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Los escándalos y guerras internas llevan al Papa a un escenario de caos

El Papa argentino cumplirá 83 años el domingo 15 y tres meses después iniciará el séptimo año de su pontificado, ya no dominado por la reiterada voluntad de cambios de Francisco y la sensación que su nuevo lenguaje y propuestas abren el paso a una nueva era. Muchas novedades son negativas: la principal es la terca, metódica, creciente guerra que le hacen los más conservadores y tradicionalistas, negándole legitimidad por las “herejías” con que según ellos, Jorge Bergoglio contrabandea sus traiciones a la doctrina católica.

A su regresó del viaje a Tailandia y Japón, el Papa enfrenta un intringulis que ya soportaba, el crecimiento de una vasta área católica italiana que sigue al ultraderechista lider de la oposición Matteo Salvini.​ Pero el apoyo de una parte de los 32 mil curas, 320 obispos y 28 cardenales a Salvini, acusado de tener ideas teñidas de nostalgias fascistas, ha encontrado repentinamente un líder: el anciano cardenal Camillo Ruini, de 88 años, que fue durante veinte años el líder de la Iglesia italiana bajo los papados de san Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Salvini “tiene notables perspectivas por delante”. “Debe madurar pero me parece que el diálogo con él es un deber”, que hasta ahora el progresista Francisco ha eludido, criticando varias veces sus ideas “que huelen a totalitarismo”.

La novedad de Ruini, siempre muy respetado y seguido por los católicos conservadores italianos, es un dolor de cabeza pues como dice Marco Politi, uno de los más profundos vaticanistas, “inspira respeto porque habla a la panza de una parte del episcopado”.

Este oscuro panorama de una iglesia italiana cada vez más problemática para Bergoglio, coincide con la constatación de que la conspiración ultraconservadora mantiene una constante estrategia de ataque en todos los frentes posibles, mientras que el aparato general de la Iglesia mundial se muestra inerte frente a la necesidad de una contraposición en defensa del Papa.

Los conflictos se acumulan y Marco Politi, que ha defendido la experiencia pastoral de Francisco, sostiene que “el otoño de 2019 está llevando al pontificado de Bergoglio a una estación de caos”.

Antes de que llegara la maniobra de Ruini, que brindará organización y tesis al sector conservador anti Francisco, octubre y noviembre tuvieron en vilo al Vaticano y a la Iglesia por los escándalos de corrupción que revelaron el uso “non sancto” en las altas cumbres vaticanas de un fondo reservado de 728 millones de dólares reunido con las donaciones de los fieles de todo el mundo para el Obolo de San Pedro, la obra de caridad del Papa a los más pobres y necesitados.

En los años de Juan Pablo II y el hoy papa emérito Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, se vivieron los Vatileaks 1 y 2. “Leaks” quiere decir filtraciónes y aquella oleada de documentos secretos seguidos de peleas abiertas de las facciones vaticanas, fueron en gran parte responsables de que Ratzinger decidiera renunciar a su papado. La corrupción vaticana, en versión siglo XXI, se cargó a un Papa, por primera vez en 700 años.

En el reino de Francisco, se ha entrado de lleno en el “Vatileaks 3”, otra oleada de documentos filtrados a la prensa que revelaron el uso del fondo destinado a los pobres por las maniobras financieras, sobre todo en la compraventa de inmuebles en Londres, y de la constatación que hizo la justicia vaticana de abundantes delitos corrupción que deberán ser hechos públicos en un proceso que el mismo Papa reclamó.

Otra filtración fue realizada por la habitual “manito” traviesa que esconde maniobras para castigar el prestigio del mismo Francisco, revelando un documento secreto del Consejo para la Economía que denuncia que la Santa Sede tiene un déficit que al paso que va se convertirá en un “crack” dentro de tres o cuatro años a menos que se tomen medidas urgentes.

Para poner orden y restablecer el buen gobierno, mientras los litigios alcanzan las cumbres del Vaticano y se hacen públicas las peleas entre dos de los cardenales más importantes de la Curia (el secretario de Estado, Pietro Parolin y el “ministro” Giovanni Becciu), el Papa decidió tomar medidas heroicas. Dejó de lado la burocracia interna vaticana y nombró a dos italianos de alto nivel en cargos criticos. El alto magistrado Giuseppe Pignatone, ex capo de los fiscales de Roma, es el nuevo presidente del Tribunal del Estado ciudad del Vaticano.

Tras mandar a casa al suizo Rene Bruelhart, presidente de la Autoridad Financiera, encargada de controlar contra la corrupción. los reciclajes y la circulación de financistas intermediarios que han hecho millones en perjuicio de la Santa Sede (cuya actividad fue calificada de “incorrecta” por Bergoglio), el pontífice designó en su lugar a Carmelo Barbagallo, jefe del Departamento de Supervisión del banco central, la Banca de Italia.

Los dos nombramientos son un testimonio de la desconfianza del Papa de los altos cargos de la burocracia vaticana.

Por si faltaba otro ejemplo, Francisco nombró nada menos que como “zar” de la economia, al jesuita español padre Juan Antonio Guerrero, que aceptó con la condición de no ser promovido a cardenal y ni siquiera a obispo. El estratégico cargo de Secretario para la Economía estaba vacante desde febrero, cuanto concluyó el mandato del cardenal australiano George Pell, condenado y encarcelado en Australia por la violación de dos monaguillos en Melbourne.

Bergoglio se apoya cada vez más en su Compañia de Jesús, que lo defiende a capa y espada a pesar de las desinteligencias que prácticamente lo excluyeron durante años de entrar y recorrer los pasillos de la central jesuita de Borgo Pío, junto al Vaticano.

El padre Guttierrez es un completo desconocido que hasta ahora se encargaba desde su oficina de Borgo Pío de las casas y obras interprovinciales de la compañía de Jesús. Entiende mucho de números y es de una honestidad blindada juran los jesuitas consultados por Clarín. Lo único que traspapela es que se trata “de un tío con gran sentido del humor, vamos”, señala un español y compañero de la Orden.

En cuanto a los gravísimos escándalos por abusos sexuales que marcan a fuego el prestigio de la Iglesia, la vergüenza interminable prosigue, pero ha sonado una novedad de enorme relevancia doctrinaria: la Conferencia episcopal Australiana anunció el viernes que ha llegado a un acuerdo con la Fiscalía General Estatal y Federal. Los sacerdotes australianos están obligados a denunciar el abuso sexual a menores que se les revele durante su labor con los confesores.

Hasta ahora, la defensa a ultranza del secreto de confesión había blindado esta puerta hacia muchas de las horribles verdades y horribles culpables de los abusos sexuales a niños y adolescentes en todo el mundo.

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