La colaboración de la Santa Sede con el Estado mexicano es entre pares (gracias a Mussolini), pero la colaboración de la Iglesia católica en México con el Estado es por fuerza subordinada.
Las relaciones del Estado mexicano con ese sujeto de derecho internacional denominado “Santa Sede” no son como las que nuestro país tiene con otras naciones. La razón principal es que la Iglesia católica es la única confesión religiosa en el mundo que, gracias a su minúsculo territorio (44 hectáreas), genera la ficción de ser un Estado verdadero (el de la Ciudad del Vaticano) y por lo tanto la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas (es decir políticas) con los gobiernos y Estados del mundo. Esto por cortesía de Benito Mussolini y el gobierno fascista de Italia, que en 1929 firmó los Acuerdos de Letrán, a través de los cuales reconoció una soberanía territorial de la Santa Sede, basada en las mencionadas hectáreas del Vaticano, más otras tantas en Castelgandolfo (residencia de verano del Papa) y los “territorios” ocupados por algunos edificios en Roma, como por ejemplo los de la basílica de Santa María la Maggiore. La concesión de Mussolini a la Iglesia católica significó, sin embargo, mucho más que limitados territorios; constituyó la posibilidad para la Iglesia de reivindicar, cuando así le conviene, una capacidad de representación política que ninguna otra Iglesia o religión institucionalizada posee.
Lo anterior ha generado enorme confusión en las relaciones de los Estados con el gobierno eclesiástico radicado en el Vaticano, porque no se tiene claro con quién se está tratando: ¿con la Santa Sede como un Estado cualquiera, es decir con un representante político, o con la Santa Sede en tanto que cabeza de la Iglesia católica? La confusión se genera porque los representantes de la Santa Sede (o eventualmente los jerarcas católicos de cualquier país) hablan de “colaboración” entre dos entidades internacionales que estarían al mismo nivel. La Santa Sede, con justa razón, pretende entonces tratar al tú por tú con cualquier Estado, acerca de los temas que sean en principio de interés común. Pero, ¿dónde están los intereses de la Santa Sede? Ciertamente no en los que podrían desprenderse de los 900 ciudadanos del Vaticano, sino en los de la Iglesia católica como institución religiosa con pretensiones universales (de hecho católico significa precisamente “universal”).
La cuestión es todavía más complicada, porque esa Iglesia tiene fieles en muchos países y jerarcas que en ocasiones pretenden tener la misma forma de doble representación (política y religiosa) que tiene la Santa Sede. Pero eso es imposible a nivel interno porque el Estado no puede tratar a las corporaciones (religiosas, laborales, políticas, sociales o culturales) como iguales. Dentro de un territorio, el Estado moderno tiene una soberanía incuestionable. Por lo tanto, cuando la Santa Sede habla de “colaboración” (y no queda claro si entre Estados o entre la Iglesia y el Estado), el discurso no puede ser trasladado a la Iglesia católica en México. En otras palabras, si un obispo de la Iglesia católica habla de “colaboración” de la Iglesia con el Estado, no puede pretender que ésta sea entre dos instituciones que están al mismo nivel, porque dentro de México el Estado es soberano. Sin embargo, esa suele ser la pretensión de los jerarcas católicos. En otras palabras, la colaboración de la Santa Sede con el Estado mexicano es entre pares (gracias a Mussolini), pero la colaboración de la Iglesia católica en México con el Estado es por fuerza subordinada.
De ahí que la “ficción” de un Estado soberano (el de la Ciudad del Vaticano) que puede entablar relaciones diplomáticas con otros Estados del planeta, generada por Mussolini y luego continuada por todos aquellos que han establecido relaciones con la Santa Sede, le permite a la Iglesia católica presentarse como un poder temporal, aunque sus objetivos sean religiosos. Los Estados nacionales tienen entonces que tratar con una entidad internacional llamada Santa Sede, que tiene representación política (a través de las nunciaturas), pero que al mismo tiempo es la cabeza de una Iglesia que en ocasiones tiene fuerte presencia en su territorio. Y se usa una para fortalecer a la otra. La situación, obviamente, se presta a muchas confusiones.
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