No sólo me refiero a siglos anteriores, ni al "crisol culturas" ni al "puente entre Oriente y Occidente", lo relaciono también con la Andalucía moderna de hoy y con la de su pasado más reciente.
El carácter de un pueblo no sólo es evaluable en su legado y en su realidad artística, científica o cultural. Hay que analizarlo también desde la vida cotidiana, desde sus hábitos consuetudinarios y la manera y forma de concebir la vida. En ese aspecto, y en muchos otros, Al-Andalus fue un ejemplo. Y hoy Andalucía lo sigue siendo, muy a pesar de lo que erupten, en cada campaña electoral, el equipo difamador habitual compuesto por consortes de Jaguars “regalados”, Nebreras de turno o Vidal Cuadras cuasi xenófobos.
Respeto a las ideas
Quien siga mis artículos, habrá llegado a la conclusión de que mi línea de pensamiento no se viste precisamente de nazareno. Jamás utilicé hábito ni capirote alguno. En cambio mis hijas sí. No es nada especial. Eso se llama simplemente respeto a las ideas. Es lógico por tanto que desde pequeño, recuerde imágenes e instantáneas de todo un pueblo apiñado en las calles al llegar la Semana Santa. Como tantos otros jóvenes, me integré en la tradición desde una doble vertiente, la iconográfica y la ligada a la fiesta.
Hecho religioso, cultural y festivo
Siempre tuve la impresión que más allá de la denominada “religiosidad popular” y de un sustrato confesional, había un fondo festivo, lúdico y de lugares comunes: la borriquitapara los niños con su palmerita; la noche, entre el encierro de un paso y la entrada de otro, para lograr el arrumaco adolescente de amores, ingenuos y púdicos, que nunca llegaron a ser; los estrenos de ropa para el Domingo de Ramos pues si no se te “caerían las manos” aunque fuera a costa de dejar canina la economía familiar; los soldaos romanos, los malos de la película que sin embargo a mi me atraían más; y por último los nazarenos o capuchones, una mezcla estética entre Ku Kux Klan sureño y desfile antropomórfico de amigos o familiares emboscados a los que tratabas de identificar por el volumen de su barriga o por poseer un peculiar andar. Era un conjunto de símbolos, olores, imágenes y sonidos sobre los que destacaba el hecho de ver como todo un pueblo salía a la calle. Sin embargo, me gustaba, me atraía, pero por encima de todo, respetaba la costumbre y a quienes la impulsaban y protagonizaban.
Sin descalificaciones
Con el tiempo descubrí que tras todo ello había un fondo muy religioso, un mensaje que no compartía y me aparté. Pero me aparté sin desdeñarlo y sin descalificarlo. Seguía respetándolo. Cambié esa celebración anual convirtiéndolo en excusa para conocer o vivir otras fronteras donde el sonido del tambor, el olor a cera y la hipocresía de algunos apoyados en el sentimiento sincero de muchos, no llegara.
Distintas motivaciones
Confieso que he vivido muchas de esas fechas. Y no solo en Córdoba, también en Sevilla, en Jaén y en Málaga, en pueblos y capitales. Hoy ya no me atrae. Pero por encima de todo ello he respetado y quisiera seguir respetando esta tradición y a sus protagonistas. Espero que me dejen continuar en esa relación personal con una tradición a la que muchos apoyan por su legítimo derecho a declararse creyentes, otros por razones atávicas, algunos como un supuesto símbolo identitario y en mi opinión, la gran mayoría, como algo festivo trufado con lo cultural.
Pueblo tolerante
No es extraño que tenga amigos entre los cofrades y entre sus dirigentes con los que debato sin alterarnos y sin crispaciones. Creo en las sanas y nobles ideas de gran parte del colectivo que lo apoya y reitero mi deseo de que continúe. Porque en respeto, a los andaluces será difícil que nos superen. Esa actitud tolerante la demuestra año tras año y década tras década, la inmensa mayoría de una sociedad que aun no siendo creyente, apoya una manifestación que no forma parte de su ideario pero si de su propia pluralidad vivencial.
Más grave de lo que parece
Lo que está ocurriendo hoy, con la amenaza velada -y en algunos casos ya acordada- de acometer una acción político-reivindicativa por parte de las jerarquías cofrades andaluzas, y de utilizar su Semana Santa para alinearse con tesis de purpurados etnocéntricos y con la estrategia más reaccionaria de la derecha religiosa y política, es más grave de lo que pudiera pensarse. Pone en juego todo un equilibrio y una tradición de convivencia y tolerancia.
Convertir los pasos en mítines
Si en Abril salen lazos blancos, marrones, colorados o a cuadros reivindicando una determinada postura que, aunque religiosa también es social, política y partidaria, nada volverá a ser como antes pues convertirán los palcos y tribunas en una especie de escenario electoral y los pasos en un atril con micrófono para utilizarlo como mitin. Hay que tener cuidado y ser responsables. En Sevilla o en Granada ya han dado un paso importante. Mantienen su legítima y propia oposición a la reforma de la ley del aborto y la difundirán pero no la exteriorizarán, aprovechando actos multitudinarios donde se suman personas de toda condición, ideología y creencias o no creencias religiosas.
Tentaciones "nacionalcatólicas"
Si este desaguisado a donde nos ha conducido quienes pretenden emular al nacional catolicismo franquista, unificando lo religioso con lo político, o ganar un supuesto poder sociopolítico saltándose las urnas no se arregla, habrá quienes les tengan que recordar (con sumo respeto y talante) que los ayuntamientos les dan subvenciones, que el Estado ayuda a la restauración de templos, que los cuartelillos y casas de hermandad hacen la competencia desleal a bares y restaurantes que intentan vivir todo un año pagando sueldos, Hacienda, Seguridad Social e impuestos, mientras ellos no.
Apagar la mecha
Si esto no lo arregla quien encendió la mecha incendiaria, muchos recordaremos que, ahora si, nos molestan los tambores cuando dormimos y las trompetas cuando leo; que nos marea el olor de las velas y que nos podemos resbalar cuando la cera se seca en el suelo y perdura durante semanas. Si no se arregla, puede que haya quien se sienta agredido en sus ideas y deje de acudir a las procesiones y les recomiende a sus hijos que tampoco vayan…y ya están los seminarios demasiados vacíos para tener más bajas. No condenen la Semana Santa, condonados cofrades.
Juan Luis Valenzuela es coordinador de El Plural en Andalucía