“Hay más ganas que otros años de mostrar los símbolos de la Navidad porque la libertad religiosa está más amenazada que nunca” -Ignacio Arsuaga, presidente de Hazte Oír-
En mi familia somos muy radicales en lo del laicismo, y en estas fechas nos empleamos a fondo: prohibimos en casa toda mención a la navidad, castigamos a los niños si cantan villancicos, y el 25 de diciembre levantamos la persiana del negocio sólo por fastidiar. Con los reyes magos nos ensañamos especialmente, pues también somos republicanos y no soportamos una cabeza coronada: a nuestros hijos les contamos la verdad nada más nacer, y vamos a la cabalgata a repartir octavillas reveladoras a los pequeños.
Ahora en serio: en casa somos laicos, incluso anticlericales, y sin embargo anoche vinieron los reyes magos y las niñas se despiertan hoy nerviosas. ¿Alguien ve una contradicción en ello? Algunos sí, por lo visto. Nunca falta un listo que te dice que no puedes criticar los privilegios de la iglesia católica y al mismo tiempo visitar una catedral, admirar un retablo, citar la Biblia o ponerle agua a los camellos.
Si aceptamos su tramposo juego, siempre perdemos, pues ellos ponen las reglas: si pides retirar un símbolo religioso del espacio público, te dicen que es un símbolo cultural. Y si en cambio te apropias de un símbolo cultural, te dicen que dónde vas con eso, que es un símbolo religioso.
¿Cómo distinguimos lo religioso de lo cultural? Lo ideal sería que estas cosas se regulasen solas, que los usos sociales lo diferenciaran. Pero ya sabemos cómo son algunos: o les pones una valla, o entran hasta la cocina y te ponen un crucifijo en cada pared. Por eso, entre otros motivos, espero con interés esa ley de libertad religiosa que se viene cocinando desde hace meses. Mientras tanto, no pienso dejar los reyes magos en manos de los antiabortistas o los kikos.