El alboroto causado por la publicación de unas caricaturas del profeta Mahoma ha puesto sobre el tapete la cuestión de si la libertad de expresión de unos debe estar subordinada a las creencias religiosas de otros. Para ser exactos, la pregunta que parece ser objeto de debate es previa a la anterior: ¿se puede imponer límites a la libertad de expresión? Ni que decir tiene que, de un modo un tanto acrítico, todo un coro de voces políticamente correctas y democráticamente bienpensantes han puesto el grito en el cielo.
A las preguntas aparecidas en los medios de comunicación de diferentes países europeos sobre si debería estar prohibida la caricaturización o uso ofensivo de figuras religiosas, en España hemos dado el no más abrumador, con gran diferencia de otros países. Nuestra tendencia a sacralizar instituciones y principios tiene, curiosamente, mucho de religioso y probablemente tenga bastante que ver con nuestra tradición católica. El hecho, sin embargo, es que el concepto de lo sagrado pertenece exclusivamente a la religión. Fuera de la religión nada hay que sea sagrado, intocable. Ni siquiera la libertad de expresión, que no puede ni debe ser nunca absoluta.
En cualquier ámbito, la libertad absoluta -al estilo del ideal liberalista decimonónico- es necesariamente la libertad de unos pocos, o incluso de uno solo, y el avasallamiento de otros. La libertad que garantiza el sistema democrático es siempre una libertad limitada. No puedo, por ejemplo, entrar en una casa ajena cuando me plazca, usar un coche que no me pertenece, o tener relaciones sexuales con quien quiera o donde quiera sin el consentimiento de la otra persona. Esas son restricciones a mi libertad de acción cuyo objeto es garantizar el respeto a los derechos y la libertad de los demás.
Este mismo principio se aplica igualmente a la libertad de expresión. Hay ciertas expresiones que no están permitidas. No me está permitido, por ejemplo, salir a la calle y ponerme a insultar a quien quiera, proferir amenazas, dar falsos testimonios o difamar. «Si no te acuestas conmigo, te despido» es un mero acto expresivo que puede llevarme a la cárcel. Es evidente que nuestra libertad de expresión es limitada, y en justicia así debe ser. La necesidad de respetar la libertad ajena hace que no podamos expresar en cualquier momento cualquier idea que se nos antoje. El debate no es, por tanto, sobre si se puede poner límites a la libertad de expresión, sino sobre qué límites están justificados.
El derecho a la libertad de expresión tiene dos aspectos, el material y el formal. Dicho de otro modo, la libertad de expresión incluye el derecho a expresar lo que se quiera, con palabras, con imágenes, en el estilo de vestir, en una lengua o en otra, etcétera. Poner límites a la libertad de expresión -en lo material o en lo formal- es algo que requiere una poderosísima justificación. Esta sólo puede basarse en la evidencia de que un determinado acto expresivo, en su forma o contenido, produce en otros un daño constatable, una injusta denegación de la libertad y derechos ajenos.
Aplicando este principio a otros asunto actuales, la prohibición de llevar el velo islámico u otros símbolos religiosos en las escuelas públicas francesas es un brutal e injustificado asalto a la libertad de expresión de muchos de sus ciudadanos, que ha contribuido, sin duda, a poner al país en estado de excepción como se encuentra en este momento, algo insólito en la Europa democrática.
Asimismo, penalizar a los comerciantes y profesionales que no se expresen en una determinada lengua, como se ha venido haciendo últimamente en Cataluña, constituye una injustificada, y presuntamente inconstitucional, denegación de la libertad de expresión en su aspecto formal.
Para establecer las circunstancias extremas en las que está justificado poner límites a la libertad de expresión es necesario establecer también una distinción entre lo público y lo privado. Determinadas formas de expresión pueden ser lícitas en el ámbito privado pero no en el público. Es perfectamente legítimo orinar y defecar, pero generalmente no son formas de expresión que hagamos en público, pues resultan ofensivas para otras personas. Lo mismo ocurre con las actividades y expresiones de carácter sexual. Por eso, en una democracia en la que se respeten realmente los derechos del individuo, la pornografía está limitada al ámbito de lo privado y de la opción individual.
La cuestión en el caso que nos ocupa es si el derecho a la libertad de expresión incluye el derecho a caricaturizar o ridiculizar a personajes que millones de personas consideran sagrados, o a blasfemar, insisto, no en el ámbito privado sino en el público y notorio. ¿Existe el derecho a ridiculizar en unas viñetas la figura de Mahoma?, ¿a usar la figura de Jesucristo para cualquier grotesca ocurrencia u originalidad comercial que se nos ocurra, o a exponer grandes carteles en pleno centro de Madrid anunciando una obra de teatro titulada Me cago en Dios?
La respuesta es compleja. Por una parte, es necesario tener en cuenta que figuras como Jesucristo y Mahoma (y, claro, Dios también) pertenecen al ámbito de lo sagrado, es decir, lo sublime e intocable. ¿Está todo el mundo obligado a respetar ese concepto, incluso quienes no creen en él? En mi opinión, lo estamos, al menos en la misma medida en que también estamos obligados a no imponer en público imágenes pornográficas o de cualquier otro tipo que puedan ofender.
