La relación entre la medicina y el laicismo se ha convertido en uno de los temas centrales de nuestro tiempo.
Desde hace décadas, pero con mayor intensidad en lo que va del presente siglo, las sociedades en todo el mundo –y la mexicana no es excepción– se encuentran inmersas en un debate que tiene en el centro a la medicina, como en el caso de la creación de nuevas herramientas para el combate a las enfermedades, la anticoncepción, el aborto o la eutanasia. La toma de decisiones frente a estos temas muestra que las sociedades se encuentran divididas en función de la mayor o menor influencia de las concepciones religiosas en las políticas públicas.
El doctor Juan Ramón de la Fuente se refirió a este tema en una parte de la conferencia que impartió el pasado 6 de febrero en la Academia Nacional de Medicina. Es interesante examinar los conceptos del ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, pues resultan muy oportunos para el debate que actualmente se desarrolla en México.
El contexto en el que se sitúan los planteamientos de De la Fuente es el de la medicina académica, a la que caracterizó como la práctica sustentada en la enseñanza y la investigación y en el análisis documentado de los procesos que determinan la salud y la enfermedad. Lo anterior permite ofrecer a la sociedad la mejor medicina asistencial posible al margen de prejuicios étnicos, religiosos, sociales o ideológicos, señaló. De este modelo deben surgir los lineamientos generales de las políticas públicas en salud, el uso racional de las tecnologías y los códigos de ética, afirmó.
En una parte de su mensaje indicó que este enfoque científico constituye la vía para enfrentar y esclarecer de manera racional muchos de los graves problemas de nuestro tiempo, entre los que se encuentran los fundamentalismos “…que pretenden erigirse en poseedores de la verdad absoluta y normar la conducta social de todos con base en sus muy particulares puntos de vista”.
De la Fuente se refirió de manera especial a la ética médica, señalando que debe estar sustentada en el derecho inalienable de los individuos a la libertad, a decidir con autonomía. En el centro de la discusión colocó al paciente, quien, debidamente informado, es el que debe decidir qué es lo mejor para él, lo que resulta especialmente importante en temas sensibles para la sociedad como la eutanasia, el aborto o la prolongación de la vida, en los que difícilmente las ideologías o las creencias religiosas pueden imponerse sobre la autodeterminación de cada persona.
El expositor hizo un señalamiento muy directo a la relación entre medicina y laicismo. Si bien médicos y pacientes pueden o no tener creencias religiosas, dijo, precisamente el laicismo es lo único que en realidad garantiza que, así como no se puede impedir practicar religión alguna, ésta tampoco se puede imponer a nadie: “En ningún ámbito de la esfera social, como en el de la medicina, hay una oportunidad más tangible para reivindicar al laicismo como la mejor forma de encontrar alternativas y soluciones ante problemas reales de interés general y cotidiano: desde la fertilización in vitro, el uso de células madres con fines terapéuticos, la prevención e interrupción del embarazo en ciertas condiciones, el cuidado de las personas que están próximas a morir, los nuevos alcances de la genómica, etcétera”.
No pueden resultar más oportunos estos señalamientos cuando en nuestro país las políticas públicas en el campo de la salud se enfrentan a la disyuntiva de optar por una visión científica o por los dogmatismos que tratan de imponer la Iglesia católica y sus aliados dentro y fuera del gobierno, y especialmente cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación tendrá que resolver, ya muy pronto, sobre los recursos de inconstitucionalidad elaborados con una fundamentación religiosa oculta y orientados a revertir las modificaciones al Código Penal y la Ley de Salud del Distrito Federal con las que se despenalizó el aborto en la capital de la República.
A la memoria de Imgard Monfort Happel