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Librepensamiento y género

Agradezco la invitación y es un enorme privilegio  participar de este Congreso Internacional aunque les confieso que me ha puesto el desafío de agudizar la mirada para poner en diálogo las propuestas transformadoras del feminismo con los principios del librepensamiento. Tarea fascinante pero que no podré abarcar en toda su complejidad ni por el tiempo asignado ni por portar la capacidad para hacerlo, pero haré mi mejor esfuerzo.

Muchas son las coincidencias y los encuentros entre ambas dimensiones del conocimiento. Los principios masónicos de tolerancia, igualdad espiritual de los hombres, libertad y fraternidad sin diferencia de credos, ideologías, razas, clases y orígenes sociales con el fin de construir una sociedad más armónica y justa a partir de la mejora individual confluyen con la prédica feminista de construir la igualdad entre los sexos derribando las estructuras de injusticia e inequidades que han plagado de obstáculos el ejercicio de la ciudadanía de más de la mitad de la población.

Esbozaré algunos de los desafíos y provocaciones con los que la teoría de género interpela a concepciones ideológicas, sistemas de creencias, instituciones, relaciones humanas y subjetividades poniendo en cuestión una estructura social basada en la división sexual del trabajo y en la construcción de modelos hegemónicos asfixiantes de ser mujer y de ser varón atravesados por relaciones inequitativas, asimétricas y violentas del ejercicio del poder.

Las desigualdades sociales construidas en base a las diferencias biológicas no sólo han sido altamente perjudiciales para el desarrollo de las potencialidades femeninas sino que han sido empobrecedoras para las civilizaciones humanas, en todo sentido.

Procuraré identificar cuáles serían desafíos interesantes para el ejercicio del librepensamiento ante el imperativo ético y político de alcanzar la igualdad de oportunidades y condiciones para que hombres y mujeres puedan ejercer sus derechos humanos como condición indispensable de la calidad de vida democrática, la salud de la República y como forma de saldar la deuda histórica que la Humanidad tiene con las mujeres en el ejercicio de los derechos humanos y la participación plena en todas las dimensiones de la vida social, política, económica y cultural.

He revisado bibliografía para ejercitarme en este diálogo1 y conocer los ritos símbolos y al trayectoria de la masonería en Uruguay como herramienta de reflexión y elaboración de estos aportes que comparto con ustedes. Este proceso me ha permitido  conocer un poco más del origen y la historia del Librepensamiento así como constatar la progresiva incorporación de las mujeres en un ámbito –como muchos otros- creado y pensado por hombres.

Me pareció inspiradora la cita a Guénon donde se aclara que:

“Para ser ortodoxa, la Masonería no debe apegarse a un formalismo estrecho ni ser inflexible en lo ritual, sin poder añadir ni suprimir nada, lo cual sería muestra de un dogmatismo muy ajeno al espíritu masónico. La Tradición Masónica no excluye la evolución ni el progreso, y los rituales pueden y deben ser modificados para adaptarse a las condiciones variables del tiempo y lugar, pero solamente en la medida en que no se afecte ningún aspecto esencial del simbolismo y del ritual. (…)

Es interesante indagar el impacto que la incorporación de las mujeres ha tenido en el funcionamiento y desarrollo de estos espacios de reflexión y crecimiento humano para saber hasta qué punto se ha visto interpelada la organización en los aspectos sustantivos de la construcción reflexiva, simbólica y ritual del librepensamiento.

Acorde a la documentación consultada, la masonería tiene como objetivo un ideal de sociedad y su finalidad es el cultivo del hombre en tanto filosofía y arte de educar pura y polifacéticamente al hombre en cuanto hombre y a la humanidad en tanto humanidad. Existe, entonces, la oportunidad de reflexionar sobre el diferencial que la inclusión de la mujer y la igualdad de género tiene no sólo en la forma de pensarse como organización sino en los cambios que esto contribuiría a generar en la construcción de una sociedad fraterna.

Dice el pensamiento masónico: “En tanto la catedral ya no sería el templo a construir sino el gran edificio a levantar para la gloria de la gran arquitectura del Universo sería la Humanidad, el trabajo ya no es sobre la piedra sino sobre el hombre” (Palúa, 2012).  Lo que admite preguntarse ¿Cuál sería el aporte del librepensamiento para el trabajo sobre las mujeres en tanto mujeres? Y ¿Cómo podría contribuir el librepensamiento en la construcción de formas más igualitarias, sinérgicas y respetuosas de relacionamiento entre los sexos?

