El 21 de diciembre de 2009, la ALDF aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo incluyendo el derecho a la adopción, lo cual convierte a la ciudad de México en la única entidad de este país y la primera de América Latina que aprueba este tipo de matrimonio. Se trata de la ciudad con más católicos del mundo y que, además, está gobernada por la izquierda, tal vez por eso la jerarquía eclesial (más sus correligionarios del PAN y nuevos aliados del PRI) no sólo lo ha condenado en ejercicio de su libertad de expresión, sino que ha llegado a ofender y discriminar a quienes tienen orientaciones homosexuales. Con ello, además de generar violencia social, se atenta contra el primer artículo de nuestra Constitución, un delito penado en el Distrito Federal hasta con cinco años de prisión.
La Iglesia católica es una institución sin calidad moral para opinar al respecto, en especial por las innumerables demandas por abuso sexual de sus ministros, quienes han sido protegidos por sus autoridades sin mostrar el menor interés hacia los niños, niñas y adolescentes víctimas de tales atrocidades. Los jerarcas condenan a quienes han arrebatado la vida de miles de mexicanos que no han logrado nacer por la práctica del aborto
y les preocupa que niños huérfanos, abandonados y no deseados puedan ser acogidos y educados por una pareja homosexual, negando la alta incidencia de violencia sexual en sus seminarios y en los hogares formados por papá, mamá e hijos.
Benedicto XVI afirmó estos días su posición fundamentalista al apegarse de manera estricta a escritos sagrados de hace más de 2 mil años: el matrimonio entre personas del mismo sexo, al igual que el cambio climático, amenazan la creación
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De ahí la gran vigencia del último texto de José Saramago, Caín (Alfaguara, 2009), en el cual el premio Nobel dibuja el verdadero rostro del Dios bíblico del Antiguo Testamento: creador iracundo y perfecto, juez del mundo entero, castigador que presume de ser imparcial; señor capaz de todo, de lo bueno, de lo malo, de lo peor, el que condenó a Eva a someterse al hombre y a parir con dolor, quien amenazó a Adán con espinas y cardos; el que ordena a un padre que mate a su propio hijo, un señor rencoroso que manda a la ruina o una enfermedad a quien le falla; para quien nada es imposible, ni un error, ni un crimen. Cuenta que ante numerosas quejas por crímenes contra natura cometidos en Sodoma y Gomorra, el Señor decidió venir aquí abajo para poner la cuestión en limpio. Abraham le cuestionó al señor: “No es posible señor, condenar a muerte al inocente junto al culpable […] tú que eres el juez del mundo entero debes ser justo en tus sentencias. A esto respondió el señor, si yo encuentro en la ciudad de Sodoma a 50 personas inocentes perdonaré a toda la ciudad en atención a ellas […] El señor empeñó su palabra. A mí no me lo ha perecido, tan cierto como que me llamo Caín […] Sodoma será destruida, y es posible que esta misma noche. Es posible, sí, y no será sólo Sodoma, será también Gomorra, y dos o tres ciudades de la planicie donde las costumbres sexuales se han relajado por igual, los hombres con los hombres y las mujeres apartadas […] El señor hizo entonces caer azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra, destruyó ambas ciudades hasta los cimientos, así como toda la región, con todos sus habitantes y vegetación […] En cuanto a la mujer de Lot, ésta miró atrás desobedeciendo la orden recibida y quedó transformada en una estatua de sal. Hasta hoy nadie ha conseguido comprender por qué fue castigada de esa manera, cuando es tan natural que queramos saber qué pasa a nuestras espaldas. Es posible que el señor hubiera querido escarmentar la curiosidad como si se tratase de un pecado mortal, pero eso tampoco va en abono de su inteligencia […] Y Caín dijo, tengo un pensamiento que no me deja. Qué pensamiento, peguntó Abraham. Pienso que había inocentes en Sodoma, y en las otras ciudades que fueron quemadas […] Los niños, los niños eran inocentes. Dios mío, murmuró Abraham, y su voz fue como un gemido. Sí, será tu dios, pero no fue el de ellos.”