuando consigue romper un tópico, se parte de risa: “El islam es abierto. Dentro del matrimonio no se practican relaciones sexuales con el único objetivo de tener hijos. Se permiten los anticonceptivos. No somos como nos pintan. ¡Que parecemos unos reprimidos!”.

Laila está a gusto con su identidad, entre española y marroquí: “No sé si es por el cruce de caminos que se dice, la cercanía o la cultura”. De Marruecos le encanta la cultura. De España, la democracia, gracias a la cual, asegura, la gente vive un islam libre: “No me sentiría a gusto en Arabia Saudí, Irán o Afganistán”. Legalmente sólo tiene una nacionalidad, la española. No quiere la marroquí, a la que tiene derecho: “¿Sabes que el rey de Marruecos se las da de descendiente del profeta? Eso no se lo traga nadie. Es una dictadura”.

Casi todas las asociaciones islámicas españolas las dirigen hombres. Todos niegan tres palabras: obligación, sumisión, machismo. “No es el hombre el que obliga, sino el Corán el que lo dice. El Corán lo explica todo. Es la ciencia”, señala Lounis Meziani, de la Federación Islámica de las Islas Baleares.

Debido a la “conciencia y deber” religiosos, Zainab el Kach, marroquí de 24 años, lleva hiyab desde los 11. Emigró con sus padres hasta Madrid desde Larache, una localidad del Norte, a unos 150 kilómetros de España. Está a punto de acabar la carrera de Periodismo. Se expresa con destreza. Para ella, el mensaje del islam no tiene nada de desigual entre hombres y mujeres. “Creo que se confunde lo tradicional con los valores religiosos. Pero a lo mejor el islam ha ido acumulando cargas que la religión en sí no tiene. Pienso que el problema es que siempre hablan los hombres en nuestro nombre. Yo preferiría que hablásemos nosotras. El machismo existe en los países árabes. Pero es por la cultura y la tradición que hay que erradicar. Y por la situación socioeconómica. En Marruecos hay un 55% de analfabetismo. Hace nada era del 70%. Ese es el verdadero mal”, señala. Zainab recuerda: “En España también hay machismo. La principal prueba es que se creó un Ministerio de Igualdad”.

La titular de esa cartera, Bibiana Aído, no ha querido aportar su opinión a El País Semanal. En 2008, unas declaraciones suyas no sentaron nada bien a la comunidad musulmana: “En nuestro país, los hombres árabes o musulmanes pueden vestir al modo occidental porque su cultura no les exige que lleven ningún símbolo. Las mujeres, sin embargo, llevan vestidos largos que les tapan el cuerpo y también un pañuelo sobre la cabeza que les cubre el cabello. ¿Por qué las mujeres sí y los hombres no? No todas las prácticas culturales tienen que ser protegidas y respetadas”, dijo. Dos años después, con el asunto Najwa de por medio, Aído no quiere repetir experiencia. Así que ha optado por la ambigüedad. No le gusta “ningún velo”, pero ha abogado por la “tolerancia”. Y el silencio.

La lucha política está servida. “Aído dice que no le gustan los velos, pero no opina. Chaves dice que hay que quitarlos de los colegios, pero cuando era presidente no lo hizo. Corbacho dice que esto son cosas de tertulianos, y tampoco opina. Y Gabilondo dice que debe primar el derecho a la educación. Desearíamos que el Gobierno se aclare”, ataca Rafael Hernando, portavoz de inmigración del PP en el Congreso. Para él, “el derecho a la educación no está en cuestión, ya que la escolarización no es un derecho, sino una obligación. Al colegio no se va a vivir el islam, como no se debe vivir el catolicismo o el judaísmo. El velo es contrario a la Constitución. Hombres y mujeres somos iguales”.

La Carta Magna es otro terreno de juego. “No me parece bien que los reglamentos de los centros contradigan un derecho fundamental recogido en la Constitución como es la libertad religiosa”, señala Laila, que lleva velo desde los 17 años “por convicción”. Como ella, la familia de Najwa se agarra al primer apartado del artículo 16, relativo a “la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. La familia y asociaciones musulmanas españolas están en los tribunales. Quieren zanjar futuros debates, nuevas Najwas. Podrían tener éxito ante un juez, pero también podrían fracasar.

Dos catedráticos de derecho Constitucional ejemplifican los dos escenarios. Marc Carrillo, de la Universitat Pompeu Fabra, cree que “si el Estado no puede exhibir símbolos religiosos (como el crucifijo cristiano) en la escuela, tampoco lo pueden hacer los ciudadanos en el mismo espacio”. Para Carrillo, “permitir el velo islámico o cualquier símbolo religioso en la escuela no debería tener amparo en los tribunales”. Sin embargo, Gerardo Ruiz-Rico, de la Universidad de Jaén, opina lo contrario: “Con la doctrina que ha mantenido hasta ahora el Tribunal Constitucional habría argumentos suficientes para obtener la tutela judicial contra la expulsión o la decisión de apartar a esta niña de su clase. La Constitución protege expresiones personales de libertad religiosa como la decisión de llevar velo en los espacios públicos”.

¿Y si un día se hace una norma al estilo de otros países europeos? “Yo estoy dispuesta a luchar por esta tela. No es una gorra. Esto es fe. Si hace falta dejar la carrera, la dejaré. Si hacen un día una ley, lucharía por cambiarla. Esto”, dice Shaima Amazzal pellizcando su hiyab con los dedos, “es sentimiento. Detrás de esto no va ni un padre, ni una madre, ni un hermano, ni un marido. El islam es un modo de vida. Cómo comes, cómo te sientas, cómo hablas, cómo miras. Todo lo veo en ella”. Shaima, marroquí de 20 años, señala a su amiga Imane Rattab, de 26, en un restaurante libanés del barrio madrileño de Lavapiés.

