No sé yo bien, jefe Jaúregui, si serás de los que hoy continúan arrobados y henchidos de gozo porque el señor hizo en ti maravillas este fin de semana, cuando nos trajimos la Santa Sede a casa, con la visita de su no menos santo inquilino, con unos cuantos millones de euros de inversión, que nos ha costado a todos, perdóname que te lo diga, que ya sé yo que hablar de dinero es una ordinariez, pero que con la crisis encima y los ahorros de caballo que nos traemos también hay que considerarlo.
Porque sucede que milito en la legión de los descreídos y merecedores, por tanto, de la condenación eterna, aunque no hará falta que me consuma el fuego purificador por negar a la familia católica todos los derechos de aclamar a su líder espiritual y regocijarse de su presencia entre nosotros este finde pasado. Que no es eso.
Lo que me pasa es que la tolerancia respetuosa con la que he seguido la visita papal no me impide escandalizarme en plan laico, y sin rasgarme las vestiduras, por alguno de los mensajes de Benedicto XVI y, sobre todo, por ese inacabable desfile de reverendos y monseñores nacionales que le han rodeado tanto en Santiago como en Barcelona. Te explicaré jefe Jaúregui, porque no es cuestión, pobre de mí, de que en mi ignorancia y humildad, vaya yo ahora a ponerle peros doctrinales al jefe de la Iglesia. Ni tampoco tiene sentido que me muestre tan cicatero y tacaño en tan solemne ocasión como para escatimarle cortejo al Papa para una vez que viene. Tampoco es eso. A Benedicto XVI le pagan y veneran por decir esas cosas del matrimonio indisoluble entre señor y señora, el no al aborto, a la eutanasia, a los preservativos, la negativa a que se hagan leyes que contradigan estas verdades según ellos irrefutables y a que los ciudadanos no creyentes hagamos nuestra vida a nuestra manera, aunque eso no signifique molestar lo más mínimo la vida y creencias de los vecinos. Pero así son ellos. Todo eso es sabido y las palabras del Pontífice de estos días nada deben sorprender. Tenemos enfrente una religión que nos quiere guiar desde la cuna a la tumba, en nuestros amores y nuestros odios, en nuestros sentimientos y en nuestros pensamientos…así llevan 2.000 años y no van a parar ahora. Lo que me mueve al escándalo son los muchos esfuerzos que tendremos que hacer todos para disipar los peligros de los que avisa don Benedicto.
Va a ser el rechinar de dientes cuando calculemos la cantidad de dinero más que vamos a tener que apoquinar en adelante los de la eterna perdición para el sostenimiento de la madre Iglesia. Porque todos los cepillos que hemos ido llenando año tras año, aún sin marcar la casilla del 0,7 del IRPF, se van a quedar en calderilla si hay que empezar a sufragar las costosísimas pólizas de seguros con las que habría que cubrir los muchos riesgos que deberían afrontar los rectores de la nueva Basílica de la Sagrada Familia y de los demás templos de culto, amenazados, según el aviso benedictino, de ser pasto de las llamas como en la España de los años 30. Y no digo ya si la serena reflexión ante la velada hipótesis del martirio, anima a los reverendísimos miembros de la Conferencia Episcopal a pedir guardaespaldas para todos los prelados españoles, no vaya a ser que la denunciada agresividad de los laicos ponga en cuestión su seguridad personal, ¡que hasta ahí podíamos llegar! Y de éste me viene el otro de los escándalos, que esa es otra: ¿te diste cuenta jefe Jaúregui de la enorme formación de arzobispos, obispos, obispos auxiliares, diáconos y demás reverendos y dignidades eclesiales que en uno y otro acto, con distintos ropajes y uniformes, acudieron en torno a los altares en los que tuvieron lugar tan destacados oficios? Es como si en este país a medida que se vacían las bancadas de las iglesias de fieles se fueran llenando sacristías, palacios episcopales y sedes eclesiales de más y más ilustrísimos miembros de la jerarquía.
Y lo siento, porque ya me temo que dirás que nada tiene que ver, pero me acordé de la pelea de la lideresa española del tea party, con los liberados sindicales. A Esperanza Aguirre le parece un derroche que en las empresas públicas haya tantos liberados sindicales a los que hay que seguir pagando del erario público en épocas de crisis. Y sin estar de acuerdo con ella te puedo decir que yo empiezo a pensar que no vendría nada mal, con la que está cayendo sobre los presupuestos, que dejáramos de pagar tanto dinero laico – me da igual si directa o indirectamente o por la vía de las exenciones fiscales a la Iglesia- para mantener a tantos liberados espirituales como visten ropa talar en España y solo viven de eso, sin prestar otro oficio ni generar otro beneficio. Que yo, puestos a elegir, me quedaría con los liberados sindicales, que están al servicio de todos y no solo de una parte, cada vez más menguante, de esta sociedad, que es lo que hacen nuestros subvencionados miembros del clero. Digo yo que ahora que la derecha tanto suspira por privatizar servicios públicos podría empezar por privatizar la fe católica, a la que presta tanta reverencia: que paguen los fieles sus ritos y a sus pastores y si resultan reducidos sus óbolos redúzcanse en igual medida los encasullados, que no les sigamos pagando los demás. Pues digo yo que es muy mal rollo éste en el que los descreídos financiamos los cultos y a las dignidades eclesiales de los creyentes para, encima, ser tildados de agresivos laicistas y de perseguidores de la fe. Que de desagradecidos está la curia llena. Primero nos acusaron Rouco Varela y el padre Martínez Camino. Y ahora el propio Papa, que no sé yo como anda ahora su estatuto, pero antes, cuando yo lo estudiaba, decían que era poco menos que infalible en sus apreciaciones y eso si que es de mucho preocupar. ¡Que ya les vale!