Cinco jueces del Tribunal Supremo, tres del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y uno de lo Contencioso Administrativo de Córdoba no pueden estar equivocados: lo que ocurrió en el muro norte de la Mezquita Catedral de Córdoba jamás debió haber pasado. Según la vara de medir de determinado establishment cordobés (quiero pensar en una mayoría silenciosa que piensa lo contrario), esos nueve magistrados son unos radicales, amigos de los abertxales, por supuesto anticlericales, están en contra de la Semana Santa y quizás persiguen oscuros intereses de entregarle el monumento a los islamistas. O algo así.
Defender el patrimonio histórico de Córdoba, la interpretación e integridad de un monumento único en el mundo como es la Mezquita Catedral de Córdoba, ha sido hasta ahora algo heroico, ya que no se han escatimado calificativos sobre esas muy pocas y muy escasas personas a las que poco ha importado lo que les dijeran. O las puertas que se le cerraran en la ciudad.
En estos tiempos, los matices parecen quedar anulados por la ideología. Y si criticas lo que ha hecho mi amigo automáticamente te convertirás en mi enemigo. Da igual lo que haya hecho.
Retirar una de las cuatro celosías de Rafael de la Hoz del muro norte de la Mezquita Catedral fue una barbaridad. Y no lo digo yo, que lo pienso y he escrito muchas veces, sino nueve jueces. Pero que lo autorizase toda una Comisión de Patrimonio de la Junta de Andalucía y que lo firmase una viceconsejera de Cultura del gobierno andaluz es un tremendo escándalo. La autoridad responsable de cuidar el patrimonio histórico, el público y el privado, concedió un permiso que, según los jueces, iba en contra de la propia ley andaluza. La consejera, entonces, era la cordobesa Rosa Aguilar. A pesar de tres fallos judiciales (solo quedaría Estrasburgo, donde el rapapolvo se escucharía en la otra punta de Europa) nadie ha pedido perdón ni a la familia de Rafael de la Hoz, ni a los cordobeses, ni a la plataforma Mezquita Catedral. Nadie ha recogido sus adjetivos, roto y quemado sus artículos de opinión o al menos pronunciar aquello de “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a suceder”.
El fin nunca justifica los medios. Que la carrera oficial de la Semana Santa esté en el entorno de la Mezquita Catedral a mí no me parece ni bien ni mal. Entiendo que la catedral (que está dentro de una mezquita, es que tenemos un edificio alucinante) es el punto al que todo cofrade quiere acudir. Pero no todo vale.
La Mezquita Catedral es como es y por mucho que queramos el monumento seguirá siendo así, esperemos, por los siglos de los siglos. Sus columnas llevan 1.300 años soportando un edificio diáfano, creado para el culto y la admiración mundial. La dificultad de que entren y salgan pasos de Semana Santa a ritmo de carrera oficial es máxima. Por ello es injusto que se optase por la decisión más fácil y desde mi punto de vista más terrible: cortar en diez partes la única intervención contemporánea en el templo antes de su protección total por la Unesco en 1984.
Un amigo me dijo hace años, con su tendencia a trascender, que dentro de unos siglos los cordobeses del futuro analizarán todo el debate que hubo sobre la Mezquita de Córdoba en estos años. Y que serán ellos los que nos juzguen a todos, ya con la virtud que da el paso del tiempo. Como nosotros juzgamos, poniéndole una calle, por cierto, al corregidor Luis de la Cerda que fue excomulgado tras prohibir, bajo pena de muerte, que se tocase un solo ladrillo de la Mezquita de Córdoba.