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Lecciones del genocidio de niños indígenas en Canadá

El hallazgo de tumbas de niños indígenas en las escuelas residenciales canadienses ha causado consternación internacional. Mediante detectores se han descubierto cientos de tumbas sin nombre y fosas comunes de cerca de mil 400 menores. Se calcula que hay más de 6 mil niños desaparecidos. La reacción de los pueblos originarios no se ha hecho esperar y han quemado siete iglesias católicas en la zona occidental de aquel inmenso país. Se estima que más de 150 mil niños fueron arrancados de sus familias de etnias originarias canadienses confinadas en reservas. El objetivo fue desarraigarlos para ser integrados a los patrones de la cultura occidental y la religión cristiana. Entre 1890 y 1996, el Estado financió más de 150 internados encargados a las iglesias católica, anglicana y presbiteriana. La mayor tutela de estos albergues de la muerte, corresponden a la católica.

Los macabros descubrimientos han causado horror e indignación en la sociedad canadiense y vergüenza en estructuras eclesiásticas. Muchas escuelas operaban como campos de concentración. Había abusos culturales y desprecio étnico. Ahora se sabe que en algunos internados se realizaron experimentos, dignos de los campos de concentración nazis. Sobrevivientes, relatan el trato indignante que recibían. Puntualizan abusos corporales, sicológicos y sexuales. Se violaban sistemáticamente los derechos humanos. Y los religiosos despreciaban la cultura originaria y menoscabo de su identidad, obligaban a los infantes con violencia, “integrarse” a la cultura occidental dominante.

Las tumbas descubiertas, de hecho, reabrió el debate sobre estos odiados internados adonde los niños indígenas eran enviados a la fuerza para ser asimilados a la cultura imperante. Ha emergido el rostro oscuro de una sociedad que aplicó una política de exterminio cultural, así como el intento de destruir las diversas etnias indígenas. El gobierno de Justin Trudeau ha mostrado su dolor y ha pedido perdón por la violación a la dignidad humana de los pueblos originarios de Canadá. La conferencia episcopal ha hecho lo propio y se espera que el papa Francisco también exprese contrición y pida perdón en nombre de la Iglesia, como signo de reconciliación y reparación de los quebrantos causados. En diciembre, se ha programado una reunión en Roma entre federaciones y organizaciones indígenas con el pontífice.

Subyace, la lógica de imposición de una cultura que se autodefine como superior. Es el mismo raciocinio que predominó en la colonización. Del siglo XV al XXI, el razonamiento es el mismo: la cultura superior debe imponerse. La lógica de la espada y la cruz en la colonización. El clérigo Juan Ginés de Sepúlveda, en el siglo XVI filósofo influyente en España, justificó la conquista, pues consideró como bárbaros y paganos a los indios, además de justo que tales gentes fueran sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas. Y así, implantar la religión verdadera, la católica, justificando la violencia y el uso de las armas. La conquista y la colonización supone la lógica de la guerra justa, porque impera la imposición de una cultura superior. La guerra es legítima porque justifica la implantación de un orden civilizado. Bajo dichos conceptos, comunidades étnicas enteras fueron exterminadas en zonas de Estados Unidos por los colonizadores puritanos. También en el norte de Argentina. La teología de la guerra justa o legítima fue cuestionada desde la Nueva España por fray Bartolomé de las Casas al escribir: “Conquistar no es otra cosa sino ir a matar, robar y saquear bienes y tierras a quienes están en sus casas quietos. Y han no hecho mal ni daño a nadie”. La conquista fue denunciada también, desde Salamanca en el siglo XVI por Francisco de Vitoria. Desde el derecho natural reivindica los derechos y la dignidad humana de los originarios de las tierras americanas.

Sin embargo, dicha actitud racista y soberbia predomina en la actualidad bajo manifestaciones políticas y representaciones culturales. No es casual la tenacidad y reciedumbre en las luchas por los derechos y equidad de los pueblos originarios en todo el continente. Las culturas originarias también han desarrollado resistencias y resiliencias. Luchas por afirmar la dignidad indígena en el continente hay cúmulos. En Bolivia se revierte el golpe de Estado racista. La presidenta impuesta en 2009, Jeanine Áñez, con la Biblia en alto celebra la consumación del golpe y envía mensaje a las bases aymaras de Evo Morales. Las históricas resistencias de las comunidades agrarias guaraníes en los años 60 en Paraguay. La lucha del pueblo mapuche en Chile. Que no sólo es una resistencia cultural, sino luchas contra despojos de tierras y agravios que históricamente ha padecido la comunidad indígena. El levantamiento armado zapatista en 1994 en Chiapas que busca la dignidad y los derechos colectivos de los indígenas, históricamente violados, así como un nuevo modelo económico de país que reconozca la pluriculturalidad étnica con base en la justicia y sistema de ­libertades.

La resistencia indígena es respuesta a la soberbia civilizatoria que se cree superior. En la Iglesia ocurre lo mismo. Hay que examinar la actitud de desprecio de clérigos e intelectuales europeos ante el Sínodo sobre la Amazonia que se realizó en Roma en octubre de 2019. El papa Francisco fue acusado de permitir paganismos en el Vaticano. Los católicos conservadores no guardaron decoro al criticar las expresiones culturales indígenas del universo amazónico como excentricidades inadmisibles con los dogmas católicos.

En suma, el drama canadiense, tiene que servirnos para revisar qué tanto anhelamos una sociedad laica, diversa, incluyente, plural y tolerante.

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