El principio de “obedecer a los más altos imperativos morales y éticos que la civilización humana ha forjado, tales como los valores de libertad, de solidaridad, de tolerancia y de fraternidad sin límites ni exclusiones”, de acuerdo a lo establecido en el Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay (ibídem, 57) abre una valiosa oportunidad de transformar aquellos lazos que han estado viciados por la asimetría y la subordinación de género.

Esta habilitación enriquece las potencialidades del saber de unos y otras y la participación en igualdad de condiciones sin obstaculizar, con restricciones arbitrarias e injustas,  la riqueza de todos los aportes valorando su diversidad y particularidades.

Transformar las relaciones inequitativas de poder entre los géneros, caracterizadas por ser dominantes, autoritarias y violentas, es necesario e imperioso por múltiples razones. Primero, y fundamentalmente, porque sostenerlas perpetúa la intolerable vulneración de los derechos de las mujeres  generando sufrimientos que deben ser superados. Pero además, porque superar las relaciones de inequidad permite mejorar la calidad de ser hombres y construir una Humanidad digna en el desarrollo y convivencia de sus integrantes.

Romper con los espacios estancos y explosionar los modelos estereotipados de lo femenino y lo masculino libera la riqueza y multiplicidad de cada persona en tanto ser reflexivo constructor de su historia personal y colectiva. El reino de la razón como dominio exclusivo de lo masculino ha menoscabado, por un lado, la posibilidad de los varones de vivir y experimentar, sin barreras, el mundo de los afectos y sensibilidades definido arbitrariamente como propio de lo femenino.

Así como la reclusión de las mujeres al mundo de lo doméstico y reproductivo no sólo ha desconocido la capacidad crítica y pensante de las mujeres sino que ha privado a las civilizaciones humanas de los aportes de éstas en todos los órdenes y ámbitos de la vida.

Los principios del librepensamiento y el compromiso de quienes integran sus estructuras y espacios, están llamados a contribuir con sus prestigiosos aportes a superar las brechas de inequidad e injusticia de género para que los valores de libertad, igualdad y fraternidad tengan significado en la realidad de las mujeres, la igualdad entre los sexos y la construcción de sociedades basadas en el respeto irrestricto de los derechos humanos, sin discriminaciones.

Pasaron  45 años entre la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Conferencia Internacional de Naciones Unidas realizada en Viena, en 1993, para que la comunidad política reconociese que sin los derechos de las mujeres no podía afirmarse que los derechos eran humanos. Los niveles de injusticia sobre la mitad de la población son flagrantes. La inequidad en el acceso a los beneficios del desarrollo no sólo está marcada por las diferencias socio-educativas y económicas entre los sectores poblacionales sino que impacta de forma diferenciada sobre hombres y mujeres de todas las clases, etnias, razas, edades y nucleamientos humanos.

La sub-representación en los espacios de privilegio y de poder, por ejemplo, es inexplicable en nuestro país cuando las mujeres tienen presencia mayoritaria en las bases de todas las actividades sociales y políticas y alto nivel educativo que supera al de los varones en la matrícula y en el egreso del sistema educativo, particularmente a nivel universitario.

Las brechas de desigualdad y de situaciones de injusticia perpetuadas por la violencia y la inequidad de género deben ser superadas a través de los esfuerzos que la comunidad, a todos los niveles,  debe priorizar.

Los compromisos políticos y jurídicos asumidos por la amplia mayoría de los estados ante Conferencias, Tratados y Convenciones del sistema de Naciones Unidas, demuestran que la discriminación por razones de género es una de las prioridades que deben asumir para alcanzar los niveles de desarrollo y de democracia que los hagan dignos.

Todos los indicadores económicos y socio demográficos dan cuenta del impacto específico que la pobreza, el hambre, la explotación, el tráfico de personas, la guerra, la migración, el desempleo y el autoritarismo tiene sobre las mujeres.

La lente de la igualdad de género permite entonces mirar la realidad y a nosotros mismos desde una complejidad que enriquece el conocimiento sobre nuestras sociedades, instituciones, normas, políticas y formas de implementarlas. Permitiéndonos recorrer el camino para ser mejores personas y construir mejores sociedades.

La Asamblea fundacional del Gran Oriente de la Francmasonería mixta universal el 10 de diciembre de 1998 manifestó claramente que el destino de la Humanidad se sustenta en sus dos grande pilares hombres y mujeres en pie de igualdad.

