1. Los agentes del Vaticano, la embajada sueca y el aborto.
En estos momentos el Estado español a través de sus representantes ha comenzado a revisar la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo y de nuevo la jerarquía católica aprovecha la ocasión para tratar de desgastar al gobierno socialista acusándolo de criminal por defender la vida de animales salvajes más que la vida humana. En esta crítica mendaz el señor Martínez Camino, agente del Vaticano, aparece por televisión mostrando un cartel en el que presenta la foto de un lince y de un niño de varios meses, criticando que se defienda más la vida de los animales salvajes que la vida de los niños, y, en consecuencia, dando a entender que un niño de varios meses y un embrión de unas cuantas células humanas son lo mismo y como si la interrupción del embarazo consistiera en matar niños de escasos meses o incluso de un año.
Y de nuevo el Estado español de manera incomprensible vuelve a soportar de manera asombrosamente pasiva que los agentes de una potencia extranjera se inmiscuyan en nuestros asuntos internos de una forma absolutamente irrespetuosa y despectiva en lugar de preocuparse de sus propios asuntos, evolucionando en sus propias instituciones feudales hacia un estado mínimamente democrático, respetuoso con los derechos humanos y especialmente con los referentes a la igualdad entre la mujer y el varón.
¿Por qué se consienten tales intromisiones? Si la embajada sueca o cualquier otra se pusieran a ladrar de una forma lejanamente parecida a como lo hace el señor Camino, ya se habría llamado a consultas al embajador correspondiente para pedirle explicaciones, para exigirle el respeto a nuestras instituciones y nuestras leyes democráticas y para entregarle de manera oficial el correspondiente aviso de que intromisiones de esta clase podrían dar lugar a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países soberanos, Suecia y España.
¿Por qué no sucede esto cuando se da una situación similar en relación con el Estado del Vaticano? La tradición de nuestro pasado ligado a la iglesia católica parece que tiene todavía demasiada fuerza de inercia, hasta el punto de que los agentes de este estado todavía no se han enterado que aquí no son ellos quienes tienen el derecho a establecer nuestras leyes sino que son nuestras instituciones democráticas las que tienen el encargo popular de proyectarlas, estudiarlas, votarlas en el parlamento democrático, aprobarlas, promulgarlas o rechazarlas. Y por lo que se refiere a la actitud de nuestros propios gobernantes, parece que todavía no se atreven a plantar cara muy seriamente, tal como es su deber, a ese estado que a través de sus agentes se inmiscuye en nuestra política de un modo absolutamente irrespetuoso con nosotros, como si España fuera una colonia particular suya.
Los agentes del Vaticano podrían alegar que también son ciudadanos españoles, pero claro está, eso es una falsedad en cuanto una cosa es tener una nacionalidad sobre el papel y otra muy distinta tener un comportamiento digno y coherente con tal nacionalidad. Tales agentes vaticanos actúan siempre a partir de las consignas de la autoridad central de su estado, así que es inadmisible que se les permita actuar como si fueran españoles. Cuentan con esa “doble nacionalidad” a partir del hecho accidental de que haber nacido en España. Pero en tales casos a esta gente debería exigírseles que optasen por una de las dos nacionalidades y que actuasen en consecuencia. Pero que tales señores se declaren españoles cuando de manera tan clara y evidente actúan en todo momento siguiendo las consignas y la política del estado del Vaticano debería ser motivo más que suficiente para privarles de la nacionalidad española y para enviarlos a su auténtico país, donde podrían vivir a su gusto y sin entrometerse con las leyes democráticas del país. Realmente creo que esta situación es lo suficientemente grave para ser objeto de un análisis serio por parte de nuestros políticos.
2. ¿Por qué el Estado del Vaticano se inmiscuye en la política interna de nuestro país?
¿Es posible que haya personas que de buena fe que piensen que el Vaticano busca el bien de la humanidad? Desde luego sus hechos demuestran todo lo contrario. Se trata de un Estado cuya política de engrandecimiento económico se apoya precisamente y de modo esencial en la intromisión en la política interna de los países en donde se permite la actuación de sus agentes (los llamados “obispos”, “arzobispos” y “cardenales” de manera especial, cargos feudales de designación directa por parte del jefe supremo de su organización, el denominado “Papa”, elegido a su vez por esos otros agentes, sin que el resto de sus ciudadanos intervengan para nada en el nombramiento de tales cargos, lo cual no es precisamente un ejemplo de democracia).
