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[México] Familia y escuela Capítulo 115: La educación y la fe

Parecieran ser caminos diferentes, brechas que preceptos legales, morales, científicos y más, se han empeñado en marcar y definirlos separadamente, como si el ser humano solamente estuviera integrado por “carne, hueso y un pedazo de pescuezo”.

En efecto, hablar de educación e intentar vincularla o mezclarla con la fe, sobre todo cuando esta última se refleja sobre preceptos y creencias religiosas, pareciera cuestión inadmisible, impertinente y hasta prohibida desde la máxima ley del país. Apartado I del artículo 3º “…dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

Queda clara la preocupación y la necesidad educativa, para que, desde la ley, escuelas y familias, se pretenda alejar a hijos y alumnos, de los principios e ideas enajenantes, así como de los fanatismos y prejuicios nocivos; no obstante que éstos, son al mismo tiempo reproducidos y difundidos de manera muy efectiva como una “avalancha imponente” mediante las redes sociales y medios de comunicación al alcance de todos.

Queda sancionada entonces la separación entre la escuela y la fe en el sentido religioso; sin embargo, las acciones derivadas de la interacción social y la cultura de cada región y contexto, no siempre están acordes ni se presentan tal cual ordenan los preceptos legales.

Es por ello que encontramos diversas instituciones de mantenimiento privado con una franca y declarada base y orientación religiosa, combinada con los conocimientos que los planes de estudio oficiales marcan; pero, además, con una amplia preferencia y aceptación por parte de los padres de familia, quienes asignan la confianza para encomendar a sus hijos hacia este tipo de formación.

Sin duda, este convencimiento de los padres de familia, aparte de tener un origen en el cual, al usar su criterio y su libre albedrío, buscan indudablemente la mejor formación, bienestar y futuro para sus hijos, tiene también un sustento legal en el artículo 24 de la constitución política de México, en donde se hace mención del derecho y la libertad de profesar y practicar la creencia religiosa que prefiera y por extensión hacia sus hijos como tutor de ellos. 

Incluso, en el mencionado artículo 3º de la máxima ley, se hace alusión a la orientación integral que debe tener la educación escolarizada, dando cabida a tomar al ser humano en todas sus dimensiones: física, cognitiva, social, espiritual, afectiva y más; además de procurar el desarrollo armónico y la práctica de valores del individuo.

Hablar de fomentar una educación integral, debe llevarnos entonces, tanto a padres de familia y maestros, a entender que la persona que conducimos y formamos está compuesta multidimensionalmente y que el educarla solamente desde y para una dimensión, por ejemplo, hacia únicamente los conocimientos teóricos y científicos, sería desconocer el resto de sus componentes.

Educar de esta manera no consiste en obligar a realizar rituales y en la observancia irrestricta de posturas y conductas sin sentido y claridad lógica de su observancia; más bien, es el “abrir los ojos” hacia esas dimensiones que nos conforman y saber que existen diversas posibilidades de hacer uso de ellas de manera propositiva y adecuada

Un gran ejemplo es la dimensión espiritual del ser humano, expresado mediante actos de fe; desde el origen hemos estado apegados y solicitando el apoyo mediante creencias o depositando la esperanza del presente y el porvenir en la existencia de un ser superior, representado en una divinidad natural (el sol, la luna, el agua, el fuego), o en alguien en quien con su proceder (un dios o figura religiosa, papá, mamá, abuelos, maestro, etc.), nos muestra el camino.

Este uso que se hace de la fe, otorga a la persona que la practica un apoyo vital a sus acciones, tanto personales como laborales, completando no solo el aspecto científico, técnico o lógico, sino acudiendo a otros elementos que brindan un acompañamiento que logra crear confianza en sí mismo y en los demás, seguridad en que las conductas que desarrollamos están cargadas de valores y por supuesto que, además de hacernos sentir bien, eleva nuestra autoestima.

Es el caso del área de la salud que aún contando con toda la ciencia y la tecnología, existen en clínicas y consultorios los espacios para el uso de la fe y la práctica religiosa, los cuales son ocupados por el personal y sus pacientes; incluso, los propios médicos, enfermeros y enfermeras y demás profesionales, portan entre sus accesorios motivos de fé como imágenes, crucifijos, medallas y realizan también rituales y oraciones para solicitar que su jornada o intervención se lleve a cabo sin problemas.

Para el caso de profesores y profesoras, no son pocos aquellos que, con toda similitud al personal del area de la salud, utilizan accesorios y realizan rituales u oraciones al salir de su casa o antes de ingresar a una escuela, para demostrar su fe y solicitar bondades para ellos y sus alumnos.

De hecho, no son pocos los alumnos que son acompañados por alguna oración, imagen o ritual efectuado al salir de su casa; además, demuestran la fe que profesan, solicitando apoyo para que les vaya bien en en algún examen para aprobar alguna materia o para ingresar a alguna escuela.

Nosotros mismos, como personas que cohabitamos en sociedad y formamos parte de una familia, no importando nuestros mínimos o nulos antecedentes mostrados hacia el uso de elementos de fe o religiosos, al enfrentar un problema grave, por ejemplo, en donde va en juego la vida o muerte de algún ser querido, recurrimos a solicitar ese apoyo.

Si bien es cierto que la educación brindada por familias y escuelas no puede enseñar u obligar la práctica de la fe, no debe desconocer que ésta existe y está inevitablemente en cada persona; por tanto, se debe fomentar su uso en forma proactiva y propositiva, como ese elemento que confirma que somos humanos y no máquinas programadas mecánicamente.

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