Reconozco que no sé qué ponerme para ir a recibir al jefe del Estado vaticano y recordarle a la vez que Cataluña es una nación, que tenemos raíces católicas hasta en lo más hondo del profundo moño de las pubillas más abismales; que soy charnega pata negra desintegrada por implosión voluntaria de fronteras; que solo me casaría, y de blanco, si fuera gay y con Carla Bruni, nada más que para fastidiarle (al Pontífice); y que creo firmemente que, si existiera Dios, unos cuantos miles de curas pederastas habrían caído fulminados a lo largo y ancho del mundo desde hace un montón de tiempo.
Todo esto me ocurre por ser mujer. No solo no puedo ser sacerdotisa: es que ni siquiera sé con qué cubrirme para recibir a B-16 a las puertas de la Sagrada Familia. Si fuera un hombre no tendría tal problema. Me pondría un condón. Cuatribarrado y con barretina en la punta, pero condón.
Condón, condón, condón, condón. Lo repito como un karma. Y además, qué bien, condón rima con nación. A ver, todos a una: "Cataluña es un condón". "Un condón es una nación". "Una nación es un condón". "¡Ay, condonera! ¡Aunque la gente no quiera!" (música de Campanera, copla inmortal de Joselito).
¿Me he vuelto loca? Posiblemente. Después de saber que el Tea Party se ha cargado a Obama por intelectual -y por ser de Al Qaeda-, ¿no es para desplomarse en la insania que en este país no dispongamos ni de un Nestea Party capaz de rechazar a Ratzinger por intelectual y por cabeza máxima de una institución homófoba, machista, antiabortista y antievolucionista?
Dijo Amin Maalouf en su animoso aunque pesimista discurso de aceptación de lo de Asturias: "Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de retroceso ético". Y dijo bien: tenemos la prueba. Más avanzan las religiones, más retrocede la ética.
Condón, nación, papón.