El Estado del Vaticano no se dedica a la creación de riqueza de ningún otro tipo que no sea la derivada del expolio constante de la riqueza de los países en donde actúa a través de sus agentes: Expolios en edificios, en obras de arte, en inmensas cantidades de dinero obtenidas mediante el chantaje realizado a los diversos gobiernos de los que obtienen “ayudas”, “limosnas”, “donativos” para el constante engrandecimiento de su poder económico y político, como si tuvieran algún derecho a exigir a tales estados –como en especial el de España- la contribución al expansión económica de su propio estado feudal, cuya renta per cápita, por cierto, es con enorme diferencia la más alta del mundo. Precisamente en estos momentos y de manera vergonzosa acaban de obtener gratuitamente del gobierno de Madrid y no hace mucho del de Valencia nuevas “limosnas” en forma de regalo de terrenos de enorme valor económico y de enorme importancia para la calidad de vida, tanto de madrileños como de valencianos y como del resto de los españoles. Resulta inaudito que el Estado español y los correspondientes gobiernos autonómicos se humillen ante las exigencias de estos agentes extranjeros en lugar de enviarlos al Vaticano a la mayor brevedad posible, con billete de ida pero sin retorno posible.
3. La hipocresía del Vaticano.
Lo más curioso de este caso es la contradicción entre las doctrinas del Vaticano y sus aparentes comunicados “escandalizados”: Dicen últimamente que han suprimido el Limbo y que todos los niños, cuando mueren, van directos al Cielo a gozar de una vida eterna de felicidad. Realmente muy bonito. Pero, si eso es así, si realmente creen que los niños van a ir a gozar eternamente, para siempre, durante millones y millones de siglos que nunca se acabarán, ¿por qué se preocupan tanto de esta vida terrena, por qué se preocupan tanto por conseguir que tales supuestos niños “gocen” (?) de este valle de lágrimas? Si lo que les preocupase fuera el bien de esos supuestos niños, en tal caso deberían estar contentos de su paso directo a esa vida incomparablemente mejor, alejada por completo de todos los sufrimientos, de las penalidades y de los peligros morales a los que se enfrentarían en ésta, poniendo en grave peligro su eterna salvación.
¿O es que estos siniestros agentes no creen en sus propias doctrinas? Pues sí, realmente parece que ni ellos mismos se creen lo que predican, pues en caso contrario la aparición del señor Martínez Camino con ese cartel en el que parece que se envía a un niño inocente a una muerte definitiva no tendría ningún sentido y sería más bien una muestra de su absoluta incredulidad en lo que predica, como si hubiera olvidado que, según sus doctrinas, tales niños –en el caso absurdo de que considerasen que los embriones lo son- ¡van directos al Cielo!
¿Qué les quedaría a la hora de plantear sus acusaciones contra los gobiernos para seguir chantajeándolos? Sólo la doctrina de que nadie más que Dios es dueño de la vida? Bien, ¿y qué? Sería un problema para la conciencia particular de cada uno. Y, desde luego, teniendo en cuenta tales premisas doctrinales de la jerarquía católica, la mujer embarazada que decidiera abortar podría sentirse realmente feliz y satisfecha de su conducta por haber realizado esa obra tan generosa de enviar a su hijo a la gloria eterna en lugar de haberlo obligado a permanecer junto a ella a compartir las miserias de ésta. ¿Podría Dios castigarla por esa decisión? Sería un castigo absurdo, por mucho que se diga que “los designios de la Providencia son inescrutables”, pues la muerte no sería en estos casos la interrupción de una vida sino el comienzo de ¡la auténtica vida!, gozando de la presencia de Dios, que tanto nos quiere –o eso dicen-. Pero desde luego resulta imposible creer que enviar a alguien a gozar de la vida eterna debiera ser considerado como una inmoralidad, como un “pecado mortal”, como un “asesinato” en lugar de verlo como un sublime acto de amor a través del cual la madre renuncia a compartir la vida junto a su hijo y lo entrega al propio Dios, nuestro padre verdadero, para que él le regale esa felicidad tan sublime que en este mundo miserable le sería imposible gozar. Estos agentes del Vaticano parecen actuar como ateos empedernidos que no creen para nada en esa vida eterna de la que tanto hablan. Por ello, si tendría alguna lógica la crítica a la interrupción del embarazo por parte de quienes sólo creen en esta vida terrenal, desde luego es una incoherencia la actitud de lo agentes del Vaticano en cuanto consideren que la vida verdadera no es ésta sino la que comienza después de éste tránsito miserable por la vida terrenal. Y desgraciadamente sucede que eso es así: Una cosa es lo que predican y otra muy distinta es lo que practican. Si no, ¿por qué se preocupan por amasar tanta riqueza material en lugar de regalar sus bienes a los pobres y prepararse para esa vida verdadera de la que tanto hablan a los moribundos para conseguir sus herencias a cambio de una parcela Cielo?