Unos tantos autores intentaron encontrar un tipo de ideal humano en la Utopía. Que More, Bacon, Huxley, Mantegazza, Marignolli, Campanella y, otros muchos, han creído describirlo, pero finalmente hablaron de la ciudad ideal para ellos y no para los hombres. De la misma manera los llamados socialistas como Marx y sus seguidores, o los socialistas utópicos franceses como Prouhon y otros describieron una sociedad de libertad que al final fue de opresión. Ideas, que terminaron en unas dictaduras o en el olvido.
Para el librepensador el ideal humano no es una ciudad soñada o una doctrina imaginada pero una realidad alcanzable. Esto generó movimientos de pensadores que intentaron hacer una realidad de lo que hubiera podido ser una idea sin contenido.
Si se refiere a Europa, la Revolución francesa en 1789 afirmó en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que «…Para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas sobre unas bases sencillas e incontestables los derechos del hombre) giren siempre alrededor del mantenimiento de la Constitución y a la felicidad de todos».
La Constitución de 1793 en su artículo primero disponía que: «La meta de la sociedad es la felicidad de todos».
El 3 de marzo de 1794 el revolucionario Saint Just proclamaba en la Asamblea: «Que nuestro ejemplo dé frutos sobre la faz de la tierra, que esparza el amor, las virtudes y la felicidad… La felicidad es una idea nueva en Europa».
La Constitución de 1795 en su artículo 4 decía, con cierta ingenuidad, que: «Nadie puede ser buen ciudadano si no es buen hijo, buen padre, buen hermano, buen amigo, buen esposo.» Es decir, virtuoso. La idea de la felicidad humana nace y esta idea viene a ser la base del ideal humano que será antes todo, el del hombre libre. ¿Será suficiente la Libertad?
Boukarine, anarquista ruso escribió: «La libertad política sin la igualdad económica es una pretensión, un engaño, una mentira.»
Obviamente la igualdad tiene que ser lo primero que debe tener el hombre. Quien puede ser libre si hay un rico y un pobre, un potente y un débil, un maestro y un analfabeto.
Escuchamos a Bolívar delante el Congreso de Bolivia: «Nadie puede romper el santo dogma de la igualdad. Y, ¿habrá esclavitud donde reina la igualdad? Tales contradicciones formarían más bien el vituperio de nuestra razón que el de nuestra justicia: seriamos reputados por más dementes que usurpadores.» Y añadía delante del Congreso de Angostura: «Necesitamos la igualdad por refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas»
De la igualdad puede nacer la libertad.
Sigamos de nuevo con Bolívar en sus diversas declaraciones: «La libertad y la igualdad son las bases de nuestro sistema… No puede haber República donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades…La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos …»
Y Bakounine podía concluir: «Soy libre de la libertad del prójimo»
En base de esto se puede preguntar cuáles serán las condiciones de la igualdad y de la libertad. Siempre se contestó: ¡la educación!
En esta época de 1789 de intensas reflexiones revolucionarias sobre la felicidad de los hombres, Condorcet escribió cinco informes sobre este tema de la educación, estableciendo las bases, de la educación del pueblo. «La desigualdad en la instrucción es una de las principales fuentes de la tiranía…La sociedad debe al pueblo una instrucción pública…Esta obligación no debe dejar ninguna desigualdad…Así se perfecciona la humanidad…»
Concluía Kant: «El hombre solo puede hacerse hombre con la educación» y, Bolívar: «El hombre sin estudios es un ser incompleto»
Sin embargo, fuerzas conocidas intentan apoderarse de la educación y, antes de todas, las iglesias. En los años 1850 en Francia hubo un debate encarnizado entre Thiers y Víctor Hugo.
Thiers: «Se debe reflexionar atentamente, antes de extender desmesuradamente, en todas partes la instrucción primaria y darle una extensión grande esto tiene graves peligros. Leer, escribir, contar y nada más. Quiero que la influencia del cura sea muy fuerte para difundir la buena filosofía que enseña al hombre que está aquí para sufrir…»
Víctor Hugo: «Y Ustedes (los curas) quieren ser los maestros de la enseñanza…Todo lo que ha sido escrito, hallado, soñado, imaginado, inventado por los genios, el tesoro de la civilización… ustedes lo rechazan… ¡Si el cerebro de la humanidad estaba delante de sus ojos, abierto como un libro le harían tachaduras!» Y, terminaba: «¡Quiero la iglesia en su casa, el estado en la suya!»
