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Las aulas con inmigrantes optan por la permisividad y los pactos

Solo seis de los 500 alumnos del Milà i Fontanals, en el Raval, llevan el «hiyab» Las chicas aceptan descubrirse al cruzar la puerta de entrada en un colegio de Salt

Permisividad y acuerdos entre la escuela, por un lado, y los alumnos y las familias musulmanas, por otro. Esa es la norma que se impone en los colegios públicos catalanes en los que se concentran los inmigrantes, donde no suelen producirse conflictos a la hora de que las niñas musulmanas acudan a las aulas con la cabeza cubierta por un pañuelo. Hay colegios que nunca lo han prohibido. Otros pactan con las familias que, una vez dentro de la escuela, la alumna se quite el hiyab. En ocasiones son las propias niñas o adolescentes las que, semanas después del inicio del curso, deciden prescindir del pañuelo en clase.
En el corazón del barrio barcelonés del Raval, a la hora de la salida del CEIP Milà i Fontanals, media docena de niñas bajan saltando las escaleras con el hiyab puesto. Todas son alumnas de primaria. Los pañuelos gigantescos les llegan hasta la cintura. Fuera, en la calle de los Àngels, les esperan sus madres o hermanas, también cubiertas. Es una imagen habitual desde hace años en este centro. «Tampoco son tantas. Aquí hay unas seis que lo llevan, sobre un total de 500 alumnos», afirma Victoria Mayo, profesora de Religión de esta escuela pública.
Mayo explica que las niñas que llevan pañuelo comienzan a ponérselo a partir de tercero de Primaria, hacia los 8 años. «Yo no me lo puse hasta los 12», dice Fátima, una joven que espera a su hermana en la puerta. «Pero nunca me han dicho en el cole que no lo llevara, ni los otros niños me molestaban por ello. Era normal», añade. «¿Cómo les vamos a decir algo del pañuelo? Hay que respetar a todas las personas y todas las convicciones y religiones», insiste la profesora de Religión católica, que ha visto incrementar la asistencia a su clase con la llegada de filipinos y, sobre todo, latinoamericanos.
En la escuela Pau Vila, en el barrio de La Florida de L’Hospitalet, más del 90% de los alumnos son inmigrantes. Ahí siempre han tenido chicas que acuden con la cabeza cubierta a la escuela. «Nunca ha sido un asunto polémico, ni hemos querido prohibirlo, aunque siempre dejamos claro que la escuela no es el lugar idóneo para llevar el velo», declara el profesor José Manuel Reinosa. «Al final, suelen ser las propias chicas las que se se lo quitan cuando ven que otras compañeras musulmanas no lo llevan», apostilla.

PERSUASIÓN
Gemma Boix, directora del CEIP La Farga de Salt (Gironès), donde el 85% del alumnado es extranjero, admite que el claustro de profesores adoptó hace tiempo una decisión «discutible si se quiere, pero que pareció la más acertada»: las alumnas que acuden al centro con pañuelo han de descubrirse en cuanto cruzan la puerta del recinto.
Boix admite que en más de un ocasión han tenido que emplearse a fondo para convencer a unos padres de que, al igual que no está permitido acudir con gorra, tampoco se tolera el pañuelo, como cuando llegó una niña de 3 años con la cabeza cubierta. «Hemos tenido momentos delicados, pero hemos logrado que lo entiendan», dice satisfecha.

La deriva conservadora extiende el velo por todo el mundo

La ola de conservadurismo que vive el mundo islámico desde hace dos décadas ha impulsado el uso de los distintos tipos de velo. Así, el hiyab se ha consolidado como el tipo de velo más usado en el Magreb y Oriente Próximo. Sin embargo, las mujeres árabes que abrazan el salafismo (la corriente más reaccionaria del islam suní) visten el niqab, mientras que en las petromonarquías del golfo Pérsico sigue vigente la abaya tradicional. Más allá del mundo árabe, los estilos cambian. Así, el burka es una prenda tradicional de los afganos de etnia pastú. Y el chador es la prenda femenina impuesta por los ayatolás iranís.

Un caso igual en el año 2002
Fátima Ledrisee, una menor de origen marroquí, protagonizó en el 2002 una historia similar a la de Shaima cuando un colegio concertado de San Lorenzo del Escorial (Madrid), no le permitió asistir a clase con pañuelo alegando que allí se debía vestir el uniforme. Las autoridades adoptaron una solución de compromiso y trataron de escolarizar a Fátima en un instituto. Pero la directora del centro se opuso al uso del pañuelo, con el argumento de que sería discriminada. La Consejería de Educación zanjó el asunto obligando al centro a escolarizarla «sin condiciones», esto es, con el pañuelo.

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