¿Se deriva de esto que tales figuras no pueden ser objeto de seria investigación científica, es decir, que están blindadas a cualquier uso que no sea el estrictamente religioso? Al igual que con la imaginería sexual, yo propondría que hay un uso legítimo, científico, y otro pornográfico. El uso científico siempre se dará en circuitos mucho más restringidos que el pornográfico, y dentro de un marco conceptual claramente diferente.
Sin igualdad no puede haber libertad auténtica. Cuando se pisotean los derechos y la sensibilidad de otras personas se les está denegando su igualdad, y ahí termina la auténtica democracia. Del mismo modo que no es aceptable la pública ridiculización de grupos raciales o religiosos, tampoco ha de ser permisible la pública ridiculización e insulto de las figuras que las grandes religiones consideran sagradas. Quizás pueda existir el derecho a poner un gigantesco cartel en pleno centro de Madrid cagándose en los judíos o en los negros, pero si algún demente o extremista lo hiciera, el clamor público sería tal que habría de ser retirado inmediatamente. En nuestra sociedad, no así en otras, por consideraciones de corrección política, un cartel de esas características pero con el matiz religioso puede no producir el mismo clamor, pero no hay duda de la gravísima ofensa que supone a la sensibilidad de millones de personas.
Por lo que se refiere a la cuestión de las viñetas de Mahoma, el asunto tiene complejidades añadidas, pues a todo lo dicho hay que sumar diferencias culturales insalvables, y además la sagaz manipulación de los acontecimientos por parte de ciertos políticos. Lo que podría ser (que no lo ha sido en este caso) la amable caricatura de un personaje sagrado, que en el ámbito católico y europeo sería aceptable incluso en publicaciones religiosas, en el ámbito musulmán puede resultar completamente inaceptable. En cualquier caso, sí podemos extraer una conclusión provisional del presente incidente, y es que la misma sensatez que nos lleva a no hacer pública mofa de ciertas minorías sociales y sus iconos culturales debe llevarnos a no burlarnos tampoco de las figuras sagradas a las que veneran los grupos religiosos.
COMENTARIOS A ESTE ARTÍCULO
———-Comentraio de Alfredo——-
Yo encuentro en este artículo muchas más cosas arbitrarias, por no decir otra cosa. En primer lugar equipara o confunde (demagógicamente) los derechos individuales con los presuntos derechos de una ideologia o creencia. No es lo mismo insultar, amenazar o difamar a alguien en la calle, que cuestionar o reirse de una creencia, estas últimas no tiene derechos. Y, por supuesto, no es comparable lo de las caricaturas con robar un coche, violar, etc, tal y como dice.
Tampoco entiendo dónde se saca el que el uso científico no es ¿pornográfico? (¡¡¡), entre otras cosas, por el uso restringido. Es decir, mientras lo escuche poca gente se puede decir lo que quieras.
Por otra parte, magnifica el asunto de la prohibición del velo en Francia. Creo que los desórdenes públicos se debieron a problemas de caracter socioeconómico (desempleo, no integración, malos tratos policiales, etc). No sé de donde se saca lo del velo, yo no se lo había oido a ningún analista.
En cuanto a los ataques a la sensibilidad religiosa, que compara con ¡¡ DEFECAR Y ORINAR EN LA CALLE !!, no entiendo la razón de ponerlos por encima de la sensibilidad de los no creyentes (cuyas posturas no son ni sagradas ni intocables). En esto no creo que exista ningina justificación filosófica. Nosotros nos tenemos que tragar las declaraciones de los obispos todos los dias, bautizos, bodas y funerales de Estado, y si queremos que se aplique la ley, reclamando la retirada de un crucifijo en una escuela pública, nos acusan de radicales.
Por último, se confunde en extraer a modo de conclusión de este incidente, la sensatez a la hora de usar iconos religiosos. A partir de ahora, será el miedo el que va cercenar la libertad de expresión, y eso si que es intolerable.
Alfredo
——– Comentario de Xicalo ——–
Sin duda relevante la disciplina impartida… y sin duda muy conservador el mensaje. Puede que realista, pero tremendamente conservador. Olvidemos por un momento el oportunismo político (social) de algunos, para centrarnos en el análisis "ético". Lo digo porque considero importante primero hacerse una opinió, y luego decidir la actuación conveniente.
1. ¿Hasta donde llega el derecho a la "susceptibilidad"?