Esto el Vaticano lo había ya condenado en el Syllabus de 1864, no admitiendo que hubiera una separación de la iglesia y del estado. Sobre todo, en lo de la educación porque sabía que era la llave de su poder. Además, quería que la autoridad en las escuelas públicas sea la suya, quería la dirección de los estudios, la disciplina, la elección de los maestros, la decisión en cuanto a la aprobación en los exámenes. Es decir que las nociones de libertad y de igualdad no existían para la iglesia.
La idea de la iglesia es que quiere permanecer como la única religión reconocida en un estado, teniendo derechos propios, al mismo tiempo que niega que su doctrina sea contraria a la prosperidad de la sociedad humana.
Se sabe que nunca la iglesia renuncia a su preeminencia, que puede adaptarse a las circunstancias si le parece indispensable. De modo que, si la iglesia está más fuerte pide el monopolio de la enseñanza y en el caso contrario va a exigir una enseñanza independiente del estado, pero con subvenciones estatales, lo que ocurre actualmente en Francia.
Para nosotros libres pensadores esta situación conduce a una actitud moral de conforte, de conformidad o de combate. En el primer caso se abandona poco a poco el poder a las iglesias, en el segundo se opone fuertemente a las pretensiones clericales. Sin embargo, actualmente el peligro viene también de la evolución de la sociedad. Vivimos la época de los peritos que imponen su verdad porque dicen que son ellos los que saben mejor que los otros, hasta si son autoproclamados. Imponen esta verdad suya en un ambiente de comentarios sobre todos los acontecimientos, hechos, sospechas y así influyen sobre la opinión pública de tal manera que la libertad de pensar esta mermada.
También los medios de comunicación tienen su responsabilidad porque trabajan en lo emocional, en lo que sale de lo razonable. El lector o el espectador tiene que ser enternecido, conmovido, trastornado y su visión de los hechos es lo que le impone su periódico o su pequeña pantalla. Esto va hasta el complotismo y sabemos que con esto se logra definir presuntas víctimas. El hombre libre necesita conjurar estos miedos restableciendo la verdad: no todos los judíos, homosexuales, masones, gitanos…son culpables, ¿y de qué?
Además, hay que luchar contra la opinión según la cual el Estado seria el gestionario contador de la actividad económica en el marco general de la mundialización técnico financiera. El ideal humano no se puede asimilar a un libro de cuentas.
Buscando la libertad y la igualdad, el libre pensador busca así la virtud republicana, o lo que opinó Simón Bolívar en el Congreso de Angostura: «Demos a nuestra república una cuarta potestad, cu yo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres, y la moral republicana… Renovemos en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre, sino que quiere ser virtuoso»
Esta idea va hacia una concepción larga de la sociedad aceptando el universalismo de la moral en nombre del ideal humano, rechazando el Comunitarismo que encierra al hombre en un grupo, cual que sea su forma, pidiendo derechos diferentes de los demás, es decir la diferencia de lo s derechos, negando igualdad y libertad.
Antes de terminar, necesito insistir sobre dos puntos importantes.
Primero: La sociedad en la cual vivimos tiene que prepararse, si no se ha hecho ya, a los cambios de todo tipo, que algunos no podemos imaginar y que los tiempos llevan. De esto, la Mesa 3, se preocupa, pero estas evoluciones cambiaran nuestras maneras de vivir y de concebir la vida política de los estados y el ideal humano.
Segundo: Bolívar decía: «Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos.» Por eso y como ya lo he dicho varias veces, en este mundo en evolución, los estados suramericanos y las asociaciones deben seguir su propio camino, cada uno según lo que le esta posible sin aceptar injerencias venidas de otra parte.
De este movimiento, a la vez unido y adaptado, se podrá desarrollar la igualdad y la libertad para conseguir la meta final de ideal humano: la fraternidad.
Jacques Lafouge