Por lo tanto se trata de aplicar la razón, la experiencia, la observación y la prueba, como medios dignos de evidenciar una dimensión de la verdad que sigue siendo resistida en tanto cuestiona las formas de organización que nos hemos dado como sociedad y los espacios que han estado habilitados para unos y restringidos para otras.

Incorporar la perspectiva de género en el análisis de los problemas es pensar la realidad desde su complejidad para identificar los impactos diferenciados que sobre hombres y mujeres tienen las situaciones de injusticia. La búsqueda y el encuentro de soluciones con equidad de género es lo que superará el marco restrictivo de la división sexual del trabajo y  la doble norma moral. Nos debemos un nuevo contrato social reconozca la igualdad pero que también se comprometa a fomentarla.

En la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing, China, en 1995, el termino género levanto importantes polémicas. Relata Joan Scott, una de las referentes más importantes en la teoría de género desde la Universidad de Columbia2,  que en las semanas que precedieron a la celebración de la conferencia, un subcomité de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos llevó a cabo audiencias en donde los delegados y representantes republicanos de los grupos más conservadores del Congreso alertaban sobre las consecuencias subversivas del término género.

 “Los conferenciantes advirtieron que la moralidad y los valores familiares estaban siendo atacados por quienes creían que debían existir como mínimo cinco géneros (hombres, mujeres, homosexuales, bisexuales y transexuales). E insistieron en que el Programa de las Naciones Unidas para la Conferencia de Beijing había sido secuestrado por ‘las feministas del género, quienes creen que todo lo que consideramos natural, como el ser mujer y el ser hombre, la feminidad y la masculinidad, la matemidad y la patemidad, la heterosexualidad, el matrimonio y la familia son, en realidad, conceptos creados culturalmente, generados por los hombres para oprimir a las mujeres. Estas feministas reconocen que tales roles se han construido socialmente y que, por lo tanto, están sujetos al cambio’. (Scott, 1999).

Siendo honesta, hay que reconocer que en parte tenían razón y que efectivamente la incorporación de la igualdad de género pone en cuestión la concepción conservadora de la sociedad estructurada en base a los valores patriarcales.

La igualdad de los géneros, significa la igualdad entre mujeres y hombres;

El equilibrio entre los géneros, implica la representación equitativa para cada género;

La «conciencia de género», significa tomar conciencia de cómo afectan de distinto modo, a las mujeres y a los hombres, las políticas concretas.

La Conferencia de la Mujer, hizo finalmente un llamamiento a los gobiernos y a las ONG para que los Estados «tiendan a adoptar una perspectiva de género en todas las políticas y programas, lo cual implica que antes de tomar cualquier decisión deben analizar los efectos de aquellos sobre las mujeres y los hombres, respectivamente». (CMM, NNUU 1995).

“¿Cómo y en qué condiciones se han definido los diferentes roles y funciones para cada sexo?; ¿Cómo los auténticos significados de las categorías «hombre» y «mujer» variaron según las épocas y el lugar? ¿Cómo se crearon e impusieron las normas reguladoras de la conducta sexual? ¿Cómo las cuestiones de poder y de los derechos se imbricaron con las cuestiones de la masculinidad y la feminidad? ¿Cómo afectaron las estructuras simbólicas a las vidas y las prácticas de la gente común?; ¿Cómo se forjaron las identidades sexuales contra las prescripciones sociales?”, son algunas de las preguntas que las teóricas feministas se vienen haciendo desde la década de los sesenta y que hasta hoy nos desvelan.

Las teorías de género si bien han ido perdiendo algo de su valor cuestionador al ser cooptadas por los gobiernos, siguen siendo herramientas que provocan y generan resistencias. Los estudios feministas y la incorporación de la perspectiva de género en la Academia y en las agendas de investigación han permitido “arrastrar a las mujeres desde los márgenes hasta el mismo centro de la historia y, durante este proceso, transformar el modo en que se escribe la historia.” (Ibidem, pag.40).

El género se constituye así en una forma de discutir la organización social de la diferencia sexual y de repensar las formas en que se conciben las relaciones entre hombres y mujeres.

En dos décadas transcurridas de Programas y planes de acción recomendados por Naciones Unidas, el desarrollo de políticas de igualdad y la conformación de institucionalidad de género en los Estados, han vaciado y banalizado, en parte, el contenido revulsivo del concepto. Se constata una progresiva e intencional despolitización de su alcance aunque, no por ello,  deja de ser una teoría que aporta al conocimiento desde una dimensión particular para procurar entender mejor a realidad.