Abunda, mucho, la susceptibilidad: ¿cualquiera va a tener derecho a sentirse herido por otros? Sabemos que los hay que se siente ofendidos hasta por una mirada que consideran denigrante. Esto es incluso más evidente en el caso de personas que se han autoconvencido de estar en posesión de la verdad absoluta. Su susceptibilidad le lleva a niveles tan insensatos como a sentirse "heridos" profundamente por comentarios que se refieren a ideas o abstracciones. Es una blasfemia, por ejemplo, decir que la biblia es una curiosa recopilación de mitos de una población racista y primitiva… ¡señor! Ofensa a la palabra de Dios, ¡Sacrilegio!. Pongamos un caso extremo (y un poco idiota). Trabajo en una imprenta, resulta que estoy revisando las galeradas de una nueva edición del Quijote, cuando me da un apretón tremendo. Y no tengo papel… Imagínate el resto, y las consecuencias. Como mucho mi jefe me dirá que soy un poco cretino, y que vaya al médico. Ponte ahora el caso de que son las galeradas de una edición del corán: el mismo papel, la misma tinta, las mismas máquinas, y el que se entera es un Jameini de esos…
2. El derecho al juez imparcial
Me parece, por tanto, evidente que ¡jamás! debe ser un personaje "religioso" el que juzge mis actos. De acuerdo con que la libertad en la sociedad democrática está limitada… pero jamás por una de las partes implicadas. No es aceptable, bajo ningún concepto, que sea el creyente el que se sienta ofendido. En el caso que nos atañe: la prohibición de dibujar a su profeta, o incluso a su dios es una norma religiosa. El que por su propia voluntad quiera acatar dicha norma… haya el, como el que prefiere morir a que le hagan una transfusión de sangre. El caricaturista ¡no está transgrediendo ninguna norma! salvo que, en la sociedad democrática exista una norma que explicitamente lo prohiba… pero, en general, no existe dicha norma, ¡y mira si las hay! ¿por qué?
3. El análisis de la historia
Porque, precisamente, la democracia ha surgido, a lo largo de muchos, muchos años de historia, para acabar (o intentarlo, o, por lo menos, minimizarlo) con el despotismo, con el abuso, con el poder absoluto; y en esa larga historia el enemigo principal ha sido ¡siempre! una iglesia, o un grupo político basado y apoyándose en una iglesia. Y porque esa iglesia ha sido siempre muy susceptible, y ha enviado a la hoguera a la gente, no te digo ya por hacer caricaturas "irreverentes", sino ¡por decir que la tierra giraba alrededor del sol!. Es sólo un ejemplo. Era, no sólo lógico, sino imprescindible que las democracias, para que fueran sentidas como tal, evitasen la protección directa de grupos de ideología absolutista, y, sobre todo, de los "poseedores de la verdad absoluta". Nadie se habría creido una democracia basada en la sumisión a un "ser supremo". Hasta las más reaccionarias, como la nuestra, se vieron obligadas moralmente a "disimular" y eliminar expresiones explícitas, como "la blasfemia" del código civil (la escondieron con una perífrasis… pero no se atrevieron a ponerla con todas sus letras)
4. El análisis del futuro
Y todo ese análisis (y más) de la historia, e incluso del presente (leed la prensa) puede llevar a algunos a pensar, y estarían en su derecho, que la religión, fundamentalmente las grandes religiones monoteistas, no sólo son una gran farsa, sino que, lo que es mucho peor, son un gran peligro: no ha existido una sola guerra que no haya estado basada o apoyada por una religión, es muy frecuente encontrarse una religión monoteista detrás de las discriminaciones raciales, esa tremenda discriminación que afecta a la mitad de la humanidad, a todas las mujeres, ha sido constantemente apoyada, ¡fíjate tu que coincidencia! por las religiones… si entrar al detalle de perversiones, hogueras o lo que llaman mártires. Y claro, uno puede pensar que, por el bien de todos, conviene explicar a la gente todas estas cosas, que no se dejen comer el coco con camelos, que es todo mentira… Y ¿qué pasa? ¡qué les ofendes! que les hieres su exquisita sensibilidad
5. El derecho, pues, al insulto:
Mientras no haya un juez honesto, e imparcial, en esa sociedad democrática, y un conjunto normativo objetivo que defina claramente que es una agresión, igual que, por ejemplo, se define que es incitación al terrorismo, el insultar a la iglesia me parece, no sólo legal, sino deseable.
Y, aún diría más, si el que juzga es de la iglesia… inevitable. ¿o creeis que no se van a sentir insultados si uno intenta explicar las razones por las que miles de personas han muerto en la hoguera?, o si buscais una explicación racional a que la evolución científica haya sido paralizada completamente desde la época de Constantino hasta el renacimiento. El analizar con un mínimo de razón y de lógica los dos mil últimos años de historia no puede hacerse sin denostar a los que han sumido a la humanidad durante ese tiempo en el mayor de los oscurantismos y la peor de las represiones.
El que, en las iglesias cristianas, y un clarísimo intento de marketing adaptativo, hayan intentado disimular en el último cuarto de siglo (de casi 20, no lo olvidemos), y se hayan puesto a hablar del "amor" y la bondad y buenas cosillas no debería engañarnos, el que "haya pedido perdón" por un par de "errores científicos" citando sólo algún nombre simbólico de algo que ocurrió hace 400 años no debería hacernos olvidar que siguen siendo los mayores anticientíficos del mundo, con las repercusiones que ello tiene (¿qué me decis, por ejemplo, de su opinión sobre el uso del preservativo?)
Y si alguién pretende olvidarlo, que mire, por ejemplo, a los musulmanes, primos hermanos en estupidez, pero en una sociedad sin un siglo de las luces de por medio.
Xicalo