Imane lleva pañuelo desde los 23. Se lo pensó durante mucho tiempo, debido a que trabaja en una farmacia. Nacida en Madrid, de padres marroquíes, dudaba y dudaba. Pero un verano, de viaje por Holanda, se miró al espejo y volvió con el hiyab en la cabeza para siempre: “Mi jefa estuvo quince días sin dirigirme la palabra. La gente me decía ‘dile algo, pídele perdón’. Pero yo no estaba haciendo nada malo. Con el tiempo se dio cuenta de que yo era la misma persona”. Más allá de señalar a un culpable, lo sucedido entre Imane y su jefa es una situación real con la que se encuentran muchas musulmanas. Desde la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España (ATIME), Kamal Rahmouni muestra su preocupación porque “el hiyab puede repercutir en la posibilidad de tener una vida laboral normal”. En la Federación Musulmana de España, su presidente, Yusuf Fernández, alaba el modelo británico: “En Inglaterra hay mujeres policías que llevan hiyab. La diversidad es positiva”.

La ministra de Sanidad y Política Social, Trinidad Jiménez, defiende el sosiego: “Cualquier indumentaria que haga invisible a una mujer es rechazable. Pero si una chica elige libremente llevar un pañuelo en la cabeza para expresar su opción religiosa, no debería molestar a nadie. El hiyab, quizá porque conozco el mundo árabe, tiene mucho de identidad de afirmación e incluso de feminidad. He visto a chicas jóvenes ir con pantalones vaqueros y con pañuelo, sin que eso suponga contradicción ni un gesto que pueda atentar contra su dignidad”.

En un polígono industrial de Fuenlabrada (Madrid), dos pabellones acogen el centro cultural y mezquita Al Sunna. Amablemente nos invitan a entrar. Pisamos descalzos la blanda moqueta verde del templo. Un hombre reza en una esquina, en dirección a La Meca. Hay dos pisos. Otman Aoulad, marroquí de 28 años, nos lo explica. “Es para las mujeres”, dice señalando al de arriba. ¿Se las aparta? “No, a veces rezan abajo, con los hombres. Si no hay sitio arriba, se colocan detrás”. ¿Y eso? “Si estuvieran delante, los hombres nos podríamos distraer”, razona. “Pero no es por machismo, no es porque ellas vayan detrás de nosotros”, justifica.

Un hombre mayor entra a rezar cuando se percata de la presencia de la fotógrafa. “¡Fuera, fuera, fuera!”, grita histérico en árabe. Otman y otros hombres allí presentes se disculpan: “No hagáis caso, es un anciano”. Salimos de allí impactados. Nos invitan a té y un dulce marroquí muy sabroso.

Antes del incidente nos ha dado tiempo a retratar a la mujer de Otman. Tiene 22 años y se llama Mariam Osorio. En su DNI pone María del Mar. Viste de negro de arriba abajo. Su cabeza está tapada por un hiyab blanco. Su madre ha terminado aceptando su conversión. Su padre no entiende lo que pasa por su cabeza. “Muchos me preguntan si me comieron el tarro. Me sienta mal. Parece que soy manipulable, que viene cualquiera y me lo creo. No es así. He leído mucho. Me gustan los libros científicos basados en el Corán”.

En la Biblia, en la Carta de San Pablo a los corintios, también se dice que las mujeres deben cubrirse. No así el hombre, “pues él es imagen y gloria de Dios”. En España, hace años, las mujeres acudían tapadas a la iglesia. Ver ahora a musulmanas cubiertas es para muchos “una vuelta a los tiempos de nuestras abuelas”, señala Rafael Hernando, del PP. La visión de Mariam, fuenlabreña de padres españoles de tradición católica de toda la vida, es opuesta: “¿Por qué es una vuelta atrás? ¿Quién nos vende esa imagen? Creo que las explotadas son las mujeres de aquí. Gracias al Corán soy más paciente. No paso un día sin decir ‘te quiero’ a mi madre”.

Es viernes, y el polígono-mezquita de Fuenlabrada comienza a llenarse. Abderramán Tremini, que nos ha abierto las puertas del centro cultural, lanza: “Si quieren que se use todavía más el hiyab en España, lo mejor que pueden hacer es prohibirlo. Nos estarán haciendo el mejor marketing”. La respuesta de muchas mujeres musulmanas, en caso de prohibición a la francesa, la resume Laila: “No estoy dispuesta a quitármelo por nada. Si en un colegio hay signos claros de que a una niña no le gusta llevarlo, hay que denunciarlo. Por supuesto. Para eso están los asistentes sociales. Es como si un niño tiene signos de estar adelgazando. Se le hace un seguimiento y se detecta si tiene un problema en casa”.

Por mucho que opinen ministros, consejeros autonómicos, políticos de la oposición, asociaciones musulmanas, medios de comunicación, organizaciones feministas y hasta la Iglesia, cada mañana Omnia Nur se mirará al espejo, escogerá uno de sus velos y se tapará el cabello: “España habla mucho de que es un país con derechos, muy desarrollado. Pero no es verdad. Han permitido el derecho al aborto a niñas de 16 años sin permiso de sus padres. Para eso sí tenemos libertad. ¿Por qué a esa edad no somos libres de ponernos el velo?”.

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