El conocimiento, como plantea Michel Foucault, es la comprensión que producen las culturas y sociedades sobre las relaciones humanas, en este caso sobre aquellas entre hombres y mujeres. Los usos y significados de tal conocimiento son impugnados políticamente y constituyen los medios por los cuales se construyen las relaciones de poder, dominación y subordinación. El conocimiento que refiere no sólo a ideas sino a instituciones y a estructuras, a prácticas cotidianas y a rituales especializados, todos ellos constitutivos de las relaciones sociales, pueden ser cuestionados y reelaborados con el aporte de la teoría de género.

Cuando en la década de los 90 las mujeres comienzan a aparece en los relatos y discursos de los hechos históricos, los espacios antes reservados a la exclusividad masculina fueron abriéndose a la presencia y participación de las mujeres.

Así lo muestra la historia de la propia masonería que paulatinamente fue transformándose también en una masonería de las mujeres.

Desde que Annie Besant 1893 -célebre feminista inglesa  y futura gran maestre- resaltara la influencia francesa y su carácter transgresor al admitir la presencia de mujeres en las logias, hubo que recorrer un largo camino hasta el surgimiento de las que hoy son exclusivamente femeninas o las que se han gestado de carácter mixto como ésta que hoy nos convoca.

No conozco detalles sobre la experiencia vivida por las mujeres en este proceso de cambio pero imagino que debe haber estado plagado de avatares como ha sido y continúa siendo esta incorporación en otros ámbitos de la sociedad y la política. La inclusión del conocimiento y la presencia de mujeres en el librepensamiento, no tengo dudas, debe haber estado sustentado en la perseverancia y convicción de ellas bregando por el derecho de formar parte de estos espacios pero sólo pudo lograrse a partir de la mente abierta y la actitud razonable y razonada de los varones pertenecientes a estas estructuras.

La inclusión ya está asegurada, quedará ahora saber si la incorporación es en base a un esquema de asimilación de lo femenino a la lógica masculina originaria o si existe la voluntad de repensar las estructuras, las prácticas, los lenguajes y los símbolos con el cometido de llegar a una síntesis que se enriquezca de los aportes de hombres y mujeres pertenecientes a estos espacios.

La teoría básica de género distingue cuatro elementos de análisis3 que permiten identificar las situaciones de desigualdad. Lo interesante es que estos elementos son, al mismo tiempo, las herramientas fundamentales para construir los cambios. Éstos son:

  • Los símbolos y los mitos culturalmente disponibles que evocan las representaciones de lo masculino y lo femenino.
  • Los conceptos normativos que se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas que construyen el significado de varón y mujer y los vínculos que los relacionan.
  • Las instituciones y organizaciones sociales: el sistema de parentesco, la familia, el mercado de trabajo segregado por sexos, las instituciones educativas, la política.
  • La identidad, la dimensión subjetiva, la biografía de cada persona.

Ningún lenguaje escapa al escrutinio de la perspectiva de género y puede ser desnudado en su concepción sexista.

Diana Maffía, filósofa argentina, así lo demuestra al analizar la supuestamente objetiva descripción del fenómeno de la fecundación. “El óvulo pasivo y lento espera la llegada de miles de activos espermatozoides que compiten entre ellos para lograr que finalmente el más apto logre penetrarlo”, no dejan de ser proyección de los modelos estereotipados imperantes en la sociedad.

Usar el género para designar las relaciones sociales entre los sexos permite mostrar que no hay un mundo de las mujeres aparte del mundo de los hombres, que la información sobre las mujeres es necesariamente información sobre los hombres y que no son esferas separadas sino que están estrechamente vinculadas y que pueden ser transformadas tantas veces como sea necesario para que sean armónicas e igualitarias.

El gran desafío es generar un sistema sexo/género cuyas prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales no construyan desigualdades a partir de las diferencias sexual, anatómica y fisiológica sino que permitan desarrollar una red de símbolos culturales, normas, estructuras institucionales, comportamientos y autoimágenes que le habiliten a cada persona la capacidad de desarrollarse en función de sus capacidades y virtudes.

Marcela Lagarde, antropóloga mexicana diferencia dos concepciones de abordaje: la Ideología tradicional en la cual todo lo que atañe al hombre y a la mujer es definido como natural e inmodificable.  Ideología que es propia de instituciones vigilantes y sancionadoras que controlan y dan pautas rígidas de comportamiento a hombres y mujeres porque la desigualdad y la inequidad entre hombres y mujeres no sólo es incuestionable sino que debe ser fomentada.

