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Los niños cubanos sin pañoleta. A propósito del doble sistema escolar en Cuba

Una maestra ayuda a los estudiantes de una clase de inglés en la Escuela de Idiomas de La Habana, en el 2016. Desmond Boylan AP

Hace varios días conversaba con varias madres con niños en edad escolar y ellas me hablaban acerca de los diferentes precios y sistemas de enseñanza que existen en las escuelas internacionales radicadas en Cuba.

Resulta que aquellos niños cubanos que porten algún pasaporte extranjero y tengan solvencia para matrícula y pago mensual pueden acceder a una educación paralela a la del Estado.

Este fenómeno va en aumento y cada semestre se matriculan más y más niños a una enseñanza muy lejana a la que tuvimos nosotros.

En estas escuelas no se canta el himno nacional, no se usa uniforme con pañoleta, ninguno de los menores jura aquello que en matutinos y vespertinos nosotros juramos: “Pioneros por el comunismo seremos como el Che”. Dentro de estos centros educativos no existe un énfasis en el tema ideológico nacional, no se leen noticias oficiales ni se cantan canciones políticas. La escuela inglesa, la francesa, la española y la rusa –todas enclavadas en zonas de Miramar y en uno de los casos abierta desde hace cuarenta años– tienen un claustro compuesto por profesores cubanos y extranjeros donde no solo se imparten clases en otras lenguas, se preparan a los niños y adolescentes para acceder a las mejores universidades del mundo.

¿Por qué tantas familias cubanas se sacrifican y ahorran 10 mil dólares anuales o más para enviar a sus hijos a este tipo de escuelas? ¿Por qué tantos emigrantes cubanos envían dinero para costear esta educación a sus familiares más jóvenes?

Tras aquella terrible etapa de los maestros emergentes donde estudiantes aún no graduados fungían como profesores y moderadores de los programas televisivos de enseñanza que trasmitían por televisión hubo una terrible crisis en el plano educacional, la mayoría de los alumnas y alumnos que formaron parte de la generación egresada de este experimento son hoy personas con un referente cultural bastante limitado y eso es bien notable a la hora de tratar con ellos en cualquiera de los establecimientos públicos donde a diario los encontramos.

Muchos padres simplemente no se resignan a entregar la instrucción de sus hijos a personas poco competentes, que no se expresan correctamente, seres incapaces de hilar un pensamiento lógico, una idea coherente, una enseñanza aguda a un niño que necesita ser ilustrado y orientado.

Por otro lado no todos los padres cubanos desean que sus hijos sean pioneros y participen de marchas, actos o actividades político militares obligatorias con las que simplemente ellos no comulgan.

Al indagar con algunos de estos niños y niñas que ya han pasado tres o cuatro cursos dentro de estas instituciones me doy cuenta lo interesante que les resultan los entretenidos y modernos programas de estudio, la experiencia multicultural y la libertad creativa con la que van creciendo en estos contextos.

Me pregunto si el desprendimiento que produce el ejercicio de estudiar y decir adiós constantemente a sus condiscípulos, hijos de diplomáticos y técnicos extranjeros, para quienes realmente se fundaron en Cuba estas escuelas, no marque a toda una generación de cubanos que a su vez, deben sobreponerse a la constante diáspora familiar que se sufre hoy de modo cotidiano en nuestra isla.

Me pregunto si en lo adelante las diferencias culturales, ideológicas y de clase no serán cada vez más marcadas entre quienes fueron pioneros, se educaron en escuelas públicas y aquellos que tuvieron, en pleno socialismo, el privilegio de estudiar en una enseñanza donde tu vida es diseñada para desarrollarse dentro del sistema capitalista.

Esta es, sin dudas, otra forma de forzar las puertas e instalar a las nuevas generaciones en otra realidad, un silencioso modo de cambiar la forma de ver la vida a un grupo de cubanos, minoritario, y no por ello menos importante.

Le pregunté a una alumna de doce años estudiante de la escuela francesa en La Habana si no se sentía extraña sin sus amiguitos del barrio al estudiar en otra lengua y jugar con niños de tantas nacionalidades, pero ella me contestó:

–No, porque en mi escuela hay muchos cubanos.

Veo con nostalgia mis fotos vestida de pionera, pienso en mis excelentes maestros y en los años vividos entre campamentos, escuelas al campo y pupitres garabateados donde formé parte de una generación que no tuvo opción y supo ser feliz a toda costa.

Wendy Guerra. Escritora cubana residente en La Habana.

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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