Por otra parte, la Corriente crítica sería aquella que analiza e interviene conscientemente en el orden imperante con el fin de deconstruir y cuestionar las características sociales y culturales asignadas con el sexo con el fin de transformar el “deber ser” asignado. Esta corriente entiende que los atributos de poder superior o inferior de mujeres y hombres no son naturales ni hereditarios y por lo tanto no están genéticamente determinados, sino asignados socialmente, y por lo tanto son modificables.

En este contexto la Igualdad de género que es necesario impulsar es aquella donde hombres y  mujeres tengan efectiva igualdad de de acceso a las oportunidades que les permitan el ejercicio de sus derechos dentro de las familias, las comunidades y la sociedad. Estos derechos deben ser reconocidos y protegidos por leyes y políticas públicas así como deben ser garantizados desde la laicidad de los Estados.

La equidad de género seria la batería de acciones diferenciadas (conocidas como acciones afirmativas) que permitan corregir hasta erradicar las brechas de desigualdad en la justa distribución de los beneficios y responsabilidades entre varones y mujeres. De lo contrario tratar como iguales a quienes están en condiciones de desigualdad sólo contribuiría a profundizar las inequidades.

El encuentro entre el Librepensamiento y el feminismo en Uruguay ya tiene antecedentes. Hemos trabajado en conjunto para impulsar el cambio legal ante la práctica insegura del aborto en tanto necesidad de salud que no podía seguir transitando por el circuito clandestino.

Pero también  acordamos que la calidad de la democracia debe sustentarse en la convivencia pacífica de diversidad de sistemas de valores donde cada mujer, cada pareja, tenga la libertad y la autonomía de decidir sobre el número de hijos que desean tener sin imposiciones ni injerencias de ningún tipo, incluida la de las jerarquías religiosas.

Nos une además la defensa y reivindicación de la laicidad del Estado como un valor intrínseco de los principios republicanos. Laicidad que está en riesgo de ser vulnerada por la acción de instituciones religiosas habilitadas por gobernantes y sectores políticos que pretenden imponer por ley lo que son sus creencias y cosmovisiones.

La reciente aparición de una bancada evangélica en el Parlamento es altamente preocupante y deberíamos hacer algo al respecto. Las experiencias en países vecinos como Brasil dan cuenta del deterioro que esto representa para la vida democrática.

Estos parlamentarios han reconocido públicamente que son mensajeros de Dios, que su verdad es única y que su mandato es la Biblia en lugar de obedecer a la Constitución y tener la representación ciudadana como  principal y único cometido.

Personalmente me he enriquecido del diálogo con representantes del Librepensamiento y espero que los aportes del feminismo también contribuyan a sus reflexiones y análisis. Tenemos un desafío común que es seguir apostando por la construcción de una Humanidad donde la igualdad, la justicia, la libertad y la fraternidad, no admita discriminaciones.

___________

1)  Pelúas D, (2012): Ritos, símbolos y lenguajes de la Masonería. El ojo que todo lo ve. Para entender las logias uruguayas. Editorial Fin de Siglo, Uruguay. Ridley Jasper:  “Los masones, la sociedad más poderosa de la Tierra.”

2)  Scott, Joan (2008) “Género e Historia” UACM,  México. Traducción de “Gender and the Politics of History”, Columbia University Express, 1999.

3) Gender a useful category of historical analysis. Joan Scott 1987

Lic. Lilián Abracinskas

Licenciada en Ciencias Biológicas – Universidad de la República. Experta en género, salud sexual y reproductiva y derechos con estudios y pasantías realizadas en diversos lugares de América Latina y Europa.

Fundadora y Directora de Mujer Y Salud en Uruguay – MYSU, desde 1996 organización feminista para la promoción y defensa de la salud y los derechos sexuales y reproductivos como Derechos Humanos.

Entre 2003 y 2010 fue coordinadora ejecutiva electa de la Comisión Nacional de Seguimiento, mujeres por democracia, equidad y ciudadanía – CNSmujeres (articulación de 70 organizaciones de mujeres de todo el país). Desde el 2011 integra el Comité Asesor del Encuentro Internacional sobre Mujer y Salud (International Women Health Meeting).

Desde 2013 integra el Board Internacional de IPAS: organización internacional por la salud sexual y reproductiva y el acceso al aborto seguro. Ha representado a los movimientos sociales de mujeres en muchas instancias internacionales y en esa calidad, integrado delegaciones oficiales a eventos